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Correo desde la Isla de la Dignidad. El Abuelo Juan Nicolás

6/11/2020
Por: Eloisa M. Carreras Varona , Biblioteca Nacional José Martí

Este 6 de noviembre se cumple el 163 Aniversario del natalicio de JUAN NICOLÁS DÁVALOS BETANCOURT, EL ABUELO MATERNO DE ARMANDO, quien fue un destacado científico cubano y reconocido bacteriólogo, que realizó importantes estudios y descubrimientos en la Medicina; asimismo, contribuyó al desarrollo de la vacuna antidiftérica, aisló e identificó diferentes microorganismos patógenos y obtuvo sueros contra el tétanos y la fiebre tifoidea. 

Les comparto el texto con el que le rindo homenaje a su memoria, la que tanto tiene que ver con la agenda de la propuesta del evento “Las ciencias en la construcción de la sociedad y la cultura cubanas”, que tiene lugar por las celebraciones de los 25 años de la Casa de Altos Estudios Don Fernando Ortiz, en la Universidad de La Habana. Debo resaltar que los profesores, investigadores y académicos de diversas procedencias científicas que participaron en la intensa jornada de debate en la tarde de ayer, concordaron en destacar el papel de las ciencias y el pensamiento científico como parte fundamental de la cultura nacional cubana. El Dr. Eduardo Torres Cuevas, Presidente de la Casa de Altos Estudios Don Fernando Ortiz, subrayó con énfasis el valor de los pensadores clásicos cubanos, los que desde el padre Félix Varela, tributaron a la propuesta y realización de un pensamiento fértil, múltiple, integrador, de resistencia y emancipatorio que demuestra la indisoluble unidad entre ciencia y conciencia que tiene la historia del pensamiento cubano desde su gestación. No olvidemos que en la formación de esta nación los conceptos de educación, ciencia, cultura y arte no se hallaron en departamentos estancos. 

El Abuelo Juan Nicolás,

“el sabio que sueña con las bacterias”

Para un hombre como Armando Hart, fiel apasionado de la historia, conversar sobre los diversos orígenes y el destino de cada uno de sus parientes, llegó a convertirse en algo recurrente y placentero. Cada vez que comenzábamos la interminable tertulia me recordaba que su amigo, el escritor Alejo Carpentier le decía: “Armando los cubanos descendemos de todas partes, pero todos descendemos de los barcos”. Para nosotros, aquella no era una exageración de Alejo, porque en nuestras familias, esa norma se cumplía invariablemente. Los recuerdos de esos “quijotes” buscando nuevos horizontes, siempre conmovieron su imaginación, al punto que era capaz de describir al detalle toda su genealogía y recordar cada fecha importante de la familia. 

Cuando advertimos el entorno en el que Armando creció y se educó, encontramos los componentes esenciales que contribuyeron a la formación de su personalidad, por eso en este texto rindo honor a sus padres Marina y Enrique  y en homenaje a ellos también recuerdo la vida y la obra del doctor Juan Nicolás Dávalos Betancourt, quien fue su abuelo materno. 

Siempre que recordaré que cuando Armando evocaba a sus padres, su primera asociación era el pleno rigor y la exigencia, mezclados con el amor, la bondad y la justicia, sentimientos y valores que relacionaba con el estricto cumplimiento de las normas y la Ley. Les agradeció la educación que le brindaron, la cual empezó con la prédica de su intachable ejemplo. De Marina y Enrique conservó vivencias entrañables, de ellos aprendió los estrechos vínculos entre el Derecho y la Moral, principios esenciales que sustentaron la educación que le brindaron a sus hijos; por ello a él le gustaba recordar que en su hogar, cuando querían distinguir a alguien por sus cualidades, decían: “esa es una persona decente y honesta.” Sobre ellos afirmaba con gran cariño: “Es a mis padres a quienes debo la sensibilidad jurídica y ética que tengo [...] Mi madre poseía una inmensa generosidad, y a ella debo los ejemplos de solidaridad humana con que siempre he aspirado a actuar en la vida. [...]. Cuando trato de encontrar el momento en que nació en mí esa sensibilidad jurídica, el recuerdo se me pierde en la infancia porque la viví intensamente desde el hogar. Después pude aprender que la justicia era, al decir de Luz y Caballero, ese sol del mundo moral. Mi padre se hizo revolucionario porque era un hombre de Derecho y de Ética; y nosotros hemos intentado siempre seguir el camino que él nos enseñó”. 

El ambiente hogareño de su numerosa familia era afectuoso y acogedor; allí aprendió el significado de los valores que guiaron su actuación en la vida.  Éste es un detalle clave para entender el origen de sus ideas, porque como bien el mismo aseguró: “si entendí la Revolución Cubana, el Socialismo, y tomé partido por las causas justas, fue porque he aspirado siempre a ser una persona decente y honesta.”  

El abuelo Juan Nicolás se casó con Serafina de los Santos Rodríguez Torices y Jenckes, en la Iglesia del Santo Cristo del Buen Viaje, en La Habana, el 10 de diciembre de 1891. Ella tenía 22 años de edad y él, 35. Ese matrimonio, tuvo una descendencia de ocho hijos, los siete varones fueron: Rafael Ángel (periodista), Luis (técnico en farmacia), Manuel (comisionista), Octavio (medico), Gabriel (técnico en farmacia), Juan (periodista) y Julio (procurador), y la única hembra fue la madre de Armando, Marina Serafina Dávalos Rodríguez Torices que llegó a ser Doctora en Farmacia. 

La abuela Serafina le contó que su esposo había sido un trabajador infatigable y consagrado a la ciencia; pero él no llegó a conocerlo porque el abuelo murió el 4 de diciembre de 1910, en la plenitud de sus posibilidades científicas y profesionales, a causa de una bronconeumonía, cuyo origen fue la gripe y su abnegado trabajo como médico. Fue sepultado en el panteón que acababa de construir en aquella época la Academia de Ciencias en el Cementerio de Colón.  

Con profundo respeto y admiración Armando evocaba los entrañables cuentos de su abuela sobre su esposo; asimismo, se sentía muy orgulloso de su abuela, porque, aunque ella provenía de una familia aristocrática, él decía que “todo el dinero y la fortuna que tenía su familia, no le hicieron caer jamás en frivolidad alguna y logró convertirse en una compañera ejemplar para su abnegado esposo”. 

El abuelo Juan Nicolás fue un destacado científico cubano. Se graduó de Bachiller en Artes en 1879 y luego estudió Medicina en las universidades de La Habana y de Madrid, en esta última se graduó como licenciado en 1886. Breve tiempo después también realizó estudios en el Instituto Pasteur en Francia y en otros países de Europa, así como en los Estados Unidos, con el objetivo de “ampliar sus conocimientos y hacerse de la necesaria cultura práctica del laboratorio”. Para 1899, logró terminar sus estudios doctorales en la Universidad de La Habana, en la que obtuvo el título de Doctor en Medicina. Trabajó como bacteriólogo en el Laboratorio Histobacteriológico e Instituto de Vacunación Antirrábica de La Habana, que había sido creado en 1887 por el doctor Juan Santos Fernández, en el que fue una de sus figuras científicas más destacadas y allí laboró junto a una pléyade de ilustres científicos, entre ellos el célebre Dr. Carlos J. Finlay, descubridor del agente trasmisor de la fiebre amarilla, enfermedades que tanto daño causaban en esa época y que todavía hoy han resurgido cíclicamente y siguen originando grandes perjuicios a la salud humana y a la economía. 

El abuelo Juan Nicolás ha sido considerado y reconocido no solo como un eminente médico, sino como el primer médico bacteriólogo y precursor de la bacteriología en nuestro país, rama en la que logró descubrimientos notables. En los testimonios existentes sobre su figura, se advierte que no solo fue su talento para la investigación científica lo que dejó una huella imperecedera en el contacto con su persona, sino sobre todo su ética y contextura moral, así como su disciplina integral. Porque fue un hombre de acrisolada honestidad intelectual y científica y de gran audacia investigativa en un campo tan complejo como el de las ciencias bacteriológicas. Se consagró por completo a su labor investigativa y sobre él dijo el periodista Víctor Muñoz en la prensa de la época: “Es el sabio que sueña con las bacterias”.  El historiador César Rodríguez Expósito, en una biografía en la que le rindió homenaje, habló de su carácter y subrayó que ante los peligros de su trabajo no se atemorizaba y mantenía una serenidad imperturbable, así como su entusiasmo por la investigación, pues uno de sus principios favoritos consistía en “laborar en pro de la ciencia, que es trabajar por el progreso de la patria”. 

Juan Nicolás promovió activamente el tratamiento de las enfermedades microbianas por medio de los sueros medicinales o seroterapia. En 1894, mediante un método modificado y en compañía de su colega, el doctor Enrique Acosta, el abuelo obtuvo su mayor triunfo científico, el cual estuvo relacionado con la obtención del primer suero antidiftérico cubano, del cual fueron sus introductores y productores en el país; siguiendo la técnica del científico francés Emile Roux, “pero adaptado a las condiciones climatológicas de Cuba y con tan buenos resultados que su propio creador así lo reconoció. Cuba fue el primer país en América en aplicar el suero contra la difteria”. Esa fue una gran conquista por la cual se salvaron de la muerte muchos enfermos de difteria, y se logró disminuir la mortalidad en nuestro país en aquellos años, sobre todo en la población infantil. También “aisló e identificó diferentes microorganismos patógenos” y logró obtener otros tipos de sueros contra el tétanos, la fiebre tifoidea, entre otros importantes descubrimientos, también realizó estudios sobre el paludismo, la lepra y otras enfermedades, tratando siempre de encontrar una vacuna, un suero, algún agente que pudiera contrarrestar la virulencia de las infecciones. 

Una jornada cuando realizaba su trabajo investigativo, se inoculó accidentalmente con el virus de la rabia durante una autopsia, también resultó contaminado con los gérmenes de la tuberculosis y la fiebre tifoidea, lo que ha sugerido que ello puede haber favorecido su temprana defunción. Varios estudiosos de su vida y obra, destacan la importancia que tuvo para el país, las investigaciones que llevó a cabo durante años, para aislar el germen del muermo, “cuyas epidemias en La Habana en los seres humanos eran causadas por la estabulación masiva de ganado equino dentro de la ciudad”. 

El 27 de enero de 1895, cuando solo tenía 38 años de edad, fue aceptada su solicitud de ingreso a la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, en la que resultó electo Miembro Numerario con su trabajo “La Seroterapia”, en una sesión solemne a la que asistió el propio Carlos J. Finlay. Ingresó en el recién inaugurado Laboratorio (Biológico, Químico y Bacteriológico) de la isla de Cuba en 1902, y “al asumir el doctor Finlay la Jefatura Nacional de la Sanidad Cubana, el Dr. Dávalos fue nombrado jefe de la Sección de Bacteriología”. A partir de ese momento, el abuelo Juan Nicolás comenzó a laborar con el eminente científico en la lucha contra el tétanos infantil y la tuberculosis. En los Anales de la Real Academia, y en varias revistas científicas tanto nacionales como extranjeras, encontramos publicados decenas de sus destacados textos; entre los que podemos citar por su gran valor: “La seroterapia o tratamiento de las enfermedades microbianas por el suero sanguíneo” y “La difteria aviaria en la isla de Cuba”, aparecidos en los Anales de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, tomo 36, 1899-1900, pp. 273-281, y en el tomo 40, 1907, pp. 303-325, respectivamente. 

El doctor Juan Nicolás fue un auténtico y original pensador americano que dedicó toda su vida al estudio de la investigación científica y los loables resultados que obtuvo los puso al servicio de su pueblo y de su patria. Gracias a su consagrada vocación por la ciencia, y a la cultura que poseía, para él solo existió su trabajo a favor de la causa humana en su sentido más puro. Un espíritu generoso como el suyo solo podía estar marcado por la humildad genuina, que nacen del talento, la imaginación y la ética con el sello indeleble de su abnegada labor. 

La obra del abuelo Juan Nicolás trascendió la época en que vivió, ella pertenece también a nuestro tiempo. Los microbiólogos cubanos de hoy lo recuerdan como parte de su memoria sagrada; porque sus estudios estuvieron nutridos no solo de su fuerza alentadora de futuro, sino de su extraordinaria capacidad creadora de cultura. Evocar su estatura científica y su legado que es parte consustancial de nuestra memoria histórica, ello nos permite a los cubanos explicar al mundo lo que somos.

Foto de Portada: El doctor Juan Nicolás Dávalos Betancourt, el abuelo materno de Armando Hart Dávalos.

Foto de Los abuelos Juan y Serafina, en agosto de 1892. Los abuelos Juan y Serafina, en agosto de 1892.
Foto de Busto del Dr. Dávalos, realizado por el escultor Fernando Boada, que se encuentra en el Museo Histórico Carlos J. Finlay. Busto del Dr. Dávalos, realizado por el escultor Fernando Boada, que se encuentra en el Museo Histórico Carlos J. Finlay.
Foto de Portada de la revista “La higiene” con la caricatura del Dr. Dávalos, con motivo de su célebre campaña contra el muermo en la capital cubana. Portada de la revista “La higiene” con la caricatura del Dr. Dávalos, con motivo de su célebre campaña contra el muermo en la capital cubana.