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Foto de En el Día del Bibliotecario cubano .Correo desde la Isla de la Dignidad.

En el Día del Bibliotecario cubano .Correo desde la Isla de la Dignidad.

6/6/2020
Por: Eloisa M. Carreras Varona , Biblioteca Nacional José Martí

ntonio Bachiller y Morales, el Padre de la Bibliografía cubana

Para Omar, 
con gran cariño, porque sostiene desde la virtud su noble misión. 


“Americano apasionado, cronista ejemplar, filólogo experto, arqueólogo famoso, filósofo asiduo, abogado justo, maestro amable, literato diligente, era orgullo de Cuba Bachiller y Morales, y ornato de su raza. Pero más que por aquella laboriosidad pasmosa, clave y auxiliar de todas sus demás virtudes; más que por aquellos anaqueles de saber que hacían de su mente capaz, como una biblioteca alejandrina […], dejó su casa de mármol con sus fuentes y sus flores, y sus libros, y sin más caudal que su mujer, se vino a vivir con el honor, donde las miradas no saludan, y el sol no calienta a los viejos, y cae la nieve.”
José Martí, 
 El Avisador Hispanoamericano, 
Nueva York, 24 de enero de 1889.



En homenaje al nacimiento del ilustre habanero Antonio Bachiller y Morales (1812-1889),  quien con toda razón es considerado el primer bibliógrafo de nuestra Patria y el Padre de la Bibliografía en la Isla, por el meritorio trabajo y los aportes que llevó a cabo en el terreno bibliográfico, celebramos el Día del Bibliotecario Cubano cada 7 de junio. Esta celebración fue instituida por el Decreto No. 86 del año 1981 del Gobierno Revolucionario, en la etapa en la que el Dr. Hart se desempeñaba como Ministro de Cultura.
La insondable erudición de Bachiller se debe en buena medida a su talento inusual y, por supuesto, a su completa y docta formación académica, la que logró alcanzar al cursar estudios en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio de La Habana y en la propia Universidad capitalina, entre otras prestigiosas instituciones educacionales del país en las cuales completó su excelsa preparación. Sobre el insigne intelectual afirmó Eusebio Leal: "Este es el hombre y el modelo de estudioso, de coleccionista, y de amante de los libros que tomó Cuba para crear su propia fecha de recordación a los bibliotecarios.
En la Sociedad Económica de Amigos del País, y en el Seminario de San Carlos, desempeñó cátedras libres de Economía Política, en las que censuró la oprobiosa esclavitud imperante en Cuba. Participó en la Reforma Universitaria de 1842. Y también tuvo a su cargo la Cátedra de Filosofía del Derecho, y el Decanato de la Facultad de Filosofía, institución en la que perfeccionó su biblioteca. 
La Licenciada Olga Vega García, especialista de la Biblioteca Nacional de Cuba, en su valioso texto titulado “Homenaje al Patriarca de las letras cubanas en el 196 aniversario de su natalicio […]”, aseguró que: 

“En su casa de la calle San Miguel, […], se reunían cada semana en amena tertulia algunas de las personalidades renombradas de la época, entre las que se contaban: José de la Luz y Caballero, Juan Clemente Zenea, Antonio y Ramón Zambrana, Domingo del Monte, Enrique Piñeyro y Manuel Sanguily […]
No puede considerarse a Bachiller un simple coleccionista, sino parte de un grupo de amantes de los libros raros y valiosos que intercambiaban entre sí los ejemplares, lo que se pone de manifiesto en dedicatorias que se plasmaron en volúmenes atesorados por la Biblioteca Nacional José Martí, y así se pasaban de mano en mano obras prohibidas en Cuba por la metrópoli, otras excepcionalmente raras y valiosas traídas de lejanos países y en ocasiones los comentarios versaban quizás sobre ejemplares consultados en bibliotecas extranjeras.” 

Cuando Bachiller fue electo para el cargo de Concejal del Ayuntamiento de La Habana en 1860, puso su inmenso talento en función de la preservación de la documentación atesorada por el Archivo Municipal. Los estudiosos de su vida y obra comentan al respecto que el fruto de su exquisita labor, se concretó asimismo, en el rescate que realizó de varios fondos documentales que se consideraban perdidos hasta ese momento.  
Al ser nombrado Director del Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana, en el momento de su fundación, en 1863, logró además de proyectar y ordenar el centro, impartir clases de distintas materias, y crear la biblioteca de aquella institución educativa.
Junto a otros intelectuales reclamó “amplia autonomía para los cubanos como el único medio para terminar la guerra”. Después que tuvieron lugar los sucesos del Teatro Villanueva y del Café del Louvre, resultó sospechoso para las autoridades españolas. Por lo que, a consecuencia de ello, su vivienda fue invadida y arrasada por miembros del Cuerpo de los Voluntarios Españoles, en esas circunstancias también perdió su inapreciable biblioteca. Tras los abusos y atropellos de los que fueron objeto su persona, familia y bienes; así como la desmedida persecución que sufrió, se vio obligado a emigrar a los Estados Unidos con toda su familia, a principios de 1869, cuando recién había comenzado la Guerra de los Diez Años. Y sólo pudo regresar a la Patria después de firmado el Pacto del Zanjón en 1878. Murió a consecuencia de una penosa enfermedad el 10 de enero de 1889. 
Entre los textos fundamentales de Bachiller se encuentran los “Apuntes para la historia de las letras y la instrucción pública en la Isla de Cuba”, que es considerado “una de las contribuciones más importantes al estudio de la Bibliografía hispanoamericana  y al análisis de los progresos alcanzados por la civilización en Cuba. Del mismo modo se le distingue como el trabajo que “marcó el inicio de la labor bibliográfica en nuestro país. Esta obra escrita en una situación adversa, en medio de censuras y restricciones impuestas por la metrópoli, fue concluida en 1861 y consta de 3 tomos.”  En el tercer tomo aparece el "Catálogo de libros y folletos publicados en Cuba desde la introducción de la imprenta hasta 1840, y publicaciones periódicas.” con un total de mil viente títulos. Este valiosísimo texto significó para Bachiller su entrada por la puerta ancha y “para siempre al universo de la bibliografía cuando en el año citado, culminó la publicación de la misma.”
A los cubanos nos llena de orgullo que la muy extensa y erudita obra que nos legó esté enlazada a los libros. Para entender cabalmente lo que significó su aporte a la cultura nacional, se deberá tener en cuenta que, a partir de la edición de su primera bibliografía en 1861, Cuba puede presumir que atesora una Bibliografía Nacional continua. Lo cual es decisivo para el conocimiento y la conservación de la memoria del país, pues la bibliografía nacional es aquella que registra y controla al detalle, la descripción sistematizada de la relación o el catálogo de toda la gestión que en materia editorial se lleva a cabo en un país. 
Este gran cubano que tenía un conocimiento enciclopédico, promovió en el país la afición por la lectura, y se distinguió, asimismo, “por sus aportes en la investigación de la Historia de América anterior al descubrimiento”, o la historia precolombina, tal como se reflejó en sus obras Antigüedades americanas y Cuba primitiva. También brindó sus importantes servicios a la enseñanza universitaria y de la Filosofía. 
  No podíamos terminar este texto de homenaje a su relevante y ejemplar vida de servicio a la Patria, sin referirnos a la autorizada opinión de la destacada bibliógrafa e investigadora cubana Araceli García Carranza, quien dijo refiriéndose a Bachiller: “Su obra es savia fértil que impulsó la labor bibliográfica de discípulos y continuadores a fines del siglo XIX, y que florece en la primera mitad del siglo XX, con la obra monumental de Carlos Manuel Trelles y Govín, y resplandece como nunca antes, a partir de 1959, en la obra de la Biblioteca Nacional de Cuba". 
Justamente, la Biblioteca Nacional de Cuba, es uno de los lugares donde se le recuerda y honra cotidianamente, con el trabajo esmerado de cada bibliotecario cubano que, preserva con ternura, amor y cariño infinito, el patrimonio bibliográfico del país, que es parte sustancial de nuestro acervo cultural más preciado. 

II Araceli García Carranza, la Maestra imprescindible 
                                                 
Las bibliotecas del país junto a su hermana mayor, nuestra entrañable Biblioteca Nacional José Martí, son pilares fundamentales de la vida intelectual y espiritual de la Patria. Miles de bibliotecarios cubanos con su humildad, creatividad y talento, están en la vanguardia del empeño generoso de trabajar con esmero para posibilitar el acceso de todo nuestro pueblo al conocimiento que en ellas se atesora. Y en esa relevante hoja de servicio, se destaca en primera línea y con nombre propio, nuestra querida Maestra Araceli García Carranza, quien, por casi sesenta años de abnegada, ejemplar y fructífera labor ha contribuido a la superación intelectual de todos; por eso en esta jornada de celebración por el Día del Bibliotecario Cubano, le brindo mi merecido reconocimiento y en una ocasión como esta, le pido permiso para hablar de sus virtudes, porque habitualmente la prudencia y la modestia no lo permiten.
El apogeo creador que trajo consigo la gesta revolucionaria de 1959, socializó ampliamente el papel de la Biblioteca como institución cultural vinculada a la comunidad.  Bien conocemos que ello se correspondió con la estrategia que partió de considerar la lectura como parte esencial de la redención humana. Fue Fidel quien mejor definió los objetivos de la Revolución al respecto, cuando dijo: “No le decimos al pueblo, cree, le decimos, lee”. 
La estrecha relación entre el proceso de la cultura cubana y nuestra Biblioteca Nacional se da, por supuesto, de múltiples maneras: aquí se conserva y difunde la valiosa papelería de muchos de los más grandes escritores cubanos, como Julián del Casal, Alejo Carpentier, Nicolás Guillén, Lezama Lima, entre otros, incluso significativas figuras de nuestra contemporaneidad más reciente. Asimismo, valiosos intelectuales han fungido como directores en diversas etapas de su historia, los cuales dejaron allí su huella de amor y saber. En la biblioteca se atesoran también documentos imprescindibles para conocer y estudiar nuestra historia política, social y económica, incunables nacionales y extranjeros, colecciones de música grabada u original, libros de arte, y de la ciencia, entre otros.
El nombre de Araceli está asociado indisolublemente a la Biblioteca, porque ella es magisterio, es pedagogía, es ilustración, ella es un tesoro, es la gran Maestra que brilla desde la discreción, la humildad, la generosidad y es poseedora también de toda gracia, talento y delicadeza. Por lo que no me es posible resumir con estas líneas, la impecable y rica existencia de Araceli; porque, además, una trayectoria como la de ella, no puede ni debe resumirse en unas breves palabras. 
Bien conocemos que su vida desde la niñez está ligada a la Biblioteca Nacional, porque como ella bien recuerda con infinito cariño, fue su padre, quien la llevaba de la mano ―aun pequeña― a visitar aquellos simbólicos salones preñados de erudición y conocimiento. 
En la obra de nuestra Maestra, resaltan cualidades esenciales, sin las que no podríamos explicarnos ni su influencia ni su prestigio actual: su sabiduría en estrecha relación con las figuras paradigmáticas de la intelectualidad cubana; su arraigada vocación de servicio social; su ética martiana en función del pueblo. Porque Araceli ha sabido seguir, engrandecer y servir con dignidad, la saga de otros eminentes intelectuales cubanos que la han precedido en la magna obra que ella representa.
Con Armando siempre recordábamos con gratitud, aquel día de primavera del año 1994, en el que fui invitada al Consejo de Dirección de la Biblioteca, por la querida e inolvidable Dra. Martha Terry ―entonces su directora― para exponer las ideas iniciales de lo que hoy es Cronicas, el Archivo del Dr. Hart. 
Desde entonces Armando y yo, mantuvimos con Araceli y Julito Domínguez ―su leal compañero y esposo― una relación permanente y estrecha que trascendió por completo el ambito laboral. De igual modo, al tener el privilegio y el honor de convertirme en su alumna; me permitió sentirme muy afortunada, pues puedo decir con orgullo que Araceli ha sido y es para mí, una verdadera madre espiritual. Araceli es también, uno de esos ángeles imprescindibles que iluminó nuestras vidas, por eso no me cansaré de agradecerle por poder trabajar bajo su guía en Crónicas.
No puedo en este honroso espacio dejar de recordar y agradecer a Julito, su incondicional compañero y esposo de toda la vida; porque siempre estuvo junto a ella, la apoyó y sostuvo en cada segundo desde el amor, el cariño y la ternura. Julito y Ara han vivido unidos por más de cincuenta años en el trabajo, en el amor, y en la virtud. Y, por supuesto, que no podía hablar de mi querida Maestra, sin mencionarlo a él; quien hace tres años partió al Olimpo de los buenos.
Gracias, querida Maestra, por cuidar y hacer crecer con su esmerado trabajo el patrimonio bibliográfico del país, que es parte sustancial de nuestro acervo cultural más preciado. 
Foto de Cubierta del valioso texto de la edición crítica de la autoría de la Dra. Marlene Vázquez Pérez, que fue publicado por el CEM, en ocasión del bicentenario Bachiller. Cubierta del valioso texto de la edición crítica de la autoría de la Dra. Marlene Vázquez Pérez, que fue publicado por el CEM, en ocasión del bicentenario Bachiller.
Foto de Araceli y Julito inseparables Araceli y Julito inseparables
Foto de Araceli en su despacho de la BNCJM Araceli en su despacho de la BNCJM