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Foto de Memorias de Tomás Fernández Robaina. Parte no. 08. Nunca demuestres antes de tiempo de lo que eres capaz.

Memorias de Tomás Fernández Robaina. Parte no. 08. Nunca demuestres antes de tiempo de lo que eres capaz.

30/6/2020
Por: Tomás Fernández Robaina , Biblioteca Nacional José Martí

Ya me encontraba  en el Departamento de Información de Humanidades como indizador de los contenidos de las publicaciones periódicas, y bibliógrafo, en virtud de la experiencia adquirida al haber compilado la Bibliografía de Estudios Afroamericanos, conocer y consultar  repertorios  especializados, generales y la mayoría de los índices particulares de las publicaciones periódicas  que ya contaban con ese medio recuperador de sus contenidos para localizar estudios y críticas sobre las novelas de la literatura universal y de la cubana, me permitió apreciar las diferentes estructuras de los índices consultados. 

De inmediato comprendí que los consultados por mí  y confeccionados en el extranjero,  estaban estructurados, dinámicamente de forma diferentes a los nuestros. Los propósitos de todos ellos tenían el mismo objetivo, dar a conocer los asuntos y autores aparecidos en sus colecciones,  pero en los nuestros la recuperación se efectuaba de forma particular a cada colección seriada, mientras en el extranjero predominaba tal acción de modo colectivo, es decir, que aparecían los contenidos y autores agrupados por tales indicadores, y localizables en las diferentes colecciones periódicas donde se dieron a conocer. 

Al analizar lo anterior, y al no estar muy de acuerdo con la organización empleada en la Bibliografía de Estudios Afroamericanas, me puse a registrar otros repertorios de temas análogos, o no. En ese deambular bibliográfico, tropecé con Bibliografías Cubanas,  la compilación que el doctor Fermín Peraza había realizado durante su estancia en la Biblioteca del Congreso de Washington, como assistant  librarían. A través de ese título conocí a Trelles, al propio Peraza, a Bachiller y Morales, y a todos los demás bibliógrafos del siglo xix y del xx, que con el tiempo  me serían no solo guías, colegas,  sino amigos, hermanos, integrantes de una familia que siempre me daban  apoyo y ayuda, cada vez que los llamaba. Viendo las enormes posibilidades que podía desarrollarse en el Departamento, presenté un plan al entonces director de la Biblioteca Nacional José Martí, Sidroc Ramos, para mí uno de los directores más relevantes que tuvimos en nuestra institución;  lamenté mucho su renuncia al cargo que ostentaba, justamente en el momento cuando ya había adquirido experiencia y conocimiento del centro que dirigía,  pero como ya he dicho, y repetiré siempre, cuando ya se está preparado para emprender empeños mayores, hay que dar un  giro de noventa grados. 

Mi proyecto contemplaba la compilación de un Índice General de Publicaciones Periódicas Cubanas, la publicación de un  Anuario de Estudios Afrocubanos en homenaje a Fernando Ortiz, la edición de boletines monográficos dedicados unos a bibliografías especializadas, y otros a bibliografías personales, con dos series, una primera de personalidades cubanas, y la segunda de las extranjeras, destacando la presencia de ellos en nuestra prensa. Además de la iniciación de cursos de técnica e historia de la bibliografía. Por supuesto, me remitieron al Instituto de Etnología y Folklore, pero esa institución estaba en vías de desaparecer, y por lo tanto se me dijo que no había posibilidades inmediatas para el Anuario, la Biblioteca Nacional consideró que esa propuesta era ajena a sus prioridades de trabajo. Y en eso ocurrió algo inesperado. Me movilizaron para la zafra mediante un telegrama de la Reserva Militar a la cual pertenecía. Debía partir el 3 de enero de 1969. Traté de no ir, pues tenía todos mis sentidos en la materialización de uno de mis proyectos, y el irme para la zafra significaba el estancamiento de mi futuro quehacer, y la parálisis de todo lo que estaba realizando. Pero comprobado el hecho nada pude hacer. Pero en el segundo pase, pedí permiso para llevarme algunas revistas, fichas y algunos ficheros pequeños. Cuando regresé en mi tercer pase, mostré en mi departamento, lo que había hecho después de mis ocho horas de cortar caña. La jefa que tenía entonces, la doctora Luisa Reyes, me dijo, no te preocupes, algunos compañeros del departamento te ayudaran, y como vas a venir solo dos o tres días cada trece jornadas en el campo, Hilda Miranda se encargará de recoger y revisar las fichas, y los epígrafes para que valores como se avanza en tu proyecto.

¿Así fue como se inició el Índice General en 1970, en el cual me mantuve hasta que, por las tensiones laborales, decidí alejarme de él, en 1988? Para mí no fue un paso fácil, separarme de algo muy querido por mí, sobre el cual no dejaba de pensar un solo día,  buscando la forma de hacerlo más eficiente, pidiendo a gritos su automatización, que no se efectuó cuando  los especialistas dijeron que era el repertorio, conjuntamente con la Bibliografía Nacional de Cuba, listos para ser procesados de forma automatizada.

Si no hubiera trabajado con el doctor Salvador Bueno, si no hubiera tenido que buscar tanta bibliografía pasiva sobre determinados escritores, jamás me hubiera puesto en contacto con tantos repertorios bibliográficos especializados en la indización de publicaciones periódicas de temas humanísticos y sociales. 

Pensé que debía presenta una muestra de mi propuesta, para que se apreciara de forma objetiva las ventajas que reportaba, en mis horas libres había compilado el Índice de las revistas folklóricas cubanas. Ya lo tenía terminado en 1969, cuando hice la propuesta del Índice General.

Los contenidos de los títulos incluidos:¨Archivos del Folklore Cubano, Revista de Estudios Afrocubanos, Actas del Folklore, y Etnología y Folklore, se agrupaban bajo epígrafes de materia particulares, que posibilitaban recuperarlos, y acceder a ellos de forma rápida, eficiente.

Escribí una introducción en dos partes: en la primera explicaba cual era mi objetivo con el proyecto del índice general de publicaciones periódicas corrientes, sus ventajas inmediatas y futuras; sugería la conveniencia de planificar la realización de uno similar, pero de forma retrospectiva, como el efectuado con las publicaciones folklóricas mencionadas. No cerraba la posibilidad a la indización individual de algún título, teniendo presente  su importancia, su larga vida y el número de entregas publicadas.

Me pareció conveniente darle a leer mis cuartillas a una de las personas más conocedora del trabajo bibliotecológico en nuestro país, era jefe, entonces, del departamento de Consulta y Referencia: Israel Echavarría. Mi relación con el hasta ese momento había sido muy fructífera, siempre lo buscaba para aclarar alguna duda, comentar los repertorios nuevos que acababan de llegar;  me había hecho observaciones sobre las compilaciones que había realizado, así que consideré razonable enseñarle el Índice de las Revistas Folklóricas Cubanas, y mi introducción.

Decidí hacerlo porque de seguro me daría consejos pertinentes para mejorarlo. Una semana después de entregárselo, fui a verlo para conocer sus observaciones. Me dijo entonces que estaba invitado a una reunión donde se discutiría la publicación del índice y de la introducción. Le pregunté que le había parecido mi propuesta. Me respondió con una frialdad que me congeló y que aún recuerdo: lo siento: te enterarás en la reunión, y dando media vuelta me dejó con la palabra en la boca.

Fui a ver a Luisa Reyes, mi jefa en aquel momento, y también a Regla Peraza, ellas estaban invitadas a esa reunión, al igual que Osiris Reyes, y Blanca Rosa Sánchez. Por supuesto el director asistiría; entonces me dije que debía prepararme, pero no, no había necesidad. Yo no estaba invitado. La cabeza me daba vuelta, de esa reunión dependía que se publicara mi trabajo, y si todo estaba tan bien explicado, como me había dicho alguien, que por eso no era necesario que yo asistiera,por qué se hacía la reunión y no me dejaban asistir? Cuando escuché el mensaje que la propia Luisa Reyes me transmitió, le pregunté, pero ¿Quién está impugnando mi trabajo? La respuesta fue rápida: Israel Echevarría.

Realmente yo era muy ingenuo, ni siquiera por lo que me había dicho Israel, podía pensar que sus puntos de vista fueran tan fuertes como para impugnar por completo mi trabajo. Yo se lo había dado para que me aconsejara, para que me ayudara a mejorarlo. Nadie mejor que él conocía tanto de repertorios bibliográficos, por algo  era el jefe del departamento de consulta y referencia, y enseñaba esa asignatura en la escuela de nivel técnico medio en biblioteca, y además,  era el que sustituía a la doctora Freyre de Andrade cuando ella no podía impartir sus clases de referencia y bibliografía en la Universidad de la Habana.

Después supe que las que se portaron verticalmente en la reunión fueron Regla Peraza y Luisa Reyes; los que no se pronunciaron a favor jugaron como la gatica de María Ramos: Osiris Riera, y Blanca Rosa Sánchez; de los participantes murieron ya todos, incluyendo el director Sidroc Ramos.

Luisa Reyes no me adelantó mucho de lo que había ocurrido, solo que después de oídos todos los argumentos esgrimidos por Israel, en cuanto a que mi trabajo no aportaba información significativa, que era un refrito de otros textos, que yo no era un especialista para plantear determinadas ideas entre otras, hasta de redacción, puntuación y hasta de falta de ortografía Israel me criticó.  Sidroc concluyó con estas palabras: Oídas todas las partes, leeré el trabajo y determinaré si se publica o no.

Unos dos o tres días después, el director me citó a su despacho y de forma muy directa, lacónica me dijo: considero que su trabajo se debe publicar, pero es evidente que no debe aparecer la parte teórica del mismo, que será publicada en el boletín Bibliotecas, y la noticia histórica de las Revistas Folklóricas en el Índice de dichas colecciones. Por supuesto, debía cambiar algunas frases, y los entrecomillados.

Por supuesto la amistad y admiración profesional que sentía por Israel cesó, con mucha pena mía, pues hasta ese momento el me había ayudado, o yo había pensado que lo había hecho, pero ya no tiene sentido profundizar en esas acciones. Fueron largos veranos en los que para  mí había muerto, claro está que se lo dije frente a frente, delante de algunos conocidos, y usuarios; fui grosero, lo reconozco, pero sin llegar a ser un fanático del viejo testamento, de esos de ojo por ojo y diente por diente, pero mucho menos era y soy, de los que dan la mejilla para que abofeteen dos veces. Y pasaron años, realmente muchos años, antes de que le volviera a dirigir la palabra a Israel Echevarría, que después de todo podía ser fabulosamente un personaje de novela.