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Foto de El Sable y El Caimán Barbudo vs los “mancos mentales” durante los años 1966-1967

El Sable y El Caimán Barbudo vs los “mancos mentales” durante los años 1966-1967

29/3/2021
Por: Vilma N. Ponce Suárez, Biblioteca Nacional José Martí

(Ponce Suárez, V. N. (enero-junio 2017) El Sable y El Caimán Barbudo vs los “mancos mentales” durante los años 1966-1967. Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, 1, pp. 248-250)

La necesidad de ejercer la crítica en el periodo de construcción del socialismo fue uno de los temas abordados por los dirigentes de la Revolución Cubana en sus discursos políticos de la década del sesenta del siglo pasado. En particular, el comandante Ernesto Che Guevara exhortaba a los cuadros políticos y administrativos a distinguirse por su juicio crítico y receptividad ante las opiniones de los trabajadores.  De igual manera, los estimulaba a la utilización de las publicaciones periódicas como vía para la exposición de sus ideas, aun cuando estas no coincidieran con las de otros dirigentes o significaran una reprobación de los resultados de su trabajo. El comandante Fidel Castro apoyó también públicamente el desarrollo de esa práctica; así lo manifestó en el acto por el aniversario del 26 de Julio, en 1962: “[...] la crítica no solamente hay que hacerla en los centros de trabajo, en las organizaciones, en el sindicato, sino que los periódicos revolucionarios también deben criticar [...] esas son las críticas que se hacen en los órganos de la Revolución, que se hacen los revolucionarios entre sí”. 

En correspondencia con esos criterios, durante el Pleno Nacional de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), efectuado en diciembre de 1965, el primer secretario Miguel Martín convocó a los responsables de Juventud Rebelde, su órgano de prensa, a ser mucho más críticos respecto a los defectos que existían en la sociedad y, en especial, dentro del universo juvenil.  Por esa época, el diario funcionaba como una editorial de revistas especializadas en la juventud, entre las que estaban: Pionero (1961), dirigida a los niños y adolescentes, y el suplemento humorístico El Sable (1965). Después vieron la luz el magacín cultural El Caimán Barbudo (1966), y Avanzada (1967), destinada a la superación de los jóvenes que integraron las Columnas Juveniles Agropecuarias. 

En especial, El Caimán Barbudo y El Sable, durante 1966-1967, asumieron una proyección crítica frente a los problemas que consideraron perjudiciales para el desenvolvimiento de la sociedad cubana. De esa manera, sus periodistas, escritores, dibujantes y diseñadores mostraron su compromiso político con la Revolución y el interés de contribuir desde sus publicaciones a la edificación del socialismo. 

El Caimán Barbudo, fundado por el profesor y escritor Jesús Díaz, contó con la colaboración en los dos primeros años de un grupo de docentes del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana, algunos jóvenes poetas de la Brigada Hermanos Saíz y trabajadores de Juventud Rebelde.  En sus páginas, además de promocionar las obras de poetas y escritores noveles, se trató de temas muy diversos relacionados con literatura, artes plásticas, política y filosofía. Desde su primer editorial hicieron un llamado a los jóvenes a ejercitar la crítica, y en esa dirección fueron algunos de los textos que publicaron en sus números. 

Por su parte El Sable, creado por el humorista Marcos Behamaras, se distinguió por su enfrentamiento a través del humor, la sátira e ironía a defectos y errores que obstaculizaban la construcción del socialismo, como eran el burocratismo, la ausencia de espíritu autocrítico, la vagancia y la carencia de iniciativas en los dirigentes administrativos. Tuvo su primer número unos meses antes que El Caimán Barbudo, en noviembre de 1965, y se mantuvo saliendo quincenalmente hasta diciembre de 1967, cuando, coincidentemente, finalizó la primera época del suplemento cultural. 

Gracias a la inventiva del dibujante José Luis Posada, El Caimán Barbudo tuvo como identificación a un caimancito de barba fina, en alusión a los barbudos del Ejército Rebelde. Mientras El Sable se reconocía por una pequeña abejita que sostenía en alto un sable, al estilo de los samuráis de las películas que se proyectaban por esa época en los cines cubanos.  Fue bautizada por su creador Virgilio Martínez con el nombre de “Kokito Kemado”, y simbolizaba el estilo fustigador que caracterizaba a esta publicación. 

Los dos suplementos de Juventud Rebelde tuvieron algunos rasgos coincidentes durante los años 1966 y 1967. Así, por ejemplo, ambos insertaron secciones para dar a conocer a jóvenes artistas de la plástica. El Caimán lo hizo en “Imagen de…”, que apareció desde el primer número;  y el magacín humorístico incorporó “El Sable presenta”. Coincidieron en estos dos espacios los ilustradores Rostgaard (Alfredo González Rostgaard) y el propio Posada; pero aparecieron también en sus páginas los dibujos de Chamaco (Luis García Fresquet), Virgilio Martínez y Roberto Guerrero, quienes eran miembros del equipo de diseño del periódico. 

En el primer número de El Caimán Barbudo, doce jóvenes poetas presentaron un documento con el título “Nos pronunciamos”, en el que expresaron las ideas esenciales de su programa de trabajo. Además de abogar por una literatura revolucionaria que afrontara los conflictos sociales, impugnaron a “[…] la mala poesía […] repetidora de fórmulas pobres y gastadas”.  En el camino de elaborar un nuevo modo de poesía social recurrieron a la ironía y al humor para criticar “[…] errores y malentendidos, aberraciones ideológicas o desviaciones tan repudiables como, por ejemplo, el oportunismo”. 

Por su parte El Sable, en la edición de noviembre de 1966, publicó al estilo de los poetas de El Caimán, un texto con el mismo título de aquel manifiesto, en el que se refirieron de forma humorística a la repercusión social que tenían sus señalamientos: “Consideramos que la crítica es a la vez terrible, alegre y triste; terrible para el criticado, alegre para el que ve que se critica algo mal hecho y triste para nosotros que en muchas ocasiones nos tenemos que quedar sin dormir, por estar discutiendo con los criticados”.  Tales palabras evidenciaban la resistencia que, por lo general, se generaba entre los individuos ante cualquier juicio negativo sobre su labor, publicado en los medios de comunicación. 

En el mes de mayo de 1967 asumió la dirección de Juventud Rebelde Félix Sautié, miembro del Buró Nacional de la UJC, quien había sido director del semanario Mella. Él se propuso instaurar una nueva política de trabajo en el periódico y sus revistas en correspondencia con las disposiciones del Partido Comunista y la UJC. Su objetivo principal era convertirlos en órganos que viabilizaran el análisis y la crítica franca y abierta a las insuficiencias existentes en la sociedad.  Inició su gestión estableciendo determinados cambios esenciales, pues pensaba que existía en el diario una crisis de contenido, la cual era necesario superar en breve. Por ello convocó a los periodistas a estudiar, investigar, ser audaces y creativos.  Comenzó señalando las deficiencias a través un boletín interno de información que creó, al que tituló En Onda; y organizó un seminario entre los días 4 y 5 de marzo de 1967, donde se enjuiciaron los problemas de forma y contenido que tenían las publicaciones. 

La opinión de Sautié acerca de la labor de los ilustradores y diseñadores era diferente, pues valoraba que ellos constituían “[…] el puntal de la revolución que estamos realizando en nuestro periódico”.  En ese grupo se destacaba el gallego Posada, como le decían sus compañeros, por el alto sentido crítico de los dibujos y su originalidad. De su pincel salieron los “mancos mentales”, figuras deformes que representaban a los burócratas que no tenían opiniones propias y, en general, a los que estaban desprovistos de un pensamiento creativo. En El Caimán Barbudo de diciembre de 1966, una nota adjunta a su dibujo describió a esos individuos como aquellos que estaban: “[…] baldados de las ideas, tullidos de los criterios, paralíticos de las opiniones, gente con muletas en los juicios […]”.  Al igual que en otras épocas de la prensa cubana la ilustración humorística se insertaba en la batalla ideológica contra las deformaciones sociales .

En los sesenta, el burocratismo fue uno de los vicios más criticados en el país, en la medida que obstaculizaba la marcha de las trasformaciones sociales y fomentaban el disgusto en las personas. Incluso, en enero de 1965, cuando se produjo el diálogo de Fidel Castro con el pueblo para determinar el nombre que tendría ese año, se valoró el de “Año de la lucha contra el burocratismo” y, aunque el seleccionado fue “Año de la agricultura”, era evidente que aquel constituía un problema de alta nocividad para la Revolución.  En aquella etapa, entre las soluciones que encontró la UJC para enfrentar esa cuestión, estuvo la de incorporar a la producción agropecuaria a los jóvenes “subutilizados” o “burocratizados”.  Sin embargo, en diciembre de 1966 aun no se había avanzado en su erradicación y, para colmo, las comisiones de lucha contra el burocratismo se habían burocratizado. 

La crítica a este mal se realizó no solo desde las publicaciones periódicas, sino también en el teatro, el cine y las artes gráficas. En las tablas, la obra “El baño” (1964), de Vladímir Mayakovski (1894-1930), fue llevada a escena por el grupo Teatro Estudio bajo la dirección de Vicente Revuelta. Constituyó en su momento una enérgica denuncia a la burocracia.  Excelente sátira de dicho problema fue el filme “La muerte de un burócrata” (1966), del realizador Tomás Gutiérrez Alea; al igual que el cartel de su promoción, resultado de la capacidad creadora de Alfredo González Rostgaard. 

Entre los dibujos de Posada publicados en El Caimán, que representaban a los baldados de ideas estuvo el que acompañó al ensayo “El ejercicio de pensar” (febrero de 1967), de Fernando Martínez Heredia, jefe del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana. Por esa época, el grupo de docentes que lidereaba tenía entre sus objetivos principales ofrecer a sus alumnos los recursos esenciales para el desarrollo de un pensamiento propio, alejado de las tradicionales fórmulas memorísticas y dogmáticas. Este era también un reclamo de los dirigentes de las organizaciones políticas juveniles, como Jaime Crombet, secretario general de la UJC, quien en su discurso del 21 de octubre de 1966 convocó a la juventud a: “[…] Aprender a pensar, a analizar, a ser revolucionario no por imitación, sino por convicción”. 

En “El ejercicio de pensar”, el filósofo abordaba cuestiones de extrema importancia para la continuación de la revolución nacional y continental, como fueron los factores que influyeron en la adopción por algunos comunistas cubanos y latinoamericanos de posiciones sectarias, burocráticas y oportunistas. Refiriéndose a ellos, el autor utilizó el término “manquedad mental”, con el que también Posada los había identificado en sus dibujos. El “manco mental” era la representación del individuo y, peor aún, del dirigente, que obstaculizaba el avance de la Revolución. Así señaló:

Bloque La versión deformada y teologizante del marxismo, que contenía gran parte de la literatura a nuestro alcance, resultó ineficaz para contribuir a formar revolucionarios capaces de analizar y resolver nuestras situaciones concretas. Al contrario, amenazó agudizar la pereza y la “manquedad” mental típicas del individuo colonizado, en una etapa en que el atraso económico y las dificultades en todo orden exigen rápido del espíritu creador. 

Martínez Heredia argumentaba que en las condiciones del subdesarrollo la deformación ideológica trascendía a los planos económicos y políticos, y se impregnaba en la cultura de los pueblos. Como resultado, se generaban dentro de las organizaciones marxistas formas de pensar y de actuar esquemáticas y dogmáticas, que las separaban de las posiciones revolucionarias. La necesidad de enriquecer el marxismo fue un reto que asumieron los profesores del Departamento de Filosofía, con lo cual correspondieron a las demandas de la dirección de la Revolución sobre este asunto. 

Otro tema enjuiciado por Fernando Martínez Heredia en “El ejercicio de pensar” fue el uso en la docencia de los manuales de marxismo, por considerar que no contribuían al desarrollo del pensamiento crítico y creador de los estudiantes. Esta idea estuvo también en la génesis de El Caimán Barbudo, pues en el proyecto que elaboró Jesús Díaz incluyó entre los objetivos que tendría la revista el: “[…] Desarrollar en nuestra juventud un espíritu […] del que se halle ausente […], toda concesión al manualismo, al pensamiento dogmático y rutinario […]”.  Asimismo, por esa época su colega Aurelio Alonso intervino en una polémica en las páginas de la revista Teoría y Práctica, donde argumentó que la enseñanza basada en el estudio de los manuales al final alejaba a los alumnos del marxismo.  Existía una evidente sincronía entre la proyección de este grupo sobre ese tema y la que sostenía la dirección de la Revolución; así por ejemplo, en agosto de 1966, Fidel Castro había expresado: “Y nosotros queremos que la conciencia de nuestras masas no sean conciencias de clisés, no sean conciencias de manuales, porque otra cosa que le han hecho tremendo daño a las ideas revolucionarias son los manuales. […]”. Y añadió: “Nosotros estamos ante situaciones nuevas, en una de cuestiones en que nos vemos en la necesidad de pensar con nuestras propias cabezas […]”. 

      Lanzas y sables contra los mancos mentales 

En 1966, en el contexto de la celebración del 350 aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes y Saavedra, autor de la emblemática novela El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, su personaje central devino para los cubanos en paradigma del individuo justiciero, desinteresado y solidario. La Revolución había demostrado, al decir de Fidel Castro, que en “[…] el pueblo hay muchos más ‘Quijotes’ que ‘Panzas’”.  Estimulado por este significado, Posada dibujó múltiples quijotes, los que diseminó en diversas revistas y periódicos de la época. De esa manera, los concibió enfrentando con sus lanzas a los “mancos mentales”. 

Los jóvenes de El Caimán… hicieron suya la imagen del Quijote, de tal forma que en los números 15 y 16 de 1967 sustituyeron el logotipo del caimancito por una estampa del ingenioso hidalgo.  En el 15 se incluyeron trabajos muy críticos como “Nota sobre la vitalidad de la cultura”, donde Jesús Díaz afirmó que el teatro cubano contemporáneo no había logrado convertirse en “un verdadero teatro popular”.  Por su parte, Ramón Sola Hernández censuró en su artículo “Fracaso de los transportes ICAIC” algunos filmes producidos por esa institución.  También presentaron la sección “La carabina de Ambrosio. Un tarrayazo no le viene mal a nadie”, en la cual disintieron de los autores de reseñas de libros que solo aportaban opiniones favorables y cuestionaron la decisión del Consejo Nacional de Cultura de ceder el Instituto de Literatura Lingüística a la Academia de Ciencias a cambio del Zoológico y el Acuario Nacional, entre otras críticas. 

En El Sable del 22 de mayo de 1967, Posada dibujó su Quijote dispuesto a iniciar una “fiera y desigual batalla” contra enormes figuras deformes.  El editorial de ese número describió a esos seres de la siguiente manera: “[…] andan sobre muletas acopladas al cerebro, aislados de nuestro mundo, incapaz [sic] de comprender la belleza de la Revolución”.  Y agregaron con sarcasmo: “Este número de El Sable está dedicado a las plagas, llámense ‘mancos mentales’ o ‘insectos’. […] Para usted, ‘manco mental’ o ‘insecto, va dedicado este número’”. 

Precisamente, en 1967, el cantautor Silvio Rodríguez utilizó la palabra “insecto” de manera despectiva y en sentido crítico en la letra de la canción “Los funerales del insecto”. Había reanudado en ese año las relaciones con sus antiguos amigos de la revista Mella, que ahora trabajaban en Juventud Rebelde y en sus suplementos, entre los que estaban: Posada, Juan Ayús, Virgilio Martínez, Guillermo Rodríguez Rivera y Víctor Casaus, quienes lo ayudaron a obtener una carta de aceptación en el periódico, una vez que finalizara el servicio militar. Su experiencia como dibujante valió para que Félix Sautié le diera el documento que aseguraba su plaza en el departamento de dibujo. 

Las relaciones de Silvio Rodríguez con los jóvenes escritores de El Caimán se estrecharon aún más en ese año cuando fue invitado a ofrecer un recital en la sala teatro del Museo de Bellas Artes, junto a otros poetas y trovadores.  Del mismo modo, desde noviembre de 1967 hasta abril de 1968, trabajó con varios de ellos en el programa televisivo “Mientras tanto”, del cual fue conductor.  Fue un momento en el que la poesía y la música de estos jóvenes se enlazaron para dejar constancia en el panorama cultural nacional de la existencia de un arte joven comprometido con el proyecto revolucionario, que, como la propia Revolución, rompía esquemas y no temía criticar lo que consideraban debía ser enjuiciado. 

A partir de agosto de 1967, en los números 78, 81 y 82 de El Sable, la crítica, antes sin rostro, revelaba los nombres de lugares y centros de trabajos que incurrían en la pérdida de productos por negligencia y total abandono, o donde existía falta de higiene. Entre los censurados aparecían los almacenes de los muelles de los puertos de La Habana y Regla; los municipios Plaza de la Revolución y Rancho Boyeros; así como, los pueblos de San Antonio de los Baños, Güira de Melena, Alquízar, Bauta, Vereda y Punta Brava. Los comentarios humorísticos e ilustraciones cargados de ironía se acompañaron de fotografías, las cuales ofrecieron mayor veracidad a los señalamientos. Estos números los titularon respectivamente: “Un sable enyerbado”, “No todo está en regla” y “Un sable encajonao”. 

Las críticas a través de El Sable y en la sección “Uranio” de Juventud Rebelde suscitaron la impugnación de los organismos amonestados mediante cartas que llegaron a la redacción.  Tal actitud recibió la réplica de Félix Sautié, publicada en la primera plana de Juventud Rebelde, el 15 de agosto de 1967, con el título “Respuesta a quienes nos increpan”, en la cual expresó su convencimiento acerca del rol combativo que debía tener la prensa en el enfrentamiento a los errores y deficiencias que afectaban la edificación de una nueva sociedad. De esta forma lo expresó el director del periódico: “No aceptamos los enjuiciamientos que se hacen en algunas cartas que hemos recibido, donde se acusa a los periodistas que trabajan en nuestras secciones de críticas como poco conscientes, resentidos o no revolucionarios. ¿Qué es lo más revolucionario sacar a flote la crítica que nos llega o callarla?”  

Tal situación controversial, provocada entre un medio de comunicación de una organización política y algunos funcionarios administrativos, revelaba los problemas existentes en torno al derecho y la necesidad de efectuar la crítica pública, y la capacidad de los implicados de aceptarla y reconocer sus errores. En los ambientes políticos y culturales existían cuestionamientos en relación a este asunto. Se debatía si, al declarar abiertamente las deficiencias, ¿no se les estaban proporcionando argumentos a los enemigos de la Revolución para sus ataques? ¿Cómo diferenciar la crítica con un objetivo revolucionario, de otra con propósitos destructivos? ¿Estaba el pueblo preparado para comprender la crítica y utilizarla adecuadamente en el perfeccionamiento del socialismo?

Durante la celebración del Seminario Preparatorio del Congreso Cultural de La Habana, realizado en noviembre de 1967, el asunto de la crítica fue uno de los más discutidos. En esa fecha el escritor Lisandro Otero, vicepresidente del Consejo Nacional de Cultura, declaró al periódico Granma:

Bloque El punto más polémico ha sido el de la crítica revolucionaria. Algunos al incluir algunos párrafos sobre el momento en que la crítica debe comenzar a ejercer un efecto saludable —nosotros estimamos que es cuando las masas desarrollan una madurez política, antes la crítica sería contrarrevolucionaria, algunos compañeros insistieron en que la crítica era motor de la madurez política del pueblo y no su consecuencia […]. 

Al analizar los números de El Caimán Barbudo y El Sable publicados entre 1966 y1967 se aprecia que sus escritores, periodistas y artistas defendieron la segunda opción, la crítica como “motor de la madurez política del pueblo”. Respaldados por la proyección de la dirección de la Revolución hacia este tema, abogaron por la “crítica de bisturí”, condicionada por la honestidad, enfocada contra las faltas e insuficiencias de los “mancos mentales” y oportunistas.  De esta manera intervinieron y se dieron a conocer en la esfera pública nacional durante la llamada “década prodigiosa”. 

Más abajo el artículo completo en formato PDF con las Notas Bibliográficas 

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