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Foto de Presencia de México en la obra de Alejo Carpentier

Presencia de México en la obra de Alejo Carpentier

21/9/2021
Por: Araceli García Carranza, Biblioteca Nacional José Martí

En 1923 Carpentier continuaría sus colaboraciones en La  Discusión y exactamente el 10 de marzo iniciaría la sección Teatros, la cual finalizaría el 4 de agosto de este año. En esta, su segunda sección fija, comenta los espectáculos teatrales y musicales que se presentaban en los principales teatros habaneros de la época. Entre otros comenta la revista Si yo fuera presidente, estrenada en el Teatro Payret, de La Habana por la compañía mexicana de Lupe Rivas Cacho (1) La Lupe estrena también con éxito la revista Su Majestad Jimmy (2) la cual según opinó nuestro Carpentier gustó al público por su glorificación del danzón y de la rumba criolla, así como por sus tendencias anti-norteamericanas. Nuestro periodista mayor confiesa haber tenido el placer de oir un danzón tocado a la mexicana. En esta Revista se da a conocer en La Habana el cómico azteca Pompín Iglesias quien según el cronista recitaba pausadamente versos de una maldad verdaderamente sublime. En otra crónica (3) Carpentier admira y reconoce a este gran cómico del teatro ligero mexicano a quien la Compañía de Lupe Rivas Cacho debió en gran parte sus triunfos en la escena habanera. Y esta Compañía mexicana mereció otra crónica (4) de nuestro gran novelista cuando Lupe Rivas Cacho se presentó, nuevamente en el Teatro Payret, con el pintoresco traje de soldadera.

Posteriormente en 1933 la compañía de la Lupe, después de un estruendoso éxito en Marruecos es llevada a París y a Londres por su manager cubano Manuel Richard. Proyecto muy audaz en esos tiempos, sin embargo la Compañía debuta en el Theatre de l’Avennue con el espectáculo Un soir au Mexique, y aunque el público francés rechazaba los espectáculos en otro idioma los críticos compararon a Lupe Rivas Cacho con Margueritte Deval. Según nuestro joven cronista (5) el éxito fue rotundo, los trajes típicos motivaron los mayores elogios, oraciones ruidosas recayeron en los cuadros de conjunto, y en la escena de La borracha Lupe Rivas Cacho se reveló como una actriz de primer orden, en un género ajeno a la revista. Porque hay que conocer al público francés de estos años para saber lo que significaba que una troupe de artistas extranjeros lograra llenar teatros de París durante 30 noches consecutivas. Y añade el cronista que este espectáculo ayudó a comprender que en los teatros genuinos populares de América se encuentran riquezas nuevas, las cuales dejaban de ser exóticas para los públicos del Viejo Continente, y así a nuestros valores se les reconocía valor universal.

Carpentier no olvidó a Lupe Rivas Cacho quien aparece mencionada en la parte 8 del capítulo I de La Consagración de la Primavera ..

Recordemos que en 1931 Carpentier como Jefe de redacción de la revista parisina Imán, dirigida por Elvira de Albear, anunciaba su gran empeño: dar a conocer América en Europa , de modo que América conociera a fondo los valores literarios y artísticos de Europa, no para imitar sino para traducir, con mayor fuerza, nuestros pensamientos y sensibilidades como latinoamericanos. La Compañía de Lupe Rivas Cacho innegablemente satisfizo ese empeño imponiendo en Europa el valor universal del arte popular de América.

Su gusto por el arte mexicano es ya innegable en esas primeras crónicas de 1923, sin embargo su viaje a México en 1926 marca un antes y un después en nuestro gran novelista quien entrevista concedida a Miguel Osorio Cáceres confesara que en ese año:


          “... ocurre un acontecimiento en mi vida, un acontecimiento 

          capital; voy a México invitado muy inesperadamente por el 

          novelista Juan de Dios Bojórquez, y allí encuentro a Diego 

          Rivera, con quien había de ligarme una amistad inmediata, y 

          con José Clemente Orozco. Y en aquel México del año 26, toda 

          vía ciudad donde se observaban las huellas de la Revolución 

          (...) pude pasar noches y noches charlando con Diego Rivera, 

          viendo la obra de José Clemente Orozco crecer en las paredes, 

          en las murallas conquistadas a la burguesía” (6)


De regreso a La Habana dedicaría sendas crónicas a Diego Rivera y a José Clemente Orozco en las revistas habaneras Carteles y Social. En Carteles (7) dedica su primera crónica a Diego Rivera a quien considera un “renacentista” porque y  confiesa que la primera vez que Diego le mostró sus frescos lo desconcertó diciéndole: - A mi el arte no me interesa... Lo que me interesa es el comunismo, porque Diego Rivera no creía posible el desarrollo de un arte nuevo dentro de una sociedad capitalista ya que siendo el arte una manifestación social, aún en el caso de la aparición de un artista genial, mal puede un orden viejo producir un arte nuevo.

Carpentier califica a Diego de antiromántico por excelencia, porque el gran pintor mexicano no creía en la inspiración y otros fantasmas adorados en la penumbra perfumada de las torres de marfil:


       “Diego... es insensible a los elogios y las censuras. Sólo le 

       interesa trabajar. Y trabaja con todas sus energías, como un 

       super-obrero, realizando una de las obras más trascendentales de 

       estos tiempos... Porque la fórmula del arte moderno en América 

       Latina se halla en los frescos de este enorme Diego Rivera...


       Su verdadero público es el pueblo, el pueblo para quien trabaja... 

       se enternece contando como obreros y campesinos venían de 

       lejos a ver y contemplar sus pinturas...” 


En Social (8) Carpentier expresaría que “... la obra de Orozco realiza una especie de apostolado pictórico, animada de un espíritu análogo al que originó la pintura religiosa de la Edad Media, pero sirviendo a una nueva y noble causa. Creador para la multitud como las obras del arte revolucionario ruso, esos frescos sólo aspiran a llegar directamente al corazón del pueblo con la mayor elocuencia posible”


Carpentier había inaugurado en La Habana la Exposición Flouquet-Rivera, organizado por “1927” ó sea por la Revista de Avance a la cual siempre le precedía a su nombre, el año de publicación. En esta Revista aparece un fragmento de la semblanza crítica que pronunciara en esa ocasión (9) En ella se refiere al regreso de Diego, en 1921, a un México transfigurado por la Revolución la cual determinó una cristalización triunfal de su personalidad. Diego ante un nuevo orden de ideas tuvo una revelación de su propia fuerza y de su arte de Nuestra América. El pintor y maestro aparece en toda su plenitud en los frescos pintados en dos patios del Ministerio de Educación Pública de México. Sinfonía pictórica que Carpentier denomina: sinfonía pastoral, sinfonía heroica, sinfonía de las mil voces, allí queda plasmada una era de la vida mexicana con realizaciones de una fuerza plástica inigualable porque el maestro asigna a la pintura un papel social: ser arte para la colectividad, en vez de arte para el comprador de la obra de arte.

Su predilección por el arte de Diego quedaría para siempre en algunas de sus mejores crónicas, exactamente ocho, escritas desde 1926 hasta 1966 (10) y publicadas en revistas cubanas como Carteles y Revista de Avance, y en revistas y periódicos de América Latina y Europa tales como Le Cahier, de París; El Nacional, de Caracas; y El Mundo, de La Habana.

A principios de los años 30 defiende a México en crónica publicada en Carteles (11) en la cual critica documental filmado por la escritora y periodista Tytaina en tierras mayas y aztecas. Película de propaganda que considera una visión negativa del forastero respecto a la realidad americana, y vuelve sobre su gran empeño: América Latina debe ser más conocida en Europa, así como Europa en América.

Muchos años después su amor a México y su obsesión por el muralismo mexicano y por la Revolución Mexicana, expresados en estas crónicas los haría imperecederos al intertextualizarlos en su gran novela política La Consagración de la Primavera.

En los años 40, exactamente en 1945 viaja a Caracas invitado por Carlos Frías quien le pidió ayuda para fomentar un Departamento de Radio en Caracas.

Esta empresa llega a convertirse en Publicidad Ars en la cual trabaja hasta su regreso a Cuba en 1959.

En ese mismo año 1945 comenzaría  sus colaboraciones en El Nacional de Caracas en el cual crea, en 1951, la sección Letra y Solfa, columna diaria que consagra casi en su totalidad a la literatura y a la música, según la intención de su título, y que mantendría durante casi una década.

En ella reseñaría, en unas 1800 crónicas, las obras literarias más significativas de la literatura universal, la historiografía de la música y el arte en el siglo XX, inventos de la época, y vida y obra de grandes figuras. En esta importante etapa de su periodismo dedicó 22 crónicas a México (12)

Entre otras reseñó memorias de cocina y bodega, delicioso libro en torno al arte del buen comer en Europa y América, y el ensayo El canto de Halibut, a propósito de su reedición, ambas del maestro Alfonso Reyes; La vida cotidiana de los aztecas, del etnólogo Jacques Soustelle; la obra del americanista Paul Rivet, sobre los mayas; la filmación de la novela The sun also Arises, de Ernest Hemingway, en los estudios de Churubusco; las crónicas de la Revolución Mexicana de Roberto Blanco Moheno;  sobre el iniciador de los estudios sistemáticos de la cultura maya, el abogado neoyorkino John Lloyd Stephens; y la obra Muertes históricas, de Porfirio Díaz y de Venustiano Carranza; no olvidó el arte de México; volvió a recordar a Diego Rivera, y dedicó tres crónicas a Silvestre Revueltas, ese hombre que se jactaba de no amar la música que hacía pensar, y que fue el creador  de una música que mucho hizo  pensar  a los compositores americanos por la autenticidad de su acento, de su obra comentó su partitura Redes y el Sesemayá inspirado en el Canto para matar la culebra de nuestra Nicolás Guillén; también descubrió lugares tales como la ciudad de México que conoció al final de la Revolución Mexicana; San Juan Teotihuacán ciudad sagrada, en el mágico altiplano de México; las gigantes empresas editoriales en México; el convento de Yanhuitlán, fundado en 1543 por los dominicos; y el parque de La Venta creado por el poeta Carlos Pellicer donde se pueden admirar grandes esculturas olmecas; por último se refirió a los indios de Campeche y Tabasco, en los comienzos de la conquista.

En 1956 a solicitud del actor Jean Louis Barrault escribe una obra de teatro, en francés, La aprendiz de bruja: recuento mural de la conquista de México. Sus personajes reafirman la derrota de quienes no supieron estar a la altura de su tiempo. Carpentier escribe este texto en un momento decisivo de su proceso creador como novelista. Unos años antes, en 1949, había publicado El Reino de este mundo, con su prólogo fundador de lo real maravilloso, y en 1953 Los Pasos Perdidos, novela que tiene como eje la América entera. Esta vez con la historia mexicana llevada a la escena identifica otra vez su gran empeño: dar a conocer América en Europa para universalizar lo americano.

Después de su regreso a Cuba, al triunfo de la Revolución Cubana en 1959, colabora en el periódico El Mundo. Nuevamente recuerda a Diego Rivera quien independientemente de su obra donara a su pueblo un legado suntuoso e imperecedero: el Pedregal de San Angel. Y bajo el título El legado de Diego (13) Carpentier describe y admira ese raro templo sin dioses, fruto de una tardía y acaso errada vocación arquitectónica del gran pintor mexicano, prodigioso museo poseedor de 57000 piezas de arte mexicano representativas de distintas culturas y civilizaciones.

Tal fue el legado del gigante a su pueblo. Portentosa edificación ajena a los museos tradicionales donde Carlos Pellicer agrupó gran número de piezas, pertenecientes a las mismas culturas y técnicas, para así devolverles su significado primero.

Otras dos crónicas dedicaría a México en este diario habanero Danza de calaveras (14) y Los últimos días Madero (15)

La primera a propósito de un álbum contentivo de una estupenda colección de “calaveras” que unos jóvenes le regalaron en la Feria del Libro Mexicano. Para el cronista las calaveras y sus textos resultan la forma más popular y más mexicana del periodismo, periodismo que en versos se desata contra las injusticias y los abusos de bribones y falsos intelectuales. Expresión de periodismo popular que pregona con la décima criolla cubana.

En los últimos días de Madero, comenta obra homónima de Manuel Márquez Sterling publicada originalmente en 1917 y de la cual la Imprenta Nacional de Cuba lograra una pulcra edición como homenaje al cincuentenario de la Revolución Mexicana.

Carpentier había sido nombrado Subdirector de Cultura del Gobierno Revolucionario, y dos años más tarde, en 1962, sería el Director Ejecutivo de la Editorial Nacional de Cuba. Desde ambos cargos logró que la Imprenta Nacional publicara obras trascendentales, por ello su sabio consejo posiblemente influyó en la decisión de publicar esta obra como homenaje a la Revolución Mexicana. Obra que Carpentier admira en su crónica por lo viviente de un relato escrito, día a día, ante los acontecimientos que se iban sucediendo en torno al destino del Presidente Madero. Y comenta que de un terrible contrapunteo surgía una tragedia a lo Shakespeare protagonizada por Victoriano Huerta y por Henry Lane Wilson, embajador de EE.UU. en México.

Madero habría de ser víctima de uno de los crímenes más indignantes de la historia.. Como dato curioso Carpentier destaca en su crónica que la esposa del Presidente Madero abordó a Wilson, y le dijo que otros colegas, de Chile, Brasil y Cuba, se afanaban por evitar la catástrofe a lo que respondió Wilson que él no tenía influencia.

Posteriormente en este mismo periódico recordaría nuevamente a Diego Rivera en otra crónica que titulara Presencia del gigante (16) con motivo del 80 aniversario de su natalicio.

En 1962 de paso por México, rumbo a París, donde representaría a Cuba en la Asamblea de la UNESCO concede entrevista a Emmanuel Carballo (17) quien la publicaría en el suplemento de Siempre, La Cultura en México, bajo el título La novela descubre un universo mágico. Por la fecha el tema obligado sería El Siglo de las Luces, novela que Carpentier acababa de publicar en México y en La Habana. Y confiesa a Emmanuel Carballo:


          “He hecho una novela en la que, sin renegar de mis habituales 

          procedimientos, doy primicia a las formas sencillas y directas. 

          He hecho lo que yo llamo una novela-novela, en la que se va 

          narrando sin detenerse y con la menor cantidad posible de 

          disquisiciones y de episodios ajenos a lo que es hilo y la trama 

          de la novela misma”


Carpentier, además le advierte a su interlocutor que siempre había tratado de universalizar la temática americana, admite el precepto de Don Miguel de Unamuno hallar lo universal en las entrañas de lo local y en lo circunscrito lo eterno, y plantea que ciertos aspectos de la vida latinoamericana deben verse y escribirse desde un punto de vista universal.

Vuelve una vez más sobre su viejo empeño por universalizar lo americano.

En 1975 recibe el Premio Internacional Alfonso Reyes en Ciencia y Literatura que le fuera entregado por Víctor Bravo Ahuja, Secretario de Educación de México, en la Capilla Alfonsina, y en presencia de Alicia Reyes, hija de Alfonso Reyes, insigne figura de las letras latinoamericanas.

Al recibir este Premio Carpentier expresaría:


           “Mientras el intelectual se ha ido apartando de la gran tradición 

           de los Montaigne, de los Motesquien, de los Goethe, urgido por 

           una “especialización” no siempre tan necesaria como se cree –   

           salvo en las ciencias, desde luego -, el humanista del tipo de   

           José Martí, del tipo de Alfonso Reyes – haciendo suya la

           famosa divisa de Terencio: “nada humano me es ajeno” – nos  

           mostró que podía surgir en nuestra época, el intelectual de    

           muy ancho enfoque, de muy ecuménica cultura que partiendo 

           de Nuestra América, partiendo – como Reyes – del ámbito del 

           Anáhuac podía desde su mundo, desde lo auténtico y propio, 

           contemplar el universo con mirada latinoamericana, sin 

           apartarse jamás de sus raíces ni de su sensibilidad... (18)


En esta ocasión concede entrevista a Lourdes Galaz para El Sol de México (19) y a Magdalena Saldaña para EXCELSIOR (20)

A Lourdes Galaz le afirma que Reyes, Orozco y Rivera fueron sus maestros porque le enseñaron a valorizar los logros más auténticos de la nacionalidad mexicana y latinoamericana; le enseñaron a conocer el mundo a través del conocimiento de lo auténticamente americano. Recuerda su primer viaje a México en 1926 el cual fue su primer viaje al extranjero, su primera incursión en la naturaleza americana. A partir de ese año volvió a México más de 30 veces:


          “Hace ya medio siglo tuve la inmensa suerte de conocer, vivir, y 

          ver trabajar a esos gigantes de la pintura universal: Diego Rivera 

          y José Clemente Orozco.

          Diego fue uno de mis más grandes amigos, mi gran maestro... 

          Diego y Orozco me enseñaron a conocer el mundo, a valorar los 

          valores autóctonos, nacionales y auténticos de México... 

          Aprendí que el movimiento iniciado por los grandes mexicanos 

          de la cultura universal era digno de tomarse en ejemplo en toda 

          Latinoamérica...”


Carpentier había conocido a Alfonso Reyes en 1927 con quien inició una gran amistad que continuó después, en París, en 1928-1929. Con Alfonso Reyes también conoció el mundo a través de lo auténticamente nuestro, de lo autóctono, de lo americano. Por ello fue, que su preocupación por lo americano, la fuerza vivificante de la tierra, la magia del paisaje, las mutaciones históricas, los sincretismos culturales. Carpentier reconoció en Alfonso Reyes a uno de sus grandes maestros, entre otras razones, porque Reyes enseñó a los intelectuales americanos a aplicar procedimientos a la altura de las más raras experiencias estéticas y sobre todo a hallar métodos propios.

Con la periodista Magdalena Saldaña una vez más la mirada se le alegra al recordar las noches con Diego Rivera con quien iba a comer posole al café Los Monotes, café que había decorado Orozco, y recuerda el México de 1926, cuando recién transcurrida la Revolución Mexicana era curioso ver las calles anchas, iluminadas y desiertas.

En conferencia de prensa a propósito de este Premio Carpentier sólo aceptó hablar de libros y escritores. Al periodista Agustín Ramírez le responde sobre los movimientos revolucionarios en sus novelas El Reino de este Mundo, El Recurso del Método y sobre todo en El Siglo... (21), y la periodista Mireya Folch publica en El Sol de México un resumen de esta conferencia (22) bajo el título Las novelas no transforman a la sociedad. En esta ocasión Carpentier declara:


        “La novela no es el mejor medio de denunciar, ni el mejor medio 

        de acción social. Creo... que los libros que han sacudido al 

        mundo a partir del s. XVIII son El Capital, de K. Marx y El contrato 

        social de Rousseau, y, desde luego, también los escritores 

        políticos de Nuestra América, como la obra de José Martí en 

        Cuba, de un Bolívar en Venezuela, de Juárez, en México...”


Pero Carpentier no solo debió a los grandes de México el conocimiento de lo ameriano, sino que a México debió, en gran medida, su itinerario editorial (23) y una considerable parte de su bibliografía pasiva y/o crítica. En 1946 el Fondo de Cultura Económica en su Colección Tierra Firme, le publica la primera edición de La música en Cuba; en 1949 y en 1953 EDIAPSA (Edición y Distribución Iberoamericana de Publicaciones) haría posible las primeras ediciones de El Reino de este Mundo y de Los Pasos Perdidos; en 1958 y 1962 la Compañía General de Ediciones le publicaría  Guerra del Tiempo y El Siglo de las Luces; en 1964 la Universidad Nacional Autónoma, en su Colección Poemas y Ensayos, le haría posible la primera edición de sus ensayos Tientos y diferencias; y a partir de 1974 Siglo XXI, Editores S.A., acometería una gigantesca proeza editorial al publicarle Concierto barroco y El Recurso del Método (1974); La Consagración de la Primavera (1978); El Arpa y la Sombra (1979); y La novela lationamericana en vísperas de un nuevo siglo y otros ensayos (1981). Proeza que sería coronada en 1983 con el primer volúmen de sus Obras Completas, título que Siglo XXI publicara en 14 volúmenes con un promedio de 6 a 8 reimpresiones por volúmen.

Además en gran medida la obra carpenteriana ha sido valorada por prestigiosas revistas, suplementos culturales y periódicos mexicanos. Hasta la fecha las revistas Cuadernos Americanos, Diorama de la Cultura, Novedades, Plural, Siempre, Universidad de México y Uno Más Uno han enriquecido su bibliografía pasiva y/o crítica con aproximadamente 70 valoraciones; los periódicos El Día, El Excelsior y El Sol de México con no menos de 34; y los suplementos culturales El Gallo Ilustrado, México en la Cultura, Sábado y La Cultura en México con no menos de 43; cifras implícitas en la Biobibliografía de Alejo Carpentier publicada por la Editorial Letras Cubanas en 1984 y en los suplementos de la misma publicados en 1989 y 1999 respectivamente.

Su bibliografía activa en publicaciones mexicanas (24) incluye numerosas entrevistas; capítulos de El Siglo de las Luces, El Recurso del Método y de La Consagración de la Primavera, publicados antes de las ediciones primeras de estas novelas; y crónicas sobre grandes de la literatura y la música, entre otras la titulada Cuevas y Kafka (25) en la cual se refiere al artista mexicano José Luis Cuevas, a quien se le debe una satisfactoria transposición al terreno plástico del mundo de Franz Kafka, a propósito del libro publicado por la Falcon Press de Filadelfia con el título El Mundo de Kafka y Cuevas, 20 dibujos desarrollados al margén del universo kafkiano. Carpentier considera a Cuevas "el más extraordinario exégeta gráfico de una obra que según la voluntad de su creador debía arrojarse al fuego. Cuevas va a las mismas raíces del genio kafkiano”

Ante esa deuda contraída con México Carpentier destacó la presencia de México en su novelística. Muy especialmente en esa Summa Theológica de su arte que es Concierto barroco (1974) novela que contiene todos los mecanismos del barroquismo simultáneamente y en la cual exalta los valores americanos. Concierto es la Summa del conocimiento aprehendido en una muy extensa bibliografía americana integrada, entre otras obras, por algunas fuentes históricas sobre las que descansa el relato: el Espejo de paciencia; Las confesiones, de Juan Jacobo Rousseau; Montezuma, drama para música (1733), con libreto de Alvise Giusti para la partitura de Vivaldi; y la Historia de la conquista de México, de Antonio Solis Rivadeneira, entre otras obras históricas. El primer capítulo de Concierto está envuelto en una atmósfera de barroquismo colonial. Carpentier abre y cierra la escena inicial con las palabras “de plata”, metal simbólico de la mayor fuente de riqueza del México virreinal. Un rico minero criollo, un mexicano, nieto de españoles decide recorrer Europa en compañía de su criado indio. Los objetos ornados y el color plateado exteriorizan la suntuosidad y la intención decorativa y pictórica de este capítulo que bien podría considerarse un entrañable homenaje al país que visitó más de 30 veces, y en el cual encontró maestros como Reyes, Orozco y Rivera. Homenaje que permanecería en lo más recóndito de su ser hasta lograr, un año antes de su muerte, la publicación de su gran novela política La Consagración de la Primavera. En la quinta parte del primer capítulo de esta novela traspone de sus crónicas y de su propia experiencia recuerdos del paisaje mexicano, su descubrimiento de la América Continental, el lenguaje de revoluciones desde que una mañana despertara en la transparente región del Anáhuac donde conocería el sombrio, trágico y agónico vigor de José Clemente Orozco y la insólita, descomunal y renacentista potencia creadora de Diego Rivera, a quien vió pintar subido en sus andamios, con el torso desnudo, pistola al cinto, triscando chile y mezclando sus colores  en cubos y potes, lo vio enorme, truculento, fenomenal; y añade al capítulo mexicano de La Consagración... reflexiones sobre la obsesionante Revolución, L’obsédante révolution título con el cual el periódico parisino Révolution diera a conocer por primera vez La Consagración... con este capítulo traducido al francés.

Y también debió al novelista mexicano Carlos Fuentes, una de las más valiosas piezas de lo que significó y significa su obra, para la narrativa hispanomericana. Carlos Fuentes escribe el prólogo de El Siglo de las Luces que publicara la Biblioteca Ayacucho, de Caracas, en 1979, hermosas palabras de quien compartió con Carpentier, en 1960, el jurado del primer Concurso Literario Casa de las Américas:


         “Alejo Carpentier ocupa el centro de la narrativa 

         hispanoamericana. Ese centro es diverso y el cauce de su 

         diversidad es lo que el propio autor denomina “una cierta idea de 

         lo barroco”

         El arte prodigioso de Alejo Carpentier consiste en darle vida a 

         todos los tiempos del hombre. En recordarle a Europa que aquí 

         como allá el pasado tiene un futuro, el futuro tiene un pasado y 

         sin esta conjunción el presente carece de sentido. Sólo se tiene 

         un presente vivo en el instante de la posesión desajenada de 

         todos los tiempos” (26)


Porque realmente Carpentier, nuestro cubano universal, nos legó un arte prodigioso no ajeno al pasado, ni al futuro, por ello su obra será siempre un presente vivo en Cuba, en México y en toda Nuestra América.


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