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Hart nos habla de: Cuba ¿por qué existe un solo partido?

23/4/2021
Por: Eloísa M. Carreras Varona y Armando Hart Dávalos, Biblioteca Nacional José Martí

Ya aún antes del derrumbe del Muro de Berlín, la noche del 9 de noviembre de 1989 y en los días y meses subsiguientes, la derecha presagiaba a bombo y platillo el final no solo del Socialismo real en Europa Oriental y la URSS, sino también anunciaba la crisis de credibilidad teórica y práctica del marxismo leninismo y, desde luego, la tan esperada y estrepitosa caída de la Revolución Cubana. Recuerdo que Armando habló y escribió mucho sobre todos estos asuntos y la editorial Ocean Press, publicó el texto titulado “Marx, Engels y la condición humana, una visión desde Cuba y Latinoamérica”; libro en el que se compilaron varios de sus trabajos antológicos al respecto. Precisamente en esos días, en medio de las intensas y acaloradas polémicas y discusiones que sosteníamos, fue que comenzó a crecer nuestra relación. 

El texto que hoy comparto fue publicado originalmente el 7 de mayo de 1990, en la página 59 del diario Últimas Noticias de Venezuela y en La Hora de Quito; el 10 de mayo en Brecha del Uruguay; el 18 de mayo, con el título «No se puede ser patriota cubano sin ser antimperialista», en El Nuevo Diario de Nicaragua; en Excelsior de México, el 19 de mayo y una última versión del mismo se publicó el 20 de abril, con el título «Para que en Cuba hubiera otros partidos tendríamos que inventarlos», en La Jornada de México y en varios medios de Viet Nam. 

Gracias Armando por entregarnos tus apasionantes escritos, los que brotaron en las calles, montañas y en las cárceles cubanas, en la primera trinchera de la lucha insurreccional contra la tiranía y tienen la autoridad histórica que te asiste, al ser uno de los principales protagonistas de la lucha contra la dictadura, desde el momento en que se produjo el golpe de Estado el 10 de marzo de 1952. 

CUBA ¿POR QUÉ EXISTE UN SOLO PARTIDO?

Por Armando Hart Dávalos 

La existencia de un solo partido en Cuba, el de la Revolución, no fue resultado de la copia o importación de un «modelo» extranjero, sino consecuencia de una realidad histórico-concreta, producto de la evolución de las luchas sociales y políticas de nuestra nación. Es más, debemos recordar que en una buena parte de los países socialistas hubo diversidad de partidos y ello no fue garantía de una verdadera democracia porque no es el pluripartidismo lo que decide el carácter democrático de una nación. 

Tratar de imponer un esquema a un país determinado, enarbolando «principios universales» sobre una cuestión tan concreta e inmediata de su realidad, es inaceptable. Se incurre en este error cuando en nombre de una experiencia válida para tal o cual nación o incluso para varias, se quiere establecer en otros territorios como patrón de valor universal. Por eso afirmo que es dogmático asegurar que todas las naciones son tributarias del pluripartidismo y de la teoría de los tres poderes; las soluciones a estos problemas son histórico-concretas y no pueden resolverse, mucho menos en el Socialismo, sobre fundamentos de un esquema o modelo de validez universal. 

Las formas en que una sociedad determinada adopta la democracia, se condicionan por particularidades específicas de su historia e idiosincrasia y no por un rígido esquema impuesto, que acaba convirtiéndose en su propia caricatura. En la historia política de nuestro país antes de enero de 1959, ni el pluripartidismo, ni la teoría de los tres poderes resolvió la cuestión de la democracia. 

Recordemos que en Cuba antes de 1959 existía el pluripartidismo; pero no había un partido socialdemócrata, demócrata-cristiano, ni socialista al estilo francés, chileno o español. Ninguna de estas corrientes cuajó en un programa y en un partido como los existentes en otros países. La derecha no necesitaba un partido coherente con una ideología conservadora que le permitiera defender sus intereses, porque propiamente era parte del sistema imperialista norteamericano. Esa derecha expresaba los intereses de la oligarquía de Estados Unidos; poseía resortes para protegerlos, entre otros el ejército con Batista al frente. Subsistían varias organizaciones políticas, pero ninguna de ellas se proclamaba con una coherencia ideológica conservadora, socialdemócrata o demócrata-cristiana. 

En la mayoría de los partidos convivían ladrones del tesoro público, magnates azucareros, ganaderos, comerciantes, politiqueros de la peor especie, junto a gente sencilla y honesta del pueblo, que no había encontrado una plataforma política propia para la solución a sus problemas sociales. El tirano Fulgencio Batista proclamaba que su partido era de carácter popular. El común denominador de todos los partidos era el populismo, la demagogia y el caciquismo político. Concurrían también un partido comunista y una serie de otros partidos; en los cuales la composición de fila era muy heterogénea, podíamos observar en ellos una amplia base popular con sentimientos patrióticos y nacionalistas e incluso un pensamiento de izquierda avanzado, como por ejemplo el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxos). 

Es válido subrayar que, en este país, incluso el reformismo en el siglo XIX y por tanto las raíces más conservadoras o menos revolucionarias de la sociedad cubana siempre fueron antiyanquis. Si no se entiende esto, no se comprende la historia de Cuba. Los reformistas rechazaban también la liquidación radical del régimen esclavista y aunque algunos propugnaban su abolición gradual, no rebasaban un pensamiento ni una acción política como la demandada por la composición real de la sociedad cubana. 

Es cierto que, en la primera parte del siglo XIX, existía otra corriente en Cuba, orientada hacia el objetivo de que nuestro país se convirtiera en un estado más de la Unión Norteamericana pero al negar la existencia de la nación, no hicieron un aporte real a la tradición política genuinamente cubana. En otras palabras, fue el partido de la antinación, de lo anticubano, de quienes querían la anexión a Norteamérica. Los anexionistas estuvieron muy unidos a los intereses del sistema esclavista norteamericano, pero el anexionismo perdió todo fundamento en la realidad. Tenían interés de convertir a Cuba en un estado más del sur de Estados Unidos. Esta corriente fue liquidada totalmente con el desarrollo de la conciencia nacional. 

La cubanía de raíz española y africana y de vocación latinoamericana, promovió las guerras por la independencia de Cuba, iniciadas el 10 de octubre de 1868. El reformismo, también de raíces culturales españolas, estuvo representado en un partido conservador con diversos nombres que llegó a promover el sistema autonomista dentro del régimen colonial español. Pero acabó sin posibilidad alguna, porque al extinguirse la colonia e instaurarse la neocolonia, el pensamiento conservador cubano naufragó en brazos norteamericanos y se liquidó definitivamente. 

Por eso es difícil hablar de un partido conservador de ideas y programa, con raíces en la sociedad cubana durante el período neocolonial. Realmente la inmensa mayoría de esos partidos servía a los intereses del gran capital norteamericano y no pudo nunca plasmar un programa netamente cubano que se asentara en las realidades sociales y políticas de nuestro país. 

En el siglo xx y tras la independencia formal de la isla, tampoco el anexionismo podía tener sentido, porque Estados Unidos había logrado el dominio de Cuba mediante la república neocolonial. El reformismo había fracasado históricamente y el anexionismo se convirtió dentro de la república mediatizada en innecesario, porque ya desde el punto de vista económico Cuba estaba anexada al sistema imperial y el ejército profesional protegía los intereses norteamericanos. 

A principios del siglo XIX, el temor a que la abolición de la esclavitud trajera grandes trastornos sociales y la preocupación de que Cuba separada de España cayera en manos yanquis, inhibió a diversos gérmenes burgueses. El ala más radical de tales gérmenes, la más consecuente políticamente, se encontraba en el Oriente del país, fueron precisamente ellos los que se unieron a sus esclavos, decretaron su libertad e iniciaron las luchas por la independencia en 1868. 

En 1878 la división entre los patriotas, hizo naufragar la lucha armada en lo que se conoció como el Pacto del Zanjón; la paz sin independencia. Fue entonces cuando desaparecieron las posibilidades de un desarrollo burgués independiente en el país. Se puede concebir teóricamente, que se podría haber generado una burguesía cubana independiente tras las victorias de la guerra de independencia. Los campesinos, los esclavos recién liberados y los hijos de las capas medias radicalizadas, muchos de ellos con altos niveles de cultura, podrían haber creado las condiciones para un desarrollo burgués en el país. Sin embargo, un hecho clave lo impidió: el imperialismo norteamericano subordinó cualquier aspiración de capitalismo independiente a los intereses hegemónicos de la economía imperial en ascenso. Surgieron capas burguesas, pero integradas a los intereses de los grandes consorcios internacionales, las cuales fueron alejándose cada vez más de las tradiciones revolucionarias y democráticas del siglo XIX cubano. 

Durante la república neocolonial, la composición social del país era esencialmente de campesinos y de trabajadores del campo; empezaban a germinar muy primariamente núcleos de proletarios y existía una amplia pequeña burguesía pobre, además de capas medias desposeídas que no tenían fáciles posibilidades de ascenso social. Muchas de estas últimas eran profesionales e intelectuales. Léase la composición de clase descrita por Fidel Castro, en su célebre alegato La historia me absolverá.

Se apreciará que ninguna de las capas a que Fidel se refirió puede conceptuarse como burguesía nacional. Y no fue mencionada porque tal «burguesía democrática» no había cuajado históricamente como una clase social con personalidad independiente, no tenía fundamentos políticos, ni culturales arraigados en la sociedad cubana, ni muchos menos en la historia del país. Habían vendido su «alma al diablo», al imperialismo norteamericano. 

Los burgueses más reaccionarios y poderosos estuvieron unidos a Batista y fueron con el ejército profesional su soporte político y social real. En tales condiciones se produjo el inmenso movimiento popular, que desencadenó la lucha revolucionaria de masas hasta alcanzar la victoria del 1 de enero de 1959. Las tres organizaciones políticas que integraron el proceso de la revolución triunfante y fueron su parte esencial: el Movimiento 26 de Julio, liderado por Fidel y que constituyó la fuerza principal en la lucha; el Directorio Revolucionario, de origen estudiantil y el Partido Socialista Popular. Cada una desde su óptica realizó una importante contribución. Estas tres corrientes expresaron las aspiraciones y la unidad de las masas del pueblo, se integraron en un solo partido, suscribieron el programa socialista de la Revolución y fundaron en 1965 el Partido Comunista de Cuba. La inmensa mayoría de la militancia de fila de las restantes organizaciones políticas del país aceptó el programa revolucionario y se incorporó al enfrentamiento contra el enemigo imperialista. Muchos de ellos incluso pasaron a militar en el nuevo partido, otros abandonaron el país y cayeron en brazos de los intereses yanquis; estos últimos en algunos casos se hicieron ciudadanos norteamericanos y con esta identificación promueven la política contra Cuba. 

La disyuntiva fue pues abrazarse a los intereses de la nación o traicionarla. Se cumplía el pensamiento de los más consecuentes patriotas cubanos del pasado, expresado en aquella frase de uno de los más grandes intelectuales y educadores cubanos de finales del siglo XIX y primeras décadas del xx, Enrique José Varona, cuando dijo: «No se puede ser patriota cubano sin ser antimperialista». Quien no entienda el carácter de esta disyuntiva, expresada en la realidad concreta de la historia cubana, desde la época en que los primeros presidentes norteamericanos (hace casi dos siglos), pusieron su mirada sobre nuestra isla y también sobre las Antillas, no comprende la esencia del problema planteado. Lo que estamos defendiendo hoy en Cuba no es solo el futuro de la nación cubana, sino también el sentimiento antimperialista que está en la esencia de nuestro latinoamericanismo. 

Nuestra disyuntiva histórica desde que surgieron las primeras ideas a favor de la independencia y especialmente a partir de Martí fue: latinoamericanismo o entrega al imperialismo. La democracia en Cuba para ser profunda, verdadera y suficientemente amplia, tiene que tomar como punto de partida irrenunciable el antimperialismo y el latinoamericanismo. En realidad, defendemos una cultura política con fundamentos históricos iberoamericanos combinados con la influencia africana. Estos son hechos sin cuyo reconocimiento no es posible hablar de democracia cubana. 

En los países de Europa del Este, que iniciaron el proceso hacia el socialismo, el problema de la identidad nacional y de los factores históricos culturales, operaron a la inversa de lo ocurrido en nuestro país. La identidad nacional cubana es de fundamentos antimperialistas, aquí se promovió el ideal socialista por la vía del patriotismo. Determinadas tradiciones culturales, ideológicas y políticas de raíces económicas en otros países, no pudieron ser rebasadas por el pensamiento socialista. En la historia de Cuba el ideario nacional se articuló con las ideas socialistas, de forma tal que hoy la negación del socialismo equivale a la negación de la nación y de la democracia. Sobre tal hilo histórico y político la ampliación de la democracia constituye una necesidad funcional de la sociedad cubana. 

Sin tomar en cuenta que la confrontación esencial de nuestra historia ha sido la del latinoamericanismo de un lado y la del hegemonismo de los círculos gobernantes del imperio yanqui del otro, no es factible hablar de democracia en Cuba. El pensamiento y el programa de la nación cubana tienen fundamentos esencialmente antimperialistas y latinoamericanistas, y buscan la vía democrática a partir de tales esencias. 

El ejemplo que pongo a continuación, muestra con claridad que ya para la segunda mitad de 1955, los partidos políticos tradicionales que existían en el país, habían agotado por completo todas sus posibilidades de enfrentar la dictadura y representar al país; por eso he afirmado que no fue la Revolución la que disolvió a los partidos políticos tradicionales. Por esa fecha se desarrolló una intensa campaña política y de publicidad a través de lo que se llamaba Sociedad de Amigos de la República, institución que nucleaba a figuras representativas del sector burgués opuesto a la tiranía. Y para ello se convocó a una reunión de todos los representantes de los partidos tradicionales, tanto gubernamentales como de oposición. Era, según ellos, «la nación entera» la que estaba discutiendo. La reunión se celebró en la sede de la antigua Sociedad Colombista Panamericana, en las instalaciones que hoy ocupa la Casa de las Américas. La representación burguesa del país, sin destino y sin futuro, en aquellas conversaciones estuvo sola y aislada. La reunión fue una farsa y no dio resultado alguno. Era la vieja política cubana, desprestigiada y corrompida hasta el tuétano, la que se daba cita en aquella mascarada destinada al más absoluto fracaso histórico. 

Sin embargo, en su momento, fue un «gran acontecimiento político», porque entonces los partidos tradicionales de la oposición tenían todavía fuerza para convocar a un gran acto público, al cual acudimos todos porque allí sí concurrió el pueblo. Ese fue el conocido acto del Muelle de Luz, organizado bajo la rectoría de Don Cosme de la Torriente, veterano de la Guerra de Independencia, quien, octogenario ya, se había convertido en una carta política para los partidos tradicionales de la oposición.

         Para recibir orientaciones acerca de lo que debíamos hacer en este acto y valorar otras cuestiones de interés político, viajé a Estados Unidos a entrevistarme con Fidel, como jefe del Movimiento. A mi regreso, Haydée y yo nos reunimos con Don Cosme en su oficina de La Habana Vieja. El encuentro fue propiciado por Miró Cardona y en él participó también Pelayo Cuervo Navarro. Fue una situación molesta. Don Cosme tomó la palabra y no nos dejó hablar. Para intentar decir algo y no «interrumpirlo irrespetuosamente» iniciaba mis argumentos con las palabras «Venerable patriota...», pero el abismo que nos separaba impedía todo diálogo. 

        Finalmente, el acto del Muelle de Luz tuvo lugar el 19 de noviembre de 1955 y concluyó, según el decir criollo, como «la fiesta del Guatao». Grupos auténticos desencadenaron agresiones contra los militantes revolucionarios que lanzábamos la consigna «Revolución». Este hecho prácticamente nos dispersó. De allí salí con Haydée y otros compañeros para reunimos en casa de Melba y comentar los acontecimientos.

        La concentración popular se había proyectado, según decía su principal organizador, con el objeto de que Batista se sintiera presionado a admitir una fórmula aceptable para todos los partidos oposicionistas tradicionales. Aunque se congregó una inmensa multitud, el acto mostró también sus debilidades y terminó disolviéndose. El tirano diría: «La oposición está dividida». Nosotros pensábamos y la historia lo confirmó, que «era necesario cambiar la tribuna», es decir a los dirigentes. Y, en efecto, así ocurrió, pero a costa de lucha y de sangre.

        Como era de esperar, Batista no aceptó la presión y convocó a Don Cosme a Palacio para discutir. Éste llegó ante el dictador con pretensiones de plantear sus requerimientos, pero no pudo hablar. El cacique del 10 de marzo lo envolvió con sus palabras y lo trató de manera deferente. Al salir de la «mansión presidencial» Don Cosme y toda la política que él representaba estaban totalmente vencidos. Me contó José Miró Cardona, presente en la entrevista, que la situación resultó bastante penosa. 

Miró Cardona salió de aquella reunión avergonzado de que Batista maniobrara de esa forma con el veterano. Lo que sucedió fue que Don Cosme de la Torriente representaba propiamente a la «burguesía» que no podía dirigir en Cuba ningún cambio porque no tenía fuerza real alguna. Desde entonces, nadie más pudo unir a todos los partidos políticos tradicionales de oposición en una concentración pública que se enfrentara al gobierno de Batista. Así que, aquel acto de Muelle de Luz, fue el canto de cisne de la política tradicional cubana. Desde luego, con posterioridad e incluso en medio de la insurrección generalizada en todo el país, hubo otros actos políticos, pero fueron tan lacayunos y entregados a la tiranía, que no puede llamárseles propiamente de oposición seria.

       En el Muelle de Luz se selló el epitafio de los partidos tradicionales. Quizás haya que levantar allí una placa conmemorativa a la impotente, mediocre y subordinada burguesía del país a la que yo he llamado «la burguesía que no existió», porque Estados Unidos impidió en Cuba un desarrollo capitalista independiente. A partir de este momento, la oposición a Batista se desunió para siempre y quedó pendiente de los dictados de la tiranía o de las consecuencias de una revolución verdadera.

Lo cierto es que, desde el golpe de Estado, los grupos burgueses creados y amamantados por el imperialismo cayeron en una contradicción definitiva. Los más reaccionarios apoyaron a la tiranía en alianza con una parte del lumpen de donde, precisamente, había surgido Batista y que constituían la espina dorsal de las fuerzas armadas. A los burgueses derrocados del poder político en 1952, que tuvieran una cierta aspiración democrática, no les fue posible adscribirse oficialmente al gobierno tiránico porque éste los había desplazado del dominio político, hubieran dejado de ser demócratas y caído en la peor ignominia ante el pueblo.  Pero ellos no podían ofrecer, tampoco, una fórmula revolucionaria -que en tal caso habría sido burguesa- ya que su corrupción y debilidad como grupo social era muy grande. Entre la corrupción de las costumbres públicas, el enriquecimiento de sus principales personeros y vacilaciones y entregas al imperialismo yanqui, les resultaba imposible enfrentar una tarea de restauración democrática de carácter burgués.

Un movimiento revolucionario que partía de estas posiciones clasistas, al aplicar honesta y consecuentemente su programa democrático y popular, tenía que profundizarse y marchar hacia un programa netamente socialista.  La clave del problema está en que, tras el triunfo de la Revolución, al aplicar un programa democrático y revolucionario de Reforma Agraria y de liberación nacional y social, se polarizaron las distintas clases sociales y, de hecho, se planteó la cuestión del socialismo como un requerimiento inmediato en la marcha de la Revolución.

En fin, una interpretación de la historia de Cuba sólo puede hacerse a partir del análisis de los hechos principales de nuestro nacimiento y evolución como nación para luego llegar a conclusiones de validez cultural. Pero los doctrinarios del neoanexionismo hacen las cosas al revés:  elaboran teorías sin tener en cuenta los hechos históricamente comprobados y conciben la fantasía de una Cuba que no existió. Una utopía se puede forjar sobre la base de su posible realización hacia el futuro. Pero la historia realmente transcurrida no se puede describir ni concebir como utopía.  Ello sería una fantasía delirante que, desde luego, ni siquiera merece la caracterización de utopía. En la esencia de estos dislates se halla -como hemos dicho- el soñar con una burguesía nacional, que no ha tenido asidero en nuestra vida social, económica y cultural como para representar a la Patria.

Intentan, ahora, crearla desde la Florida los sectores conservadores de la emigración.  Pero ya, en todo caso, ésta no será la heredera del pensamiento  separatista y abolicionista de Varela, del Ejército Libertador, de Céspedes, de Agramonte,  de Martí, de Gómez y Maceo, del Partido Revolucionario Cubano de 1892  ni de la tradición martiana.  Ni siquiera podría considerarse heredera de la mejor tradición reformista de la primera mitad del siglo XIX, que personifico en el patriota José Antonio Saco porque éste era  antianexionista  y  rechazaba  la influencia norteamericana. Su cultura de sólidas raíces hispánicas, lo  diferencia  radicalmente  de  las  pretensiones   de subordinación a Estados Unidos.   En todo caso, estos grupos burgueses floridanos pueden ser herederos de Narciso López, de los anexionistas del siglo pasado y de los grupos corrompidos que generó el imperialismo en nuestra  centuria,  a  quienes  el  pueblo  desplazó definitivamente del poder político entre 1953 y 1959.

La esencia de lo cubano está en la tradición antimperialista y martiana que recibió la Generación del Centenario que es la que nos vincula con el futuro revolucionario de los pobres y marginados de la tierra. En la cacareada época "post-moderna", se ven síntomas inequívocos de los colosales enfrentamientos futuros entre lo que se llamó Tercer Mundo y el capitalismo norteamericano, con la advertencia de que también hay un tercer mundo en  el propio  territorio estadounidense. 

Por todo ello, he afirmado que en Cuba no hay diálogos factibles con el pensamiento anexionista y con quienes quieren entregar el país a los brazos de la ideología hegemónica del imperialismo norteamericano. Nuestra identidad, nuestra cultura y por tanto nuestra democracia, se mueven en el espectro amplísimo del latinoamericanismo, del antimperialismo y poseen vocación de servicio universal que en nuestro caso anda de seguro, por los caminos del Socialismo.


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