Noticias
Buscar noticia
Correo desde la Isla de la Dignidad. Armando Hart en el homenaje ofrecido al Maestro Alfredo Sosabravo
20/2/2021
Por: Eloisa M. Carreras Varona y Armando Hart Dávalos , Biblioteca Nacional José Martí
Por su vigencia, actualidad y porque nos sugiere ejes temáticos esenciales para el diálogo que necesitamos en este momento, comparto este texto de Armando, que fue pronunciado el 9 de noviembre de 1990, en el homenaje al Maestro Alfredo Sosabravo, en el Museo Nacional de Bellas Artes.
Armando Hart, en el homenaje ofrecido al Maestro Alfredo Sosabravo, en el Museo Nacional de Bellas Artes, el 9 de noviembre de 1990.
El tema cultural no es patrimonio exclusivo de los medios artísticos e intelectuales. En Cuba la cultura está en el centro del análisis social, porque ella, con su gigantesca riqueza y sus propias dificultades, es reflejo de la propia sociedad. Y también, porque solo con métodos y procedimientos culturales podemos profundizar radicalmente en el desarrollo político e ideológico.
Analícese cualquier problema práctico de nuestra vida, allí donde hayamos logrado avanzar moralmente o allí donde se observa determinado déficit y se encontrará, de trasfondo, un fenómeno relacionado con el nivel que ha alcanzado la educación y la cultura del país. Y no es que ande mal la cultura del país, es que todavía hay incultura que eliminar.
Los valores no se trasmiten por la herencia genética, ni se desarrollan por generación espontánea, tampoco se imponen a la fuerza o se enseñan memorísticamente. Ellos son un acervo de la historia, un ideal, un modelo de vida y para los cubanos constituyen un patrimonio que hemos sembrado en nuestras tradiciones históricas, que animan el sentido de nuestras reflexiones presentes y futuras.
Históricamente, lo más valioso de la intelectualidad artística y literaria cubana, ha estado vinculado a las raíces populares y a un profundo sentido de justicia social, ha luchado por la defensa de nuestros valores históricos y patrióticos y se ha caracterizado por una consecuente voluntad de cambio y renovación social.
El sector intelectual y artístico goza de una justa consideración social y sus creaciones revelan, de modo particular, los problemas actuales, las agudas contradicciones con que estos años finiseculares están marcando la vida espiritual del hombre contemporáneo.
La obra artística suele ser un termómetro para medir la problemática social, pero sabemos que ella no solo refleja o expresa tal o cual conflicto, sino que introduce un sistema de valores, una perspectiva de análisis e influye en la concepción que de la vida se forma el hombre. No puede privarse al arte de la posibilidad de abarcar un determinado plano de la vida social. El problema está en cuál es la orientación que se deriva de ese enfoque, si entraña o no una tendencia progresiva en el sentido estético y en la responsabilidad social del arte y del artista.
El movimiento plástico cubano contemporáneo es de una gran riqueza y diversidad. Lo animan presupuestos estéticos disímiles y en el mismo se entroncan, de forma peculiar, las búsquedas y logros de nuestra tradición plástica y las tendencias del arte internacional. No cabe duda de que la creación de los jóvenes artistas plásticos ha dinamizado y enriquecido nuestro panorama cultural, enfatizando en aspectos lúdicos, en una peculiar manera de apropiación de la cultura popular, en una dimensión antropológica, en la conceptualización de fenómenos vinculados con la vida o con el propio arte. Los jóvenes situaron a las artes plásticas, consciente o inconscientemente, al nivel de reflexión y creatividad de otros procesos que, en el campo de las ideas políticas y sociales, se estaban produciendo.
La crítica a la corrupción, a la doble moral, a la burocracia, al mercantilismo, a aspectos negativos o superficiales de la propaganda política o el trabajo ideológico, fueron, efectivamente, pasando al orden del día de nuestros análisis, en la medida misma en que se profundizaba en el proceso de rectificación. Y muchos de estos problemas fueron tratados por los plásticos en su obra. Algunos hechos, sin embargo, cayeron en el plano de la espectacularidad chabacana, la irreverencia político-social y la crítica anarquizante. Los extremos se tocan; las posiciones correctas, más radicales y consecuentes, no están en los extremos. El autoritarismo desmedido, el dogmatismo y la anarquía tienen una base común y su enlace está en la insensibilidad y, fundamentalmente, en la incultura. El liberalismo y las manifestaciones anárquicas no contribuyen a ampliar la libertad de creación. Por el contrario, tales tendencias dificultan el desarrollo de la libertad y el enriquecimiento del arte.
Es cierto que la experimentación es consustancial al desarrollo del arte, pero ningún artista, ninguna obra, por muy experimental que sea, se puede atribuir el derecho de desvirtuar determinados valores que, en los terrenos políticos, morales e ideológicos en un sentido general, deben tener una vigencia permanente por tratarse de elementos cohesionadores de nuestros pilares históricos y éticos. Por ello, la libertad de creación de que hablamos no tiene nada que ver con el desorden, la fanfarria y las excentricidades. El desarrollo de la libertad de creación va aparejada a una mayor exigencia de la responsabilidad social. Hay quienes se preguntan cuáles son los límites de la libertad creadora y puede haber hasta quienes estén tratando de incitarnos a fijarlos, con lo cual caeríamos en los extremos a los que hicimos referencia. No puede haber una fórmula rígida cuando se trata del arte, cuyo elemento subjetivo, valorativo, marcha una gran relatividad.
El desarrollo del arte incluye, entre sus componentes, la actividad de las instituciones, que constituyen eslabones entre la labor del artista, su obra y la sociedad. La autoridad política, moral y cultural de nuestras instituciones es un pre-requisito esencial para la ampliación de la cultura y de la promoción artística. Sabemos que nuestras instituciones culturales enfrentan aún una serie de limitaciones, que obstaculizan su más amplia proyección social. El sistema institucional de la cultura ha sido, también, objeto de críticas. Pero, corresponde establecer, de igual forma, matices entre aquellas opiniones que parten de un sentido de contribución y las que, haciendo el juego a la crítica desenfrenada a todo el sistema estatal socialista, de hecho y con independencia de toda valoración personal, obstruyen, dificultan y frenan el fortalecimiento del sistema institucional de la cultura.
Tanto en el orden político como en el cultural, siempre hay personas que, sin el talento necesario, pretenden obtener resonancia pública sobre el fundamento del escándalo y la espectacularidad. La mediocridad utiliza, para alcanzar notoriedad, procedimientos extra artísticos, pero disfrazándolos, para tratar de presentarlos como arte. Este es uno de los problemas más complejos de la política cultural de hoy. La experiencia enseña, a lo largo de estos años de la Revolución, que este tipo de personas y hechos son la fuente más importante que, históricamente, ha tenido el enemigo en sus campañas contra Cuba. No podemos permitir que, en nombre del arte y la cultura, se cree un caldo de cultivo para la acción enemiga. Este alerta, esta enseñanza, debemos tenerla presente hoy y en el futuro, por las complejidades que, tanto en el ámbito internacional como nacional, se avecinan.
Las dificultades que sobrevendrán a un período de escasez, de limitaciones de recursos y agudización del bloqueo económico contra Cuba, debe servirnos de acicate para ampliar nuestra creatividad y promover y abrirle caminos a la originalidad creadora. Eso no solo concierne a los artistas, sino, también, al sistema institucional de la cultura, que deberá encontrar nuevos caminos para hacer posible su gestión promocional.
A las artes plásticas, como parte integrante de la cultura nacional, corresponderá desempeñar una más profunda dimensión en el desarrollo social del país, incluso, en las difíciles situaciones que se avecinan. Esto constituye un reto histórico que requiere, como premisa, de la unidad y la colaboración entre artistas, intelectuales y especialistas del sistema institucional. Solo uniéndonos podremos vencer las dificultades, eliminar las trabas y deficiencias heredadas de concepciones que dejaron, en la sociedad cubana, sus consecuencias negativas y propiciar así, a escala superior, el crecimiento de nuestras potencialidades culturales.
Toda explosión cultural, como ocurre también con las explosiones políticas y sociales, vienen acompañadas del diversionismo, del oportunismo y de tendencias anarquizantes. Quienes hayan vivido —como nosotros— en una Revolución verdadera, sabemos que esto ocurre. Pero ni las revoluciones, ni las explosiones culturales, se miden, en la historia, por aspectos parciales o específicos que puedan alterar, momentáneamente, la imagen de la gente, sino por la línea esencial y por el producto general, así como por lo que ellas influyen en el desarrollo de la historia o de la cultura.
Las escuelas de arte, fueron un vehículo para que, de los estratos más humildes del país, pudieran alcanzarse altos niveles de sensibilidad artística y de talento, para convertir en imágenes visuales las realidades del mundo que rodeaban al creador.
Con las artes plásticas cubanas ha ocurrido, en este siglo y especialmente en los últimos 30 años, un fenómeno de interiorización en lo popular y en lo social, fundamento sustantivo de su fuerza. Es posible que los historiadores de la cultura aprecien, en el futuro que, en el siglo XX, en la plástica, se produjo el fenómeno de raíz popular que tuvo lugar en la música durante siglos anteriores. Ha sido esta raíz popular y social el fundamento de su riqueza artística y, posiblemente también, de la complejidad del fenómeno.
Ello se hace quizás más evidente en los años 80, cuando, como consecuencia de las nuevas promociones surgidas de las escuelas de arte, se radicaliza la presencia popular y social en el arte plástico cubano. Y no he dicho que antes no la tuviera, he dicho que se radicaliza esa presencia. Un arte de origen social y de raíz profundamente popular tenía que venir acompañado de la grandeza y de la fuerza expresiva del pueblo, pero, a su vez, de las limitaciones culturales que puedan existir en la población. No nos confundamos: lo que tiene de grandeza el movimiento plástico actual, de la década del 80, está en la raíz del pueblo y lo que pueda tener de limitaciones está en las propias limitaciones culturales arrastradas por la sociedad cubana, problema complejo que investigadores y sociólogos deberán estudiar más profunda y detenidamente.
Hubo un momento, en los 80, que en la plástica aparecieron síntomas de negación nihilista del pasado. Hay que entender que esto se reflejaba en esta manifestación, pero que era expresión nacida en el campo más vasto de la vida espiritual del país. Tres grandes sucesos irrumpieron con fuerza en esta década próxima a concluir, que significaron una interrupción radical con lo anterior. Uno, fue el proceso de rectificación de errores y tendencias negativas, que representó la negación al diseño económico y a algo más que el país había copiado de otras latitudes y que, incluso, la propia vida demostró después que no era ni siquiera válido para los lugares donde se generó. El segundo, el proceso de involución de la sociedad socialista en Europa del Este significó la caída de esquemas y dogmas en el plano de las ideas políticas y sociales que se habían mantenido en los altares de la conciencia de muchas personas. El tercero, una nueva promoción de jóvenes, nacida en los años iniciales de la Revolución o, incluso, en los finales de la década del 50, se presentó, a partir de los 80, en el escenario político y social del país, con una visión nueva y renovadora que obligaba a un examen más cuidadoso y matizado de los principios de aplicación de nuestra política.
Las contradicciones lógicas de la vida cultural y social, entre ellas, las de carácter generacional, debemos orientarlas con la inteligencia necesaria para que no se creen antagonismos en su desarrollo.
En ocasiones, el enfrentamiento indispensable a algunos males que debemos combatir, con valor e inteligencia, se hace más difícil de llevar a cabo cuando se interponen procedimientos evasivos, unidos a procedimientos abruptos. Evadir un enfrentamiento vital para el desarrollo de la política cultural no está permitido en la moral del revolucionario; esto, si aspiramos a ser sustancialmente revolucionarios. A su vez, la utilización de métodos intempestivos no logra, y más bien impide, llegar a posiciones más radicales y consecuentes. No es necesario, ni este es el lugar, para poner ejes concretos.
Hemos dicho que el enemigo imperialista no puede apoyarse en un programa político sobre fundamentos de una tradición cultural esencialmente cubana. Pero hemos dicho, también, que puede apoyarse en el relajamiento moral y ético, tomar el arte como pretexto para tratar de imponer, por vías de fórmulas seudoartísticas, sus propósitos de desintegración social. ¡Y cuidado con eso! Estamos alertas frente a los fenómenos de relajamiento que, aprovechándose del prestigio del arte, se presentan como artísticos y, en realidad, de lo que se trata es de un verdadero fraude cultural.
Si analizamos la diversidad de fenómenos negativos, política y moralmente, que se han presentado en la plástica y en estas otras expresiones artísticas y hasta, en el quehacer político, apreciaremos que están unidos por un mismo fondo: el aprovechamiento inmoral de las banderas del arte y la cultura para promover la degeneración moral.
Y el arte cubano, por historia, por tradición, se ha vinculado siempre con las ideas políticas y sociales más revolucionarias. Con esta tradición y esta bandera vamos a denunciar las expresiones mediocres, seudoartísticas, anticulturales, que muestran, en realidad, el monstruo de la ignorancia, la insensibilidad y la incultura.
Hay que evitar caer en el facilismo de utilizar expresiones o géneros diversos en la forma simplista y relajante que hemos apreciado en obras seudoartísticas, que no responden a la más rica y profunda tradición de rigor del arte y la cultura nacional. Pueden sí responder a las limitaciones culturales que todavía se mantienen en el seno de la sociedad cubana.
En los momentos presentes, sobre el fundamento de la unidad entre las diversas generaciones de creadores plásticos y cohesionados alrededor de la política cultural diseñada por Fidel, debemos promover, con acierto, toda su riqueza expresiva y propiciar un diálogo sin limitaciones, pero con principios.
Defenderemos la experimentación en el arte que, por cierto, en la historia cultural cubana, ha estado muy relacionada con los objetivos y las aspiraciones de la vanguardia política. La estrecha relación entre vanguardia política y vanguardia artística es una de las tradiciones más respetables de la historia cultural de este país. Con estos principios y métodos políticos, defenderemos nuestra plástica, defenderemos nuestra música, defenderemos nuestra literatura, defenderemos nuestro cine, defenderemos nuestro teatro y defenderemos los más diversos géneros de la vida espiritual del cubano. Si estos principios se vulneran, se estará afectando a la cultura y a los derechos irrenunciables de la patria y la nación cubana. Y esta, nadie se engañe, es la posición más radical y consecuente.