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Foto de Correo desde la Isla de la Dignidad.“ A los héroes y mártires de la lucha Histórica de la Revolución Cubana”

Correo desde la Isla de la Dignidad.“ A los héroes y mártires de la lucha Histórica de la Revolución Cubana”

7/12/2020
Por: Eloisa Carreras Varona y Armando Hart Dávalos, Biblioteca Nacional José Martí

En el contexto actual en el que vivimos hoy, acosados por todo género de absurdas e increíbles calumnias y agresiones por parte del gobierno imperialista y sus lacayos de la extrema derecha; desde el Proyecto Crónicas y con la palabra del Dr. Hart rendimos homenaje al Titán de Bronce en este nuevo Aniversario de su caída en combate, por el ejemplo que nos legó con su vida, en defensa de la soberanía de la Patria ante cualquier circunstancia. 

El 7 de diciembre de 1896, Antonio Maceo Grajales, Mayor General del Ejército Libertador, cayó mortalmente herido. Enfrentó con bravura, genio, resolución, coraje, fuerza, energía, pasión y valor a las tropas enemigas y por ser un verdadero y genial estratega militar, con un pensamiento libertario asentado en el valor, el honor y la virtud, pasó a ser conocido como el Titán de Bronce. 

El destacado combatiente fue también, un jefe eminente, de autoridad y prestigio absoluto y fue, asimismo, respetado como un gran maestro en el empleo de la táctica y la estrategia militar, no olvidemos que participó directamente en “más de 600 acciones combativas” y su cuerpo mostraba las huellas de las 26 cicatrices producidas por las heridas en la guerra y en el combate. 

Tras ese terrible primer momento de su muerte, sus compañeros de armas no pudieron transportarle y junto a él solo quedó su fiel ayudante Francisco Gómez Toro (Panchito), Capitán del ejército Libertador, hijo del Mayor General Máximo Gómez, quien permaneció incólume protegiendo el cadáver del General ―su jefe― por lo que también murió heroicamente, luego de resultar herido de bala y poco después rematado a machetazos por las tropas enemigas. 

Los restos mortales de ambos patriotas descansan en el Monumento del Cacahual, lugar de peregrinación permanente del pueblo cubano. 

Cada 7 de diciembre en su honor en Cuba conmemoramos el Día de los Caídos en nuestras Guerras de Independencia.

En homenaje a su sagrada memoria, les entrego una versión del panegírico de Antonio Maceo, que el Dr. Armando Hart pronunció en la velada ofrecida al conmemorarse el 68 aniversario de su muerte, el 7 de diciembre de 1964, en el Teatro Amadeo Roldán.



“No basta con el recuerdo y la admiración,

es preciso el estudio de su personalidad y de su actuación”


por Armando Hart Dávalos


En esta sexta ocasión en que la Revolución conmemora la fecha histórica del 7 de Diciembre, al hablar del Titán de Bronce y de todos aquellos que murieron en nuestras luchas libertarias, la enseñanza más profunda que pueda recogerse de los hechos acaecidos en aquella oportunidad es la de comprender el significado y la fuerza de Antonio Maceo en la historia de nuestra Patria.

Y en muchas otras ocasiones desde la tribuna revolucionaria se ha señalado el significado y la fuerza de esta gran personalidad histórica, que expresa acaso como ninguna toda la gran fuerza humana de las luchas libertadoras en nuestra Patria.

Hoy la enseñanza que podamos recoger los cubanos, de Maceo, no ha de traducirse exclusivamente en la evocación de su memoria, sino también en el análisis de su actuación y de lo que él representó. No basta con el recuerdo y con la admiración; es preciso también el estudio detenido de su personalidad y de su actuación.

Para cualquier cubano es un honor y a la vez una enorme responsabilidad, referirse a esta prominente figura de nuestras dos guerras por la independencia que fue Antonio Maceo y Grajales. Solo especiales virtudes de talento y de carácter hacen posible que un hombre se transforme en impulsor y representante de un movimiento revolucionario. 

Si se fuera a buscar el rasgo esencial que determina su posición en la historia, habrá quien hable de su valor personal, no faltará quien señale su talento militar; pero en mi opinión, la que resalta entre todas las inigualables virtudes de la personalidad histórica del Titán de Bronce, es su intransigencia revolucionaria en defensa de los principios, guiado por un profundo sentido ético y de respeto a las instituciones, y al orden jurídico de la República en Armas. Eso fue lo que lo hizo convertirse en un legítimo representante del pueblo cubano y de su Revolución. 

De igual modo debemos recordar que Maceo no fue solamente un gran talento militar, sino también, fue un hombre de honor, de insaciable curiosidad por la cultura, de amplísima visión humanista y de estrechos vínculos con el pueblo explotado del que era su más nítido representante en el Ejército Mambí. Apreciamos en él a un guerrero de modales cultivados en el “hacer” y en el “decir”; que hasta sus enemigos se vieron obligados a reconocerlo como un “caballero”. 

Nació el 14 de junio de 1845, en la ciudad de Santiago de Cuba, fue el primero de los diez hijos del matrimonio entre el venezolano Marcos Maceo y la santiaguera de origen dominicano Mariana Grajales Coello. En el proceso de gestación del héroe, sobresale en sus orígenes, sus antecedentes familiares y la decisiva influencia de su madre Mariana, esa gran forjadora de titanes. Sus antecedentes familiares revisten una gran importancia en la conformación de su recia personalidad, pues la heroica familia de los Maceo-Grajales está en la raíz de todas sus virtudes. 

Sin duda, los Maceo aprendieron en su casa la responsabilidad, el aprecio al trabajo, los principios morales, la disciplina, la fortaleza de espíritu y de cuerpo, el valor, y un profundo amor a la Patria, la libertad y la justicia. Las dotes de carácter y virtudes revolucionarias de Antonio Maceo son consecuencia de un esfuerzo personal que tiene sus fundamentos en la formación familiar y social que desde niño recibió. Fue asimismo, un adolescente y un joven, cuyo temperamento y comportamiento no inducían a quienes hicieran un análisis superficial, a pensar que el hijo mayor de Marcos y Mariana, llegaría a convertirse en un hombre de una conducta ejemplar cimentada en sólidos principios morales y de elevado proceder en la sociedad y la política. Pobre y discriminado por el color de su piel, en la sociedad esclavista cubana del siglo XIX, se situó desde las primeras batallas de nuestras guerras de independencia por su firmeza de carácter, valor personal e inteligencia  excepcional, en el punto más avanzado de aquella vanguardia revolucionaria, que fue la partera ilustre de la nación cubana y la cual ejemplificamos en Céspedes y Agramonte, la Demajagua y Guáimaro. 

El ilustre profesor cubano, Eduardo Torres-Cuevas, en su libro “Antonio Maceo las ideas que sostienen el arma”, afirmó que, debido al esfuerzo de Mariana, su hijo Antonio pudo estudiar hasta los dieciséis años en un colegio de Santiago de Cuba y subrayó también que, aunque sus maestros eran “personas cultas, de mucha rectitud y experiencia, en este tipo de colegios solo se impartían nociones elementales, consistentes en Lectura, Escritura y algo de Aritmética”.

Solo tenía Antonio veintitrés años de edad cuando se enroló en la guerra, en medio de agudas situaciones sociales, de atraso cultural y de pobreza de los campos, poblados y ciudades del oriente de Cuba. Pero él fue forjando al calor del combate un carácter, una voluntad y una ética que le permitieron promover la cooperación, establecer el orden, la organización y la disciplina dentro de la contienda bélica con mayor eficacia que otros patriotas con una formación cultural más elevada. 

Para el año 1864, Maceo se inició como miembro en la institución masónica, el Gran Oriente de Cuba y las Antillas (GOCA). Este acto representó para él no solo el lugar apropiado para llevar adelante la conspiración contra la España colonial, sino un verdadero espacio democrático, laico, republicano e independentista, que le permitió darle mayor dimensión a sus preocupaciones. 

Fue un proceso de autoeducación lo que elevó al Titán de Bronce a las cumbres más altas de la historia de Cuba y propició su incorporación a las fuerzas independentistas para luchar contra la opresión colonial. El carácter y la conducta de Antonio Maceo estaban guiados por un arraigado sentido ético-moral y mostró con el ejemplo de su vida la validez de los esos principios. 

Un aporte aleccionador de este crisol de ideas sobre Antonio Maceo, se  encuentra en incitar la búsqueda de las raíces esenciales del pensamiento cubano en las masas explotadas. Porque en Cuba ha sido más conocida y comprendida la historia de las ideas de los forjadores de la nación, surgidas en las fuentes de la alta educación recibida por los patriotas ilustrados de la clase acomodada, que tomaron la decisión de unirse a la justa aspiración de los humildes, fusionar sus intereses con los del pueblo trabajador y desencadenar la lucha por la independencia y la abolición de la esclavitud. Sin embargo, la influencia cultural de la población explotada y su articulación creativa con el saber más elevado del Occidente civilizado, no ha sido suficientemente reconocida y asumida, aunque ella constituye una contribución original de la historia de Cuba al movimiento intelectual y espiritual de nuestra América. 

Por ello subrayo que resulta muy importante conocer cuáles eran los orígenes específicos de estos paradigmas éticos y culturales en el caso de los esclavos, de la población de origen africano en general y sus descendientes en Cuba y, en especial, los del oriente del país. No puede atribuirse de forma exclusiva la educación de los Maceo a la escuela de Varela y de Luz. Ella debió jugar, desde luego, una influencia indirecta sustancial, pero el asunto es mucho más complejo, porque las ideas de libertad de los esclavos, hijos de esclavos y, en general, de la población explotada tenían —tal como han planteado algunos investigadores— otras influencias, sobre todo en el Oriente de Cuba. 

Las ideas liberales de la Revolución Francesa y de Europa en general, llegaron a las tierras orientales en buena medida por medio de sus relaciones con el mundo del Caribe, y las recibió una población pobre y explotada que obviamente las asumió de forma muy distinta a como se hizo en la historia de los Estados Unidos. La opresión que significaba la esclavitud generó odio contra la injusticia y amor apasionado por la libertad en hombres y mujeres que la sufrían o acababan de salir de ella. La discriminación social y racial desarrolló como rechazo un sentimiento de independencia personal que se arraigó en los espíritus más fuertes. Los fundamentos sicológicos de este espíritu, presentes en el cubano desde los orígenes de nuestra Patria, han sido fuente importante de su temperamento y carácter rebelde. Lo original está en que esos sentimientos se exaltaron más allá de las justas aspiraciones individuales, y se convirtieron en un interés en favor de todos los explotados de Cuba y el mundo. Es decir, la idea de la libertad y la dignidad personal superó la expresión intelectual y formal, y pasó a ser una aspiración concreta por todos y para todos. La lucha contra la esclavitud llevó al cubano a amar la dignidad plena del hombre, pero no para unos cuantos o para una parte de la población, sino para todos sin excepción. 

Frente a la claudicación y la división entre los cubanos que propiciaron el Pacto del Zanjón,110 se alzó Antonio Maceo, con su carácter entero, su devoción patriótica y su sentido ético, sumando a los bravos combatientes que estaban unidos a él, en la defensa de la independencia de nuestro país en la protesta que tuvo lugar en Baraguá, el 15 de marzo de 1878. Ante las promesas de las reformas políticas con las que España pretendía sepultar el ideal independentista opuso su lógica inclaudicable: “¿Qué ganaremos —decía Maceo—, con una paz sin independencia, sin abolición total de la esclavitud, sin garantías para el cumplimiento por parte del Estado español?”. Por esta razón, fue su conducta la más digna y la de más acendrado patriotismo en la gloriosa Guerra de los Diez Años. 

A los treinta y tres años obtuvo el grado de mayor general y ya para esa fecha su hoja de servicios incluía centenares de combates y su cuerpo mostraba veintidós heridas. Con esa autoridad indiscutida protagonizó la citada e histórica Protesta de Baraguá, ese acto que figura en nuestra historia como un ejemplo imperecedero de intransigencia y de apego a los principios consagrados en la Constitución de la República en Armas, y a sus leyes, que obligaban al mantenimiento de la lucha hasta alcanzar la independencia plena de la Patria. José Martí dejaría constancia más tarde de la enorme trascendencia de ese hecho al escribir: “Precisamente tengo ante mis ojos La Protesta de Baraguá, que es de lo más glorioso de nuestra historia”. 

Es conocido que, durante los preparativos de la Guerra del 1895, tuvieron lugar algunas diferencias entre Martí y Maceo. Sobre los puntos en discrepancia se puede confirmar a la luz de la perspectiva del tiempo transcurrido, que el Apóstol había estudiado y superado con profundidad y rigor, los reparos civilistas que obstaculizaron la Guerra Grande y que ni en Gómez ni en Maceo existían los gérmenes de caudillismo militar que hicieron naufragar la Guerra del 68 en el Pacto del Zanjón. Sin embargo, en las discusiones en el Ingenio La Mejorana, el 5 de mayo de 1895 entre Martí, Gómez y Maceo estaban presentes residuos de aquellas viejas cuestiones en las mentes de estos gigantes de la historia. No obstante, también conocemos que entre estos tres grandes hombres existía un acuerdo pleno sobre los objetivos esenciales de aquella contienda, y una verdadera comunión de fondo sobre las cuestiones fundamentales que tenían a su cargo, en el propósito irrenunciable de que Cuba fuera independiente de España y de los Estados Unidos, y que a su vez era parte integral de nuestra América. Tampoco había divergencia alguna en cuanto a la necesidad de promover la unidad entre blancos, negros, cubanos, españoles, y todos los componentes de nuestra sociedad. 

La hazaña militar de la invasión para llevar la guerra al Occidente del país, que materializaron Maceo y Gómez, ha constituido siempre un motivo de asombro y admiración dentro y fuera de nuestro país. Sobre todo, cuando se tiene en cuenta la abrumadora superioridad de la maquinaria militar que España llegó a tener en Cuba, y del moderno armamento de que disponía. Baste recordar que la metrópoli, despojada de sus inmensas colonias de América, acumuló contra nuestro país toda su fuerza militar y su resentimiento. La idea de la invasión (nacida desde los tiempos de la Guerra de los Diez Años), solo pudo llevarse a cabo y realizarse en la práctica, por el coraje, la inteligencia y la cultura de estos grandes patriotas. 

Antonio Maceo demostró un gran respeto a la ley y a las autoridades en las cuales la Revolución había confiado su conducción. Alcanzó por su pensamiento y acción, cumbres de gloria que lo distinguen como ciudadano de Cuba y de América, y lo presentan como un ejemplo para todas las generaciones de revolucionarios. Promover un conocimiento más profundo sobre Maceo como hombre de pensamiento, como dirigente político será un justo reconocimiento al artífice de la Protesta de Baraguá. Así lo reconoce Martí cuando señaló: “Con el pensamiento la servirá, más aún que con el valor. Le son naturales el vigor y la grandeza”.

 Todavía resuena, como una sentencia para todos los tiempos, aquel famoso pensamiento que escribió a José Dolores Poyo  —el patriota amigo— en la carta del 13 de agosto de 1884, advirtiéndole que “quien intente apoderarse de Cuba solo recogerá el polvo de su suelo anegado en sangre si no perece en la lucha”. Esa afirmación se ha convertido en convicción y guía para la acción de la Revolución Cubana. 

En Punta Brava, a las puertas de La Habana, cayó mortalmente herido en combate, el general Antonio Maceo, el 7 de diciembre de 1896 y junto a él, también pasó a la inmortalidad Panchito Gómez Toro. La sangre brava del General Antonio se unió de esta forma a la de la nueva generación para fundir así, en un abrazo eterno, los ideales de la nación cubana. Maceo es todo un símbolo que los cubanos guardamos celosamente como patrimonio esencial de nuestra nación.

El Gobierno y el Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba, están muy interesados en que los niños de nuestras escuelas, los jóvenes de nuestros centros de Enseñanza Media y Universitaria, se eduquen y se formen con un alto desarrollo de su conciencia política y revolucionaria, y con un alto desarrollo de la conciencia histórica.

Nosotros necesitamos, para construir el Socialismo, el recuerdo de nuestro pasado, porque en la memoria de nuestros héroes pasados, de nuestros mártires, encontramos una fuerza para seguir adelante, una fuerza real y objetiva para seguir adelante.

Los principios revolucionarios de nuestros héroes, de nuestros mártires, nos fortalecen, nos permiten combatir al enemigo, nos permiten avanzar y progresar por el camino de la construcción socialista. Es importante pues que nuestro pueblo y que las generaciones venideras siempre tengan presente la historia de nuestro país, siempre aprendan en esa historia las lecciones de cómo trabajar y de cómo avanzar mejor.

Tenemos una historia extraordinaria, y por eso tenemos una Revolución extraordinaria. Amando y queriendo a esa historia, amamos y queremos a nuestra Revolución. Comprendiendo y estudiando esa historia, comprendemos y estudiamos acerca de lo que debemos de hacer, de lo que tenemos que hacer, de lo que vamos a hacer.

Por eso es que hoy recordamos a todos los mártires de nuestra lucha libertadora. Por eso es que hoy vienen a nuestra memoria las vanguardias revolucionarias de todas las épocas…, las legiones de hombres y mujeres que han creado y construido este país en todas las épocas.

A ellos, nuestro eterno agradecimiento. A ellos, nuestro reconocimiento permanente. A ellos vaya como recuerdo el grito inmortal que todos los cubanos damos día a día: ¡PATRIA O MUERTE!, ¡VENCEREMOS!