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Foto de Concurso Leer a Martí 1998. Sobre La Edad de Oro

Concurso Leer a Martí 1998. Sobre La Edad de Oro

16/11/2020
Por: Jessica Álvarez Bellas, Biblioteca Nacional José Martí

Hoy les comparto este trabajo que resultó ser un Premio Especial. Lean que bonito relato hizo una niña con tan solo 12 años estando en 7.º grado y de la provincia de Pinar del Río, fue ganadora del Concurso Leer a Martí en el año 1998.

Un paseo por la edad de oro

Carmen Martínez Ortega

(Premio especial del Ministerio de Educación)

A los niños, desde pequeños, nuestras mamás y abuelitas nos regalan un mundo de historia, repleto de fantasías, cuentos como los de Perrault, Andersen, los hermanos Grimm y otros. Pero al llegar a la escuela, nos tropezamos con un libro muy diferente a los demás, llamado La Edad de Oro. Un libro maravilloso, que combina fantasía con realidad, que nos enseña y nos hace mejores. Decir La Edad de Oro, es decir: dignidad, paz, honradez; es decir, además: sueños, alegrías, conocimientos.

Pero, ¿podríamos caminar o pasear por él? Como todo camino aparenta ser fácil de comprender, pero, aunque sea difícil, Martí nos enseñó que hay que llegar al final.

Anoche casualmente, apenas sin sueño, comencé a dar pasos, y de pronto tropecé con algo fuerte: era el decoro, la dignidad y la honradez de los ´´3 héroes´´. Conversamos un rato, Bolívar, San Martín, Hidalgo y yo. Me enseñaron que no se puede vivir ocultando lo que se piensa, que debemos padecer por todos, agradecer la luz del sol y no ver simplemente las manchas.

Preocupada por el tiempo y mis fuerzas, pensé en detenerme, pero una voz me dijo al oído: ´´ ¿y tú voluntad?, ¿y tú ingenio? ¿Es que no quieres conocerlo todo? ´´ Era Meñique, que con su linda vocecita continuaba gritando: ´´¨ ¡Sigue andando, que tener talento es tener buen corazón! ´´ Y al que crea lo contrario, le decimos Meñique y yo: ¡otra lección mejor vaya a contarlo a Roma! ´´ 

Pero Homero me escuchaba, el poeta ciego de la barba de rizos, y venían hacia mí los griegos Aquiles, Héctor, Agamenón y Menelao, en plena guerra por celos y por soberbia. Los detuve pensando en Martí, y les dije que tenían que aprender a vivir en paz, como viven en el cielo las estrellas, que todas tienen luz, y cada una brilla, aunque tenga al lado a otra.

Era muy largo el camino, y aún podía jugar. Jugué a ponerle el rabo al burro y a la gallinita ciega. Jugué con los niños indios y con los niños ingleses.

La alegría del juego me llevó a Bebé, quien sólo al verme comenzó a preguntarme:

-¿cómo crecen las flores?

- ¿de dónde viene la luz del sol?

¡Ay Bebé! ¡Siempre pensando, sonriendo y queriendo!

Al volver mi cabeza vi a Nené, que me tomaba de la mano. Yo estaba un poco brava con ella (por el libro que rompió, claro…), porque un libro bueno es lo mismo que un amigo viejo, como el que tenía cerca de mí, abierto, a mi derecha, ¡cuánta hermosura a mi vista! Observaba el quetzal, las princesas mayas, pirámides más lindas que las de Egipto, las ruinas de México. ¡Era un libro sobre la historia de América!

Ya había caminado demasiado, y tenía sed, por lo que no pude evitar acercarme a un charco. De pronto, por casualidad, conocí un par de antenitas (¡poderosas por cierto!). Era el pescador y su debilidad, y de la avaricia de su mujer. Me enseñó que no debemos pedir más y más a quienes nos ayudan, que se puede llegar a finales feos por la ambición. La magia de su historia logró hacerme dormir recostada a un árbol grueso, y después de descansar un poco fui levantada por una mano bondadosa y tibia, con una túnica blanca. Supe después que era el Padre las Casas, que luchaba por los indios y escribía con la cara llena de lágrimas. Así pasó su vida, defendiendo, abriendo y tendiendo sus manos.

Ya el sol era tenue, y el aire de la playa daba en mi rostro. Caminé y recorrí la orilla, hasta que los vi a todos: a Pilar, a Magdalena, a la niña enferma. ¡Cuánta dulzura! ¡Cuánto corazón noble! Los zapaticos de Pilar estaban en los pies de la niña enferma.

´´ ¡Sí, ¡Pilar, dáselo!  –le decía su mamá- ¡y eso también! ¡tú manta! ¡tú anillo! Y ella le dio su bolsillo, le dio el clavel y le dio un beso.

´´Las cosas buenas se deben hacer sin llamar al universo para que lo vea a uno pasar. Se es bueno porque sí (…) Eso es mejor que ser príncipe: ser útil.

Los niños debían echarse a llorar, cuando ha pasado el día sin que aprendan algo nuevo, sin que sirvan de algo.

Yo soy niña.

Hoy aprendí algo nuevo.

Y ahora que conozco el camino, llevaré a otros niños conmigo.