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Correo desde la Isla de la Dignidad. Luz y Caballero, el ilustre Maestro cubano, “el silencioso fundador”

22/6/2020
Por: Armando Hart Dávalos, Biblioteca Nacional José Martí

Correo desde la Isla de la Dignidad. Luz y Caballero, el ilustre Maestro cubano, “el silencioso fundador”

El texto de esta entrega, es resultado de la sistemática e intensa colaboración intelectual que tuve el privilegio de tener con Armando a lo largo de toda mi vida; lo cual le agradeceré siempre. (Eloisa María Carreras Varona)

El 22 de junio de 1862, José de la Luz y Caballero falleció en La Habana. José Martí afirmó sobre él, con gran respeto y ternura, “es el padre amoroso del alma cubana” y tras el primer recorrido por la Florida, al retornar a Nueva York dijo a los patriotas que lo esperaban: “yo no vi casa ni tribuna, en el Cayo ni en Tampa, sin el retrato de José de la Luz y Caballero”.

Cuando joven creció bajo la luminosidad de su egregio tío, el padre José Agustín Caballero, y completó su formación con el magisterio del Padre Varela de quien fue su más aventajado y excepcional discípulo y continuador. Sus ideas están asentadas en la reflexión científica más rigurosa e inspiradas en una espiritualidad de raíces éticas y religiosas. La sensibilidad cristiana en su expresión cubana se observa en el ideal cultural, de dignidad humana y vocación de universalidad que está en relación con el sentimiento ecuménico de Varela y de Luz. 

Profundamente sensible y justo, representó el pensamiento más avanzado de su época de dimensión universal. Asumió la cultura como defensa y sustento de la conciencia política, como una llama ética con la que enfrentó las contradicciones de la colonia. Estuvo entre los hombres que sembraron las semillas de la unión lograda en La Demajagua y en Guáimaro, y se alistó junto a quienes acudieron al combate con la esperanza de poner fin a la tragedia de la esclavitud y la miseria.

En el ideal cultural de dignidad humana y en el sentimiento ecuménico que heredó del padre Varela, conviven en su expresión cubana, los valores cristianos que en ambos fundadores alimentaron sus conceptos de patria y libertad.

     En la formación de Luz hay que anotar la influencia determinante del racionalismo, muy visible en los textos, actos y programas de su obra forjadora en el colegio El Salvador. 

      Poco a poco abandonó los estudios acerca de la religión, hasta que en 1821 decidió no tomar las órdenes mayores y se apartó de la carrera sacerdotal por razones filosóficas, pero persistió en él, la religiosidad que siempre lo distinguió.

Fue —como señaló Medardo Vitier—, un viajero ávido de noticias e intrépido en las andanzas… Visitó universidades, bibliotecas, museos, templos, ruinas. Conversó con literatos y sabios en el idioma de éstos.  

       En la década del treinta del siglo XIX, se acentuó su actitud “perturbadora”, al decir de uno de sus biógrafos. Ante la censura de imprenta, protestó contra ella. Se producía el cierre de una etapa histórica del desarrollo del pensamiento separatista y avanzaban las ideas reformistas y anexionistas. En 1834, Luz protestó por el destierro de Saco con la famosa Representación al capitán general Tacón.

      Participó con brillantez en la renombrada Polémica Filosófica,  desarrollada entre 1838 y 1840, de la cual fue sin duda su figura central y en la que se destacó por su singular talento, con formación empírico-racionalista, triunfando contra las posiciones del espiritualismo francés, representadas por el francés Victor Cousin y el método especulativo que constituían la filosofía oficial del coloniaje. Debatió con solidez y agudeza los intentos de la filosofía ecléctica que trataba de justificar este régimen y sustituir la cubanía por el integrismo. La Polémica es un antecedente esencial de la historia de las ideas cubanas y puede situarse como un punto de referencia fundamental de la cultura filosófica de los independentistas que iniciaron su gesta libertaria unos pocos años después de la muerte del maestro del colegio El Salvador. 

Con una lógica demoledora Luz y Caballero desmontó los verdaderos móviles del eclecticismo al señalar que: “Veíanse colocados entre el Antiguo Régimen y la Revolución y no se decidieron por uno ni por otro; pero trataron de arreglarse con ambos y llamaron a esto eclecticismo”.  Para Luz el eclecticismo conducía a conclusiones amalgamadas y confusas al servicio de los intereses creados y carecía de un diseño matriz esencial, por lo que se pronunció decididamente a favor del método electivo. Según afirmaba, se elige para algo, es decir, con algún objetivo. Dentro de la tradición cultural cubana, el propósito de elegir va orientado a hacer prevalecer la integralidad de la cultura para orientar el camino hacia la práctica de la justicia. Estas concepciones se relacionan con los conocimientos que adquirió de las enseñanzas de su tío José Agustín Caballero. 

Aunque a Luz se le conoció en lo fundamental por sus Aforismos, sus ideas tienen que ver con la modernización de la filosofía en Cuba y, por su originalidad, logró una gran dimensión y trascendental significación en el terreno del pensamiento filosófico. Pero para valorar su obra, debe tomarse como punto esencial de referencia la cultura gestada en nuestro país en la primera mitad del siglo XIX, y las conclusiones a las que arribó, que no necesitan ser bautizadas con categorías y esquemas europeos. 

Para Luz, el mundo de los valores espirituales era tan real como el de la materia. Su vocación filosófica —sostiene Medardo Vitier— cede únicamente a la pedagogía y a eso, según el autor de Las ideas y la filosofía en Cuba, hay que atribuir la forma ocasional en que fijó sus doctrinas. Nunca se puso a escribir un texto filosófico de contenido y plan uniformes. Sin embargo, sus escritos, aunque fragmentarios y en gran parte creados para La Polémica, nos permiten reconstruir su pensamiento.

Para un análisis a fondo de su obra hay que leer sus Elencos. En ellos encontraremos proposiciones que fijan la postura de Luz en temas fundamentales. Con el famoso Elenco del año 1835 inicia el viraje del pensamiento cubano hacia el empirismo y fortalecimiento definitivo de la reflexión científica. En el Elenco de 1840 (número 5), enuncia que concibe la filosofía, como un sistema de doctrinas y dogmas que así se ocupa en la exposición de las leyes del hombre y del universo y en la práctica de sus pensamientos y acciones. 

Para Luz la Filosofía debe ocuparse, del entendimiento, pero también del corazón, del mundo natural y de los problemas humanos.

En su concepción filosófica, Luz sitúa como aspecto fundamental el hábito de enseñar para mejorar al hombre. Es decir, sobre el fundamento del más riguroso pensamiento científico y de los hechos reales, intentaba descubrir posibilidades de promover y orientar la conducta del ser humano, para que —en el ejercicio de su libertad creadora— forjara una segunda naturaleza: la cultura. La confirmación definitiva estará en el resultado que se observe en la práctica humana. 

Nada del reino de este mundo estaba fuera del universo, el que era sometido al más riguroso examen por el pensamiento científico y filosófico. La base de su epistemología está conformada por aseveraciones como la siguiente: “la ley invariable de la razón humana empieza por lo concreto para elevarse a lo abstracto. La práctica antes que la teoría para que después éste pueda iluminar a aquella.”

Para Enrique José Varona, tanto Varela como Luz, estuvieron en la cúspide del pensamiento cubano, por eso afirmó: “El nivel de la cultura filosófica había de subir forzosamente y así explica como resonando aún los ecos de las últimas lecciones de Varela, viera Cuba surgir, ya formado, el escritor de más vasta erudición filosófica, el pensador de ideas más profundas y originales con que se cuenta el Nuevo Mundo: José de la Luz y Caballero. Espíritu nutrido con la más pura savia de la filosofía, exento de toda preocupación doctrinaria; enamorado ardientemente de la verdad, y con abnegación bastante para abjurar ante sus aras toda falsa concepción”. 

Luz hace depender la especulación filosófica de los adelantos científicos. Su posición como pensador se torna nítida cuando sostiene: si cambian nuestras ideas acerca del mundo y sus fenómenos, por virtud de los nuevos descubrimientos, cambian igualmente nuestras ideas acerca de la causa primera y de todas las cuestiones ontológicas.

En Luz —y en todo el abanico de ideas de nuestra ilustración decimonónica, desde 1790 hasta 1868— constituye un valor especial haber asumido con lealtad insuperable los principios culturales e incluso religiosos del cristianismo, es decir, las aspiraciones de redención del hombre en la tierra y, a la vez, las ideas científicas y filosóficas más avanzadas de la modernidad europea de su época.

En las décadas forjadoras de la conciencia nacional, se produjo una singularidad definida por el hecho de que no se trazó antagonismo alguno entre ética y ciencia. Ni tampoco entre fe en Dios (religión) y ciencia. La primera se colocó en plena libertad de la conciencia individual y la segunda como la orientación fundamental. Porque Luz nos habló de la existencia de Dios (origen y causa final del universo) como una cuestión de fe personal de cada individuo, de su sicología individual. La idea de Dios deberá ser asumida a partir de reconocerlo en el amor al prójimo (a la humanidad) y relacionado con la noción del bien y de la justicia caracterizada como “el sol del mundo moral”.

Al abordar la cuestión de la creencia de Dios como facultad de cada hombre, Luz estaba abriendo caminos insospechados en el pensamiento cubano, en el que se asumían los principios éticos y espirituales provenientes de la mejor tradición del hombre que murió en la cruz. Estas lecciones lucistas posibilitaron un rechazo a toda visión dogmática y, por esa vía, creyentes o no creyentes podían asumir en la cultura nacional una expresión de insospechado alcance. Los religiosos como él, que siguieron a Varela, se enfrentaron a la tragedia expresada en la contradicción existente entre el ideal cristiano e independentista que profesaban, por un lado y los dictados de la alta jerarquía eclesiástica española, del otro.

Sus alumnos, convertidos en muchos casos a un pensamiento liberal y radical, no tuvieron una actitud extremista en relación con los sentimientos religiosos. Heredaron el amor a la patria, el sentido de la dignidad personal, el respeto irrestricto a la libertad del hombre y el decoro individual, asimilando con orgullo una ética de raíces cristianas, presentes en Martí y en la esencia de nuestra cultura nacional.

Luz llegó a plantear que los vínculos entre el cuerpo y lo ético son mucho más profundos de lo que comúnmente se cree. La clave central de esta filosofía es pues, científica. Su saber perseguía alcanzar el conocimiento por vías empíricas, con el apoyo de su inmensa cultura teórica. Su inspiración en el famoso filósofo materialista inglés Francis Bacon y en el saber de los enciclopedistas, estaban en la base de esta sabiduría.

En el ideario lucista se proyecta un pensamiento democrático que juzga la sociedad como el estado natural del hombre y en ella, la problemática que lo afecta. Desde esa perspectiva analiza la discriminación racial en Cuba, valora la confianza y respeto en el pueblo, defiende la dignidad ciudadana de ser todos iguales ante la ley y ejerce la crítica en contra del fanatismo, la superstición y la incredulidad. A partir de estas premisas Luz relaciona ética y política. Dice: “Gobernar pueblos es el negocio más difícil de todos, como que más que ninguno reclama los costosos y largos frutos de la experiencia en el orden moral”.

En el 1844, aunque estaba ausente de Cuba, Luz se vio acusado por los sucesos que fueron conocidos como la Conspiración de la Escalera. En el año 1850, abatido por el dolor, ante la muerte de su única hija, víctima de una epidemia de cólera que azotó a La Habana escribió El diario de lágrimas.

Con humildad dejó de existir en 1862, rodeado por sus alumnos y los volúmenes de su biblioteca de El Salvador, donde vivió los últimos años. Su sepelio fue un imborrable acontecimiento de sensibilidad nacional, del pueblo que le distinguió como a uno de sus símbolos. 

Pero más que por su saber y sus ideas propias en filosofía, Luz y Caballero influyó por sus cualidades personales, por su comprensión de todo, por su reacción piadosa ante las imperfecciones del medio, por su fibra evangélica. Impresionó a muchos que por largo tiempo lo recordaron. En los testimonios existentes se advierte que fue su humanidad y su contextura moral, lo que dejó una huella imperecedera en contacto con su persona.

Quiso serenar las conciencias —señaló Manuel Sanguily— pero al cabo las perturbó, sin embargo. “Sí, porque las condujo a esa intranquilidad de quienes ven, al fin, el oprobio en que viven. Y aún con eso el educador, todo mansedumbre y prudencia, no hablaba sino de la verdad, y el impulso de propagarla que algunos sienten; de la fe, que genera raudales de caridad y esperanza; y de la justicia, sol del mundo moral.”