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Correo desde la Isla de la Dignidad. El padre de Armando Hart Dávalos

26/12/2020
Por: Eloisa M. Carreras Varona y Armando Hart Dávalos, Biblioteca Nacional José Martí

Enrique Hart Ramírez ―el padre de Armando― nació con el siglo XX, el 13 de diciembre de 1900, en La Habana. Él procedía de una familia norteamericana que arribó a nuestro país desde Georgia, Estados Unidos, a comienzos de la década de 1870, cuando su abuela quedó viuda, sola y con dos niños a su cargo, en plena Guerra de Secesión o Guerra civil estadounidense. Por lo que ellos formaron parte de las oleadas migratorias que procedente del territorio norteamericano, empezaron a recalar en Cuba por esa época. 

Su abuelo paterno —Frank Hart Ballot─, fue uno de esos dos niños que llegó a Cuba con cortísima edad y toda su vida vivió honestamente en nuestra Patria, hasta que murió en los primeros años de la Revolución. Como norteamericano que era, decidió dar a sus hijos nombres en inglés, por esa razón su padre fue inicialmente inscrito como Henry. Pero cuando él cumplió la edad necesaria para poder cambiar su nombre al español, fue al Registro Civil y lo hizo. Como cubano tuvo ese gesto inicial que para toda la familia fue un símbolo de respeto y amor por su país. 

  Enrique y Marina Serafina Dávalos Rodríguez Torices, sus padres, se enamoraron cuando ambos estudiaban en la Universidad de La Habana y se casaron el 23 de enero de 1926, en la Iglesia del Ángel de la capital cubana. Cuando Armando evocaba a sus padres, elogiaba su bondad y sentido de la justicia, el pleno rigor y la exigencia mezclados con el amor, sentimientos y valores que relacionaba con el estricto cumplimiento de las normas y la Ley. Les agradeció siempre la educación que le brindaron, la cual empezó con la prédica de su intachable ejemplo.

Este 13 de diciembre se cumplieron 120 años de su nacimiento, en homenaje a su memoria les entrego el texto que, en honor a su padre, pronunció en el acto solemne “Doctor Enrique Hart Ramírez in Memoriam”, celebrado el 23 de septiembre del 2000, en la Sala-Teatro del Tribunal Supremo Popular, en La Habana.


Mi padre 

Por Armando Hart Dávalos

No sé si seré capaz de emitir un juicio sereno sobre el significado de la figura de mi padre; pero al menos deseo que estas breves palabras de homenaje a su recuerdo, logren seguir por la senda de aquel consejo de José Martí, en el que nos incita a tratar de equilibrar en nuestras almas las facultades intelectuales y emocionales, vivas y actuantes en todos los seres humanos.

Mi padre fue un ferviente admirador de la Revolución Francesa, aunque estaba consciente que los nobles principios de Libertad, Igualdad y Fraternidad que la inspiraron, habían sido distorsionados con posterioridad. También se sintió heredero de nuestras gestas independentistas. No era creyente y mantenía en su cultura un pensamiento racional de formación científica. 

Inició la carrera judicial mediante las oposiciones convocadas para cubrir plazas de jueces municipales y logró ingresar en la judicatura como Juez Municipal de Trinidad el 27 de enero de 1926, por cuatro años. Después, laboró como Juez en la ciudad de Sancti Spíritus; un año más tarde ejerció en el pueblo de Colón y luego, por espacio de nueve años, prestó esos servicios en la Audiencia de Matanzas. Con posterioridad, fue nombrado Magistrado de la Audiencia de la provincia de Oriente, con residencia en Santiago de Cuba y, finalmente, se radicó en la capital para comenzar a trabajar en la Audiencia de La Habana.

Una tarde ─estando yo en cuarto grado─ cuando llegué a nuestro hogar lo encontré junto a la radio muy triste y pensativo, acababa de empezar la invasión nazi fascista a Francia, esa es la imagen más remota que tengo de la II Guerra Mundial.

La Ética y el Derecho estuvieron en la raíz de las ideas con las que educó a sus siete hijos. Asimismo, puedo afirmar que siempre fue un Jurista honesto y consecuente, que desempeñó sus funciones judiciales preservando siempre la honestidad profesional y personal, siendo uno de los casos de los funcionarios judiciales que lograron respeto y prestigio, frente a las presiones de las clases dominantes y de los intereses de los políticos de turno.

En ese sentido recuerdo una anécdota que le ocurrió a finales de la década de los años 40, cuando un Senador asesinó a boca de jarro a un Representante a la Cámara y por la probidad y justeza con la que obraba mi padre, la Audiencia de Oriente lo designó en su condición de Magistrado, como Juez Especial en la causa que se incoaba. Mi padre decidió procesar al Senador, pero existía el requisito legal de que para ello era necesaria la autorización del Senado. Se dirigió a ese cuerpo y este le negó la posibilidad de hacerlo. Resultó un gran escándalo y una muestra más de la corrupción y la politiquería que invadían aquella sociedad. Alguien le dijo que esa era la ocasión ideal para que pudiera hacerse rico, o ascender rápidamente a las más altas magistraturas de la administración de justicia en el país. Pero como no lo hizo, lo llamaron “tonto”; entonces llamaban tontos a los hombres honrados. Hoy, sin embargo, recordamos a esos hombres, y los llamados “listos” han pasado al olvido. Esta es una enseñanza que nunca olvidaré, porque para él lo más importante era la actuación ética, y también el cumplimiento de la ley formal; porque era un verdadero defensor de la ley escrita, de la ley como estaba formulada. El contenido del Derecho está en el ideal de justicia, y eso estuvo siempre presente en la ética que él nos enseñó. 

Durante la tiranía fue objeto de allanamientos, persecuciones y órdenes de detención, a lo que siempre respondió con gallarda conducta; vivió defendiendo los principios de la mejor tradición jurídica cubana. Junto a otros jueces y magistrados de gran prestigio en el país ─entre ellos Juan B. Moré y Fernando Álvarez Tabío─ formuló en el mes de marzo de 1958, una denuncia legal ante la Sala de Gobierno del Tribunal Supremo de la vieja República neocolonial, contra los crímenes que la dictadura venía cometiendo desde el poder y a plena luz pública. Aquel hecho estuvo cargado de dignidad ciudadana y de enseñanzas imperecederas. Ese acto de protesta fue algo excepcional en la época de la tiranía, aunque responde a nuestra tradición jurídica. Pensemos que la juridicidad en Cuba se inició formalmente, el 10 de abril de 1869, cuando nació la República de Cuba; porque el Estado cubano no se fundó el 20 de mayo de 1902, sino el 10 de abril de 1869, cuando los grandes hombres del 68 crearon la República de Cuba en Armas en Guáimaro, en plena manigua mambisa e insurrecta. Y en aquella juridicidad de la República en Armas se decretó la independencia de Cuba y la abolición de la esclavitud. 

Cuando he visto las siniestras listas de los desaparecidos en diversos países no solo de Latinoamérica sino de cualquier parte del mundo, y pienso en los atropellos y crímenes que allí se han perpetrado, me acuerdo de esa valiente denuncia que mi padre y aquellos Magistrados hicieron contra las violaciones de los derechos humanos que la dictadura cometió en nuestro país. 

Mi padre se hizo revolucionario porque era un hombre de Derecho y de Ética, y nosotros —sus hijos— hemos intentado siempre seguir el camino que él nos enseñó.

En el mes de abril de 1958, coincidiendo con la muerte de mi hermano Enrique y con el pretexto de aquella protesta de los Jueces y Magistrados, y de otros hechos que le fueron imputados, se inició contra él un expediente de separación de su cargo y funciones de Magistrado en la Audiencia de La Habana, como resultado de las maniobras que realizó el régimen espurio. Finalmente lograron destituirlo en junio de ese mismo año, momento en que tuvo que pasar al exilio junto a mi madre y la mayor parte de sus hijos, hasta que pudo regresar a la patria tras el triunfo de la Revolución, en enero de 1959. 

Consumada la conquista revolucionaria, organizó y participó en la administración de la justicia en Cuba socialista hasta su muerte. Porque mi padre fue uno de los juristas cubanos que, formado en la primera mitad del siglo XX, entregó todo su talento y saber jurídico a la Revolución. Se trató pues de un funcionario judicial que supo unir a su competencia y sabiduría, la conducta intachable de honestidad profesional y personal, lo cual significaba para él un compromiso de nuevos servicios a su pueblo.

Cuando haciendo la Revolución, y muy especialmente, en los primeros años tras el triunfo, que utilizando el Derecho teníamos que promover los cambios revolucionarios, y por supuesto entrábamos en contradicción con las leyes vigentes. Entonces sostuve grandes debates con mi padre, pues él era un firme defensor de la ley escrita, y del procedimiento. Le debí argumentar que los hechos anteceden al Derecho, pero él me decía: “Dicten y pongan en vigor las leyes que ustedes consideren necesarias, pero díctenlas para que nosotros podamos aplicarlas. Cambien las legislaciones y seremos estrictos en el cumplimiento de ellas.” Además, me señaló algo que nunca olvidaré: “Tengan en cuenta que el Derecho está en la vida práctica.” 

Desde 1960 hasta 1980 fue Presidente del Tribunal Supremo. Pero su actuación de jurista no se limitó a la estricta función judicial; porque cuando se decidió iniciar los estudios jurídicos que llevaron a la necesaria institucionalización del país, y elaborar un proyecto de Constitución que luego se sometió a plebiscito popular, se le escogió para ser miembro de la Comisión Mixta que redactó el anteproyecto. Es decir, a su brillante hoja de servicio se suma el hecho de haber sido miembro del Secretariado de la Comisión de Estudios Jurídicos que redactó las leyes de Organización del Sistema Judicial, de Procedimiento Civil y Administrativo, el Código de Familia, y otras varias modificativas del anterior Código de Defensa Social; asimismo, fue miembro de la Corte Permanente de Arbitraje con sede en La Haya, desde 1966; perteneció también al Consejo Mundial de la Paz; y fue vicepresidente de la Comisión encargada de elaborar los proyectos de resoluciones sobre la Constitución, la Ley de Tránsito Constitucional y los Órganos Locales del Poder Popular. 

Al jubilarse en 1980, se le otorgó —a propuesta de Fidel— la Orden José Martí que había sido promulgada hacia poco tiempo. Esa fue la primera ocasión que se le entregó a un cubano tan honrosa distinción. La ceremonia se celebró en un sencillo y hermoso acto en el Consejo de Estado, con la presencia de Fidel y del presidente Osvaldo Dorticós, quien dijo en sus elogios sobre mi padre las siguientes palabras: “El honor que se le confiere supone, por sí mismo, la existencia de virtudes ejemplarizantes, responde al itinerario rectilíneo de una vida y a la apreciación de una larga e intensa historia de servicios a su pueblo”. A lo que mi padre con orgullo contestó: “El otorgamiento de esta Orden constituye un honor tan extraordinario para mis modestas aspiraciones que, asombrado, apenas puedo convencerme de que responde a una tangible realidad.”

Permítanme en estas líneas finales evocar asimismo, la figura de mi madre, Marina Dávalos Rodríguez Torices ─Doctora en Farmacia desde 1925─ porque fue ella junto a mi padre quien nos enseñó el rigor y la exigencia, mezclados con el amor, la bondad y la justicia, además del estricto cumplimiento de la Ley. Con inmensa gratitud recuerdo también que, la educación que nos brindaron empezó con la prédica del intachable ejemplo de ambos. 

Es a mis padres a quienes debo la sensibilidad jurídica y ética que he sostenido a lo largo de mi vida; a ellos debo los ejemplos de justicia y solidaridad humana con que siempre he aspirado a actuar en la vida. Cuando trato de encontrar el momento en que nació en mí esa sensibilidad, el recuerdo se me pierde en mi más remota infancia, porque la viví intensamente desde el hogar. Después pude aprender que la Justicia era, al decir de Luz y Caballero, el “sol del mundo moral”. 

Foto de Portada .Placa del Dr. Enrique Hart que se conserva en el Fondo de Archivo del Proyecto Crónicas. 


  

Foto de Sobre del sello del primer día con la imagen Dr. Enrique Hart, en homenaje a su historia. Sobre del sello del primer día con la imagen Dr. Enrique Hart, en homenaje a su historia.
Foto de Sellos con la imagen Dr. Enrique Hart, en homenaje a su historia. Sellos con la imagen Dr. Enrique Hart, en homenaje a su historia.
Foto de Dr. Enrique Hart Dr. Enrique Hart