Noticias

Buscar noticia

Mes
Año
Término de búsqueda

Foto de Correo desde la Isla de la Dignidad. Para una aproximación a la declaración universal de los Derechos del hombre

Correo desde la Isla de la Dignidad. Para una aproximación a la declaración universal de los Derechos del hombre

10/12/2020
Por: Eloisa Carreras Varona y Armando Hart Dávalos, Biblioteca Nacional José Martí

En la humanidad aun hoy evocamos con legítima gratitud el espíritu de aquellos hombres que en el contexto y trama de la Revolución francesa de 1789, dieron aquel enorme paso de avance en defensa de los Derechos Civiles y Políticos del Hombre, en defensa, en fin, de los Derechos Humanos, al aprobar la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano aquel 26 de agosto de 1768, cuyo contenido fue refrendado en la Constitución francesa de 1791. Luego ─muchos años después─ en 1948 y con dos terribles guerras mundiales mediante, se proclamó, finalmente, la Declaración Universal de los Derechos Humanos,  que ha sido, sin dudas, uno de los logros más destacados de la Unión de Naciones Unidas (ONU) y no olvidamos, incluso, que los fundadores de la citada institución mundial manifestaron, desde entonces, su esperanza de que la nueva organización sirviera para evitar otras conflictos bélicos, pero bien conocemos que estos deseos no se hicieron realidad, sino todo lo contrario, en medio del caos mundial que ha generado la prepotencia de la oligarquía y el imperialismo mundial hasta el día de hoy.

A estas alturas del siglo XXI, la contención que encarnaban los principios éticos y jurídicos de valor universal y el sistema institucional que representa la moderna civilización, han sufrido ya, un desprestigio colosal por el uso arbitrario y el ejercicio abusivo del poder, lo que ha conducido a nuevas y sanguinarias conflagraciones y a la quiebra de los sistemas socioculturales en distintas regiones del planeta. Pero no se trata solo del abuso del poder, porque bien conocemos que se han realizado flagrantes violaciones de la ley con verdadera y total impunidad, ejemplos que todos tenemos a la vista. Cada uno de estos conflictos se convierte de hecho, en el principal peligro que tienen no sólo los derechos humanos, sino la existencia misma de la vida del hombre sobre la tierra. 

Ha quedado claro que el sistema de las Naciones Unidas necesita fortalecerse, pero ello sólo se podrá hacer por las vías de la democratización plena, al ampliar la autoridad de la Asamblea General y, a su vez, que el Consejo de Seguridad tenga una más amplia y representativa composición; lo que le permitiría alcanzar más autoridad moral y más amplias posibilidades de acción. Si esta institucionalización, surgida como uno de los progresos más importantes del desenlace de la Segunda Guerra Mundial, no se transforma o perfecciona en dirección a una mayor democracia y respeto a los principios político jurídicos que teóricamente han inspirado la civilización moderna, se habrá perdido, a escala mundial, toda posibilidad de ductilidad en relación con la contención necesaria que necesitamos para defender los intereses de la humanidad.

En las confrontaciones que ya han tenido lugar, es cada vez más evidente que no sólo se violan sistemáticamente las normas jurídicas internacionales, sino que se aplican sanciones irracionales de castigo económico y militar contra otros Estados soberanos, pasando por encima de la ONU, porque en su propio seno están teniendo lugar alteraciones de normas y prácticas en las que se había sustentado hasta ahora el complicado equilibrio de los poderes e instituciones de los Estados. 

No obstante, debemos continuar defendiendo como una de las mayores conquistas de la segunda mitad de siglo XX, las Naciones Unidas y la amplia gama de instituciones surgidas al calor de las mismas; porque lo más importante es el escenario político, técnico y jurídico que se logró con la creación y desarrollo de estas instituciones mundiales. Desde luego, que se deberá seguir trabajando en su perfeccionamiento al servicio de toda la humanidad.

Pero la tragedia real se encuentra en la incapacidad e impotencia del sistema dominante en Norteamérica para responder a las responsabilidades políticas y culturales que su poderío económico y militar le incita a ejercer. Ahí está la esencia del drama y de la crisis internacional que de manera galopante se extiende y profundiza en el mundo. Pero como siempre sucede con los grandes imperios en su ocaso, la irracionalidad y la torpeza aparecen en la superficie de un sistema que debe ser transformado, pero en un sentido radicalmente opuesto a lo que desean los que toman las decisiones de poder. El sistema jurídico internacional debe realizar cambios, pero a partir de las normas y leyes establecidas y para ampliar la democracia y la participación de los pueblos y naciones en la toma de decisiones.

La civilización dominante en Norteamérica posee un sentido pragmático de la vida que le sirvió para recorrer un camino de incuestionable progreso, pero no ha forjado una cultura que posea la riqueza y la capacidad indispensables para reproducirse y crear valores espirituales duraderos, mucho menos en un mundo que en aspectos sustantivos tiene una mayor riqueza cultural. Esos aldeanos vanidosos que mandan en la superpotencia imperialista no poseen la cosmovisión universal indispensable para entender el significado y la consecuencia de los nuevos procesos de internacionalización de la riqueza que se encuentran en la globalización. Muchos de ellos ignoran el drama social que existe, porque la civilización contiene gérmenes de fracturas serias, que vale la pena estudiar con rigor porque en sus efectos está involucrada la existencia de la humanidad. De igual modo, la tendencia al aislacionismo presente en vastos sectores sociales de Norteamérica unido al pragmatismo de sus decisiones económicas y de su política internacional, choca con las responsabilidades que supuestamente pretende asumir en un mundo que no les resulta sencillo dominar.  

Lo que distingue la época que vivimos, en relación con los hechos dramáticos generados por las intensas contradicciones sociales, que vienen gestándose desde el inicio de la historia humana, es que las luchas económicas se encuentran entrelazadas de manera cada vez más pronunciadas, con los fenómenos de la superestructura, en la cual la cultura, en tanto expresión de conciencia colectiva, desempeña un papel progresivamente superior.

Hoy, como bien sabemos, no se vale hablar únicamente de la contradicción entre pobres y ricos, sino también entre naciones opulentas y empobrecidas. Los enfrentamientos a escala internacional entre los dueños de las riquezas y las masas trabajadoras y explotadas están vinculados a categorías de fundamentos tan reales como las de nación, grupos étnicos y nacionales, movimientos migratorios y cambios generacionales, entre otros. En este nuevo siglo estas categorías se manifiestan de forma más compleja, dramática y universal que en los períodos históricos precedentes. Se presenta, en un extremo, al imperialismo, voraz e insaciable y, como se aprecia, lleno de contradicciones internas, y en el otro, a los países de América Latina y el Caribe, Asia y África; pero eso que se ha llamado Tercer Mundo, está presente también en el seno de los propios países capitalistas desarrollados. Las pugnas entre las identidades se expresan con agudeza en todos los confines del planeta. Esa es la nueva dimensión que está alcanzando el drama social, económico y cultural en los años posteriores a la caída del muro de Berlín. Al término de la Segunda Guerra Mundial, ya se avizoraban y producían estos enfrentamientos, pero la existencia de un equilibrio bipolar contuvo, o al menos amortiguó, un desenlace radical de relaciones tan conflictivas.

El funcionamiento del sistema jurídico y el predominio de normas éticas es a la sociedad lo que la fisiología a la vida humana. Hay que cuidar estos valores con el mismo nivel, de exigencia con que protegemos nuestra salud; porque su afectación crea malestar espiritual y desviaciones; crea, además, encono y amargura en los espíritus débiles y facilita de esta forma cualquier influencia negativa en el desarrollo armónico. La defensa de la juridicidad y del humanismo deben ser pues, un interés de la seguridad de las naciones.

No existirán posibilidades de transformación radical y genuinamente moderna, si no somos capaces de descubrir los hilos que articulan nuestra identidad nacional, nuestra proyección universal y nuestro derecho a una civilización superior; pero ¿qué es lo que ha ocurrido?  En tanto las ciencias de la naturaleza y las tecnológicas desde el siglo XX, avanzaron de manera sobresaliente, las de la sociedad y la convivencia humana quedaron ancladas, rezagadas y retrasadas con relación a las antes citadas. 

Durante las últimas décadas del siglo XX, grandes pensadores de la historia universal también quedaron olvidados y desvirtuados por la mediocridad, la torpeza de una llamada cultura masiva que mantiene en la ignorancia y la confusión a millones de seres humanos y también tuvo lugar un llamado “socialismo real” que acabó perdiendo, por falta de cultura, toda posible realidad. Pero los hombres de buena voluntad en todo el planeta, para ser consecuentes debemos luchar en defensa de la supervivencia de la humanidad abanderados de los derechos humanos.


 LOS DERECHOS HUMANOS DEL OTRO LADO DEL BLOQUEO

No hay dudas que, si el tema de los derechos humanos es tratado con rigor cultural, nos puede orientar y guiar en el amplio campo de los análisis teóricos de carácter socioeconómico y hacia las más diversas formas del combate político en favor de las ideas revolucionarias en la contemporaneidad. 

De esta suerte, el humanismo y, por tanto, la cuestión de la democracia, la libertad individual y el estado de derecho con los cuales se relaciona, y de que tanto se vanaglorian los grupos oligárquicos de diversos países capitalistas, han sido, en realidad, abordados en el occidente civilizado en forma reducida y parcial; porque estos conceptos han sido tratados de manera intelectualista, formal y retórica y solo han servido para proteger a reducidos intereses particulares de élites y grupos minoritarios, así como a determinadas capas privilegiadas o protegidas por el sistema social prevaleciente en dichos países.

De igual modo, recordemos el pensamiento de Marx porque rebasó los esquemas tradicionales de ese humanismo exclusivista y aristocrático, colocó los derechos del hombre en el centro de la cuestión social y tomó un carácter universal, en tanto planteó el fin de la explotación del hombre por el hombre como prerrequisito de la libertad, de la democracia plena y de los derechos individuales de las masas empobrecidas, ésas que constituyen la inmensa mayoría de la humanidad. En nuestra América, el humanismo de Martí trascendió también el esquema de las sociedades anteriores porque el Apóstol echó su suerte con los pobres de la tierra y proclamó que “patria es humanidad”. 

La génesis cultural del humanismo en Cuba, como expresión del humanismo americano y del humanismo de los pobres, tiene sus orígenes en las dos corrientes del pensamiento occidental que llegaron a nuestra América: la de las revoluciones democráticas y populares de los siglos XVIII y XIX, fundamentadas en la Ilustración y en los Enciclopedistas y la del cristianismo y su sentido de redención humana y social. Es decir, las ideas democráticas llegadas de Europa y los mejores valores humanos del cristianismo, los cuales se radicalizaron hacia sectores populares, por la singular composición social y la evolución económica que tuvo lugar en nuestro país. 

Desde época tan temprana como los comienzos de la década de 1870, José Martí, con menos de veinte años, enunció un principio cardinal de su vida y de su ética, cuando habló de la “honra universal”. La perspectiva anticolonialista le hizo comprender que los ideales propagados por el liberalismo europeo podrían estancarse, en la misma medida en que la República Española que ya entonces mostraba una actitud conservadora con respecto a la separación de Cuba de España.  Esto lo llevó a afirmar que las intenciones de liberalismo, así como su espíritu, podrían verse turbados por lo que él llamó “el amor a la mercancía”, en otras palabras, por los intereses económicos.

El sentido humanista de nuestra cultura tiene, pues, un carácter genuinamente universal y de liberación social. Estudiar los fundamentos económicos, sociales y culturales del humanismo americano debiera ser uno de los objetivos de los procesos de elaboración de nuevas ideas en la actualidad. Así podremos encontrar las formas y contenidos nuevos del debate político en el plano internacional.  

Aunque ya se cumplieron 30 años de la desaparición de la URSS, los problemas que originaron la gloriosa Revolución de Octubre no se han extinguido. Es decir, hay un cambio de la realidad política, pero permanece sin resolverse y por el contrario se ha agudizado el viejo problema de la explotación social y económica del hombre. No olvidemos que viven en la miseria centenares de millones de seres humanos, a pesar del desarrollo tecnológico y científico que ha tenido lugar. Por estas razones, el empeño por defender los intereses de los pobres, sitúa la cuestión de los derechos humanos en el seno del debate cultural como un problema de gran importancia revolucionaria, aun hoy, pasadas las primeras dos décadas del siglo XXI.

En el primer párrafo del Manifiesto Comunista de 1848, sus autores señalaron que la historia de la sociedad humana es la historia de la lucha de clases y precisaron los diversos antagonismos clasistas reconocidos y estudiados por Marx en su época. Aquellas páginas memorables permanecen en pie hasta hoy. Habría que incorporarles, desde luego, el antagonismo existente –y que adquirió importancia especial tras la muerte de Marx– entre los círculos dominantes de la civilización occidental y los pueblos y naciones de Asia, África y América Latina. Ya Lenin lo había avizorado en los últimos años de su vida y Martí lo había esbozado desde finales del siglo XIX.  Nadie debe reprocharnos que estemos planteando un problema tan viejo, porque la cuestión misma de la explotación y la miseria, es más vieja aun y tiene hoy tanta o más vigencia que nunca y ofrecen peligros mayores para toda la humanidad.

Claro que no es sencillo, entablar una lucha frontal, abierta, contra el gran monopolio dominante del mercado mundial. Pero estamos en el deber de denunciar, en el plano de la cultura y de las ideas políticas y sociales, el dominio de los círculos más reaccionarios de los Estados Unidos, así como el alto grado de inhumanidad que el ejercicio de ese poder encierra. Y para ello los hombres y mujeres de buena voluntad en todo el planeta, debemos exigir que se cambien, de forma radical, las reglas del juego establecidas sobre el debate político, lo que incluye el buen uso de las expresiones humanismo, democracia, libertad y estado de derecho.  

Veamos la cuestión en el terreno de la ética, la proclamación del ideal humano formulada por los centros de poder de Europa y Estados Unidos y su negación en la práctica, porque plantean un problema de conciencia y, por tanto, una seria cuestión ética. En ese sentido, nos basta destacar que muchos de quienes defienden la dignidad humana sobre fundamentos cristianos están traicionando, diaria y sistemáticamente a los pobres de la tierra. Y con ello, incumplen la esencia ética más profunda del mensaje de Cristo.

Cuando se piensa en el estado de derecho, cabe distinguir lo siguiente: en la historia de la civilización occidental, los sistemas jurídicos han ejercido la violencia contra las masas trabajadoras y explotadas. Tales sistemas han ignorado, subestimado, despreciado, los derechos económicos y sociales de la inmensa mayoría de la población.  Han sido, pues profundamente injustos e inhumanos.  De lo que se trata, en el socialismo, no es de volver al antiguo estado de derecho burgués, sino establecer y respetar un sistema de derecho que proteja la igualdad social, los derechos humanos, económicos, políticos y sociales de todos y por el bien de todos sus ciudadanos y sus descendientes.

El derecho, el Estado y la democracia cubanos, de fundamentación socialista, son una consecuencia de la evolución política y social del pueblo cubano y responden a un acto de soberanía plena ¿Qué derecho tienen el gobierno norteamericano, la oligarquía financiera y la extrema derecha a tratar de imponernos su voluntad? Ninguna posee facultad alguna para entrometerse en los asuntos que nos competen como país soberano.

La humanidad, en su milenaria historia, arribó al principio de determinación de las naciones; en nuestro siglo, este principio alcanzó una importancia política muy especial. La soberanía de los estados y el derecho a establecer sus propios sistemas jurídicos en correspondencia con su historia nacional y con la libre voluntad popular, es una conquista de la cultura política moderna. A ella no se puede renunciar sin afectar los derechos universales del hombre consagrados en la Carta de las Naciones Unidas.

Concretamente, los cubanos tenemos que subrayar cada vez con más fuerza, nuestra denuncia de que el Bloqueo y todas las medidas aplicadas por el sistema imperialista contra Cuba durante casi sesenta años, han constituido y constituyen una flagrante violación de los derechos humanos. Pero tenemos que seguir denunciando, cada vez con mayor profundidad y resonancia internacional, que quienes quieren imponernos, desde el exterior, esquemas económicos obligados para comerciar, están dañando el derecho de nuestro pueblo de ser un país libre e independiente.  La defensa de nuestra identidad nacional, el derecho de Cuba a escoger el camino que corresponde a su propia historia y a la composición social real de su población, es un principio irrenunciable de carácter humanista. Y tal principio es violado sistemáticamente por los herederos de los explotadores de todos los tiempos.

La soberanía de los estados es un postulado de derecho internacional que Estados Unidos ha violado, de manera sistemática, en sus más de doscientos años de existencia. ¿Qué norma internacional permite a un Estado mantener, durante casi sesenta años, el bloqueo contra otro país soberano?  Pero hay más, porque con el Bloqueo se viola en Cuba los principios de la libertad de comercio, proclamados como sacrosantos por el régimen burgués; la existencia real del Bloqueo está en la raíz fundamental de la violación de los principales derechos humanos del pueblo cubano.

Debemos continuar denunciando en todos los foros, está violación flagrante contra nuestro país, que está formulada en las legislaciones del imperio. Exijamos un cambio radical de las escalas de valores con que los consorcios internacionales de la desinformación y de la formación de la opinión pública analizan estos problemas; no aceptemos las reglas del juego establecidas.  

Hay que responder con verdades y la verdad es que los supuestos defensores de los derechos humanos en la civilización occidental pasan por alto y pisotean el drama social y político de las propias naciones que representan.

Desde el indio Hatuey hasta aquí, la historia de esta Isla y la formación de esta nación han estado inspiradas en los derechos de todos los hombres a la igualdad, a la fraternidad y a la libertad.  Por esos derechos y por esas conquistas se hizo la Revolución. Toda la obra desplegada en estos más de sesenta años ha estado inspirada, impregnada y caracterizada, en el resguardo, protección y amparo de los legítimos derechos de nuestro pueblo y, desde luego, en la búsqueda de toda la justicia, soberanía y libertad para su disfrute a plenitud. 

Aunque traten a toda costa y a cualquier precio de demonizar al Estado y el Gobierno cubanos, en este mundo que vivimos hoy, plagado de mentiras, fake news, tergiversación de la subjetividad con engaños, falsificaciones, inventos, calumnias, difamación y el más denigrante vale todo en la realidad misma y en las redes sociales; en Cuba, la protección de los seres humanos y sus derechos, estuvo y está en la esencia misma de la Revolución desde su gestación. Por eso un día como hoy, podemos afirmar que la Revolución Cubana continuará siendo fiel abanderada de los derechos de los cubanos y de sus descendientes.