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Foto de Curioso Manual de Obstetricia para el uso de nuestras parteras.

Curioso Manual de Obstetricia para el uso de nuestras parteras.

20/9/2020
Por: Olga Vega García, Biblioteca Nacional José Martí

Siguiendo el interés de los lectores de temas publicados en Tesoros de Librínsula se reedita esta publicación,  dedicada especialmente al Dr. Fernando Domínguez Dieppa y al personal de la salud que en 1986 logró salvar a un pequeño seismesino y convertirlo en un ser especial. Extiéndase este reconocimiento a todos los médicos cubanos que se han dedicado al cuidado de los recién nacidos y sus madres.

Un pequeño libro de 63 páginas y 19 x 14 cm constituye un  tesoro de valor patrimonial por su rareza bibliográfica —pues no fue nuevamente publicado—, por la importancia de su impresor, de su autor y del material ilustrativo que lo acompaña.  Su título, Manual de Obstetricia para el uso de nuestras parteras, ilustrado con quince grabados dentro del mismo texto, es suficientemente explícito acerca del tema abordado.  

Su autor, el doctor don Ambrosio González del Valle y Cañizo,  nació en La Habana un  7 de diciembre de 1822 y como se presenta en la portada, era Profesor Público de Medicina i Cirujía /sic/, ex-ayudante disector por oposición de la Real Universidad Literaria de La Habana. Cursó estudios en el Seminario Conciliar de San Carlos y San Ambrosio; el 11 de septiembre de 1846 recibió en la Universidad de La Habana su título de licenciado en Medicina y en el mismo centro obtuvo, dos años después, el grado de doctor. Durante su etapa de formación cursó siete años de estudios de Medicina y Cirugía, con altas calificaciones.

Publicó numerosos artículos en el Observador habanero y en otras importantes publicaciones seriadas, produjo obras destacadas como: Manual de Flebotomianos, Manual de parteras y el Manual de Obstetricia; tradujo del francés, en 1863, Muerte aparente e inhumaciones precipitadas y publicó un Informe sobre lazaretos, dedicado a la lepra y la manera de atender a los enfermos de ese mal.

Fue concejal de la Junta Superior de Sanidad de La Habana y miembro de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana a partir de  mayo de 1861. Allí Ambrosio se destacó como higienista, epidemiólogo y por sus estudios estadísticos sobre morbilidad y mortalidad de muchas enfermedades, puesto que había integrado junto a otros notables médicos el “grupo rector” de dicha  Academia. En esta institución presentó trabajos sobre la transmisión del cólera, utilizando en apoyo de sus investigaciones observaciones meteorológicas,  con lo cual dio un nuevo enfoque multidisciplinario a la cuestión. 

Como higienista escribió en l870 un Tratado de Higiene Pública, con sus Tablas obituarias del 70 al 78 y otras obras que aparecen enumeradas por Francisco Calcagno (1);  previo Dictamen de 1867  logró clausurar el Cementerio de Espada a causa de las pésimas condiciones en que se encontraba, debido, entre otras causas, a su cercanía al mar, dando lugar a que se iniciara la construcción de la actual Necrópolis de Colón.  Murió un 26 de diciembre de 1913.

El ejemplar a que se hace referencia fue impreso en La Habana en 1849, en la Oficina de uno de los más destacados tipógrafos cubanos de todos los tiempos, el ilustre José Severino Boloña, en aquel entonces “Impresor de la Real Universidad Literaria”, en la calle del Sol casa número 71.

El volumen se inicia con una dedicatoria del autor a la Real Sociedad Económica de La Habana, escrita con la ortografía propia de la época, “… cuando al volver los ojos a lo pasado, hallo que la primera Cátedra de Cirugía  fundada en mi patria por persona a quien tan de cerca me ligan la sangre y el afecto, lo fue en mil ochocientos veinte y tres, bajo de protección distinguida del Cuerpo Patriótico; cuando veo en seguida que el primer curso de grandes operaciones y la primera cátedra de Obstetricia encontraron  los mismos auspicios, i la contribución  de sus fondos; cuando luego observo que también proporcionó la Sociedad Económica la primera clase de parteras instalada en mil ochocientos treinta y uno, ¿cómo resistir al impulso entusiasta de gratitud que me lleva a dedicar á este ilustre y meritorio Cuerpo, mi pobre trabajo en un ramo que tanto le debe a Cuba?”

Luego se inserta una nota del Ldo. Don Pedro Celestino Cañedo, secretario de la Inspección de Estudios de esta Isla y la de Puerto Rico, en la que se certifica que habiéndose pasado a informe de la Sección de Ciencias Médicas la instancia que en veinte y tres de marzo presentó el Doctor Don Ambrosio González del Valle en solicitud de que se adoptase por esto /sic/ el Manual de Obstetricia que ha dado a luz para el uso de nuestras parteras, la devolvió dicha sección con un informe firmado el 10 de mayo de 1849,  en el que se destaca el celo que manifiesta en el ramo el joven doctor y el acuerdo de que debería consignarse a esta obra la preferencia para la enseñanza de las que aspiraren a título de comadronas.

A continuación, el prólogo del autor antecede al texto del manual, escrito de forma concisa, que resulta comprensible para cualquier tipo de lector interesado en el tema. 

Los capítulos se suceden comenzando por la explicación de la anatomía femenina; cada término se define e ilustra con grabados de pequeño formato, en los casos en que lo consideró necesario. Véase por ejemplo el incluido a continuación, en el que  precisa claramente cada una de las que considera “las partes internas de la generación”.  

En la página 18 hay una referencia al feto, el cual se considera “por nuestras leyes vividera la criatura a la entrada del séptimo mes”, y hace mención a que el parto es prematuro o anticipado, aunque el Manual se dedicará al estudio de la criatura de nueve meses porque entonces está más desarrollada.  Cabe pensar que el futuro del nené prematuro estaba todavía impreciso de acuerdo a los avances de aquel momento, a diferencia de la actualidad, en que la medicina hace milagros permitiendo que de seres totalmente inmaduros surjan hombres con todas sus facultades, como le consta a la autora del presente artículo.

Al feto por nacer se le dedica buena parte del libro y finalmente al parto y a la labor de la partera. Las ilustraciones son sencillas, propias de una obra de divulgación científica.

Finalmente se hace  referencia a los cuidados que reclama la criatura recién nacida. En la página 57 hay un detalle curioso: en el caso del bebé que nace ahogado se describen una serie de acciones para revivirlo, entre las cuales se precisa que se le dará “a oler una pluma quemada”... Por supuesto, González del Valle concluye con que debe acudirse prontamente a la pericia de un cirujano para que use de todos los medios que posee la ciencia… Se detalla el lavado, la cura del ombligo, el vestido y se hace referencia al tétanos por la incidencia que tenía en la mortalidad infantil. 

Fiel producto de su época, se pone de manifiesto una vez más en el largo proceso de desarrollo del libro impreso, cómo del total de la producción literaria de un período dado se van destacando una serie de obras que adquieren relevancia con el paso de los siglos hasta conformar nuestros tesoros de incalculable valor. ¡Este Manual, no obstante su pequeñez, es uno de ellos!


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