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Foto de Correo desde la Isla de la Dignidad. La despedida de duelo de Alejo Carpentier por Armando Hart

Correo desde la Isla de la Dignidad. La despedida de duelo de Alejo Carpentier por Armando Hart

24/4/2021
Por: Eloisa M. Carreras Varona y Armando Hart Dávalos, Biblioteca Nacional José Martí

Bien conocemos que la sentida desaparición física del eminente escritor Alejo Carpentier y Valmont, una de las grandes figuras de la literatura latinoamericana, ocurrió el 24 de abril de 1980, en la ciudad de París, donde se encontraba desempeñando el cargo de ministro consejero de Asuntos Culturales de la Embajada de Cuba en Francia. Con posterioridad fue trasladado a nuestra capital y en la Base del Monumento a José Martí en la Plaza de la Revolución se le rindieron los honores que merecía.

Armando recordó siempre que junto a Fidel realizó la última guardia de honor ante el féretro de Alejo, el 27 de abril y, asimismo, le correspondió la responsabilidad de despedir el duelo de su ilustre e inolvidable amigo, en la Necrópolis de Colón.

Comparto ahora una versión de las palabras que Armando pronunció entonces, las que fueron publicadas íntegramente en el periódico Granma bajo el título “El ejemplo de Carpentier debe servir de guía a las nuevas generaciones de artistas y escritores”, el 29 de abril de 1980; en Bohemia el número 72 (18) del 2 de mayo de 1980, en las páginas 50 a la 52 y en Casa de las Américas el número 21 (121) de julio―agosto de 1980.

Alejo Carpentier, la ilustración en la utopía americana

Por Armando Hart

El 26 de noviembre de 1904 nació en La Habana el destacadísimo novelista, ensayista, teórico y figura de la vanguardia estética y el pensamiento cubanos, a quien le fue conferido en 1977 el Premio Cervantes por la trascendencia de su obra literaria. Alejo llegó a convertirse en una figura cimera de la literatura cubana. Entre sus obras más conocidas están El siglo de las luces, El recurso del método, La consagración de la primavera, El reino de este mundo y La música en Cuba, entre otros destacadísimos textos. 

En el prólogo de su famoso texto El reino de este mundo afirmó, a modo de profesión de fe: “Los que no creen en santos no pueden curarse con milagros de santos, ni los que no son Quijotes pueden meterse en cuerpo, alma y bienes en el mundo de Amadís de Gaula o Tirante el Blanco”.  Aquí está expuesta una posición consecuente entre el decir y el hacer que marcó de modo inequívoco su vida y su obra, porque asumió en el plano de la creación artística lo que está presente también en el ideario político de Simón Bolívar, en el pensamiento de José Martí, en el corazón de lo que algunos han querido llamar —con razón— la utopía americana. La época, la familia, su talento extraordinario y, sobre todo, el medio social cubano en que vivió y se desarrolló, marcaron definitivamente su personalidad. Fue un gran mérito de sus padres —el francés y ella rusa, ambos de amplio saber y gran sensibilidad— comprender que su excepcional hijo tenía, desde muy corta edad, un marcado interés por lo cubano y alentaron esa inclinación. 

En esa tierna edad, donde se forjan las bases del pensamiento, la sensibilidad y el carácter de los hombres, entró en relación inmediata con formas elementales del sincretismo cultural cubano. Esto debió ser un punto de partida para que, posteriormente, con su talento y con su erudición, pudiera arribar a las ideas de lo barroco americano y lo real maravilloso, y todo ello le permitiera juzgar y evaluar la cultura de Europa y de América con un sentido genuinamente universal y desde una posición que, en esencia, se corresponde con los intereses de las masas populares, las aspiraciones y el modo de ser de los pobres de América.

Alejo fue uno de los intelectuales que mejor reveló esa identificación entre lo más progresista y revolucionario de la época y lo mejor del movimiento intelectual. Él expresó, en la segunda mitad del siglo xx, en el plano literario y en el pensamiento estético y cultural, los valores más altos de esa cultura. Por eso para las jóvenes generaciones que siguiendo la larga tradición intelectual de América Latina andan buscando un pensamiento sin esquemas que recoja y exprese sus nobles aspiraciones, pueden hallar en Alejo una señal importante acerca de cuál es el camino a recorrer. 

Algunos han dicho que las ideas de Alejo respondían a una formación cultural francesa y europea. Este señalamiento solo se explica a partir de una lógica eurocentrista, del que niega o desconoce que América Latina y el Caribe tienen sus formas propias de pensar y sentir la cultura, y de conocer e interpretar el mundo real. 

Con semejante afirmación se pasa por alto la posibilidad que posee nuestra América de asimilar, valorar, transformar y enriquecer los elementos culturales foráneos. ¿Y qué es la esencia de lo americano, sino el poder de asimilación y transformación de los contenidos y formas culturales que han llegado de todos los rincones de la Tierra? Este error conduce a ignorar que nuestra cultura a partir de su espíritu creativo, ha mostrado potencialidad para expresar los valores universales de la creación humana. No hay una síntesis más completa de la cultura universal que la lograda o la que puede lograrse en la patria grande de Alejo Carpentier. 

Es cierto que en la América sajona también hay una amalgama universal de culturas. Pero allí están presentes otras condiciones económico-sociales y por tanto culturales, que requieren un análisis diferenciado. No rechazamos, dada nuestra comprensión universal, esa realidad, pero estamos hablando de la cultura de la América mestiza. Somos un continente formado por países llamados subdesarrollados que, desde las posiciones de los pobres, podemos tener un diálogo y una confrontación verdaderamente cultos con el mundo desarrollado. La afirmación de que la cultura de Alejo es francesa o europea constituye, pues, una conclusión errónea y también reaccionaria, pues trata de escamotear su condición de cubano y latinoamericano. 

Desde luego, un hombre universal tenía que asimilar la cultura europea, pero su universalidad está dada por su raíz cubana, caribeña y latinoamericana. Como genuino intelectual de nuestra América, buscó las raíces africanas, las exaltó a los niveles más altos de la vida espiritual; amó la creación artística de los pueblos aborígenes de América; asimiló lo mejor del movimiento intelectual que vino de Europa, lo constató en sus propias vivencias en el viejo continente y por este camino lógicamente siguió evolucionando hacia radicales posiciones antiimperialistas y de izquierda, desde donde reveló y promovió la cultura generada por los pobres de América. 

Cuando Carpentier regresó en 1939 a Cuba, donde permaneció hasta 1945, el ambiente cultural cubano estaba condicionado por el ocaso definitivo de la revolución gestada en sus años de juventud y que se conoció como la Revolución del 30. 

Se casó en 1941 con Lilia Esteban y se adentró en la vida musical y literaria del país, ejerciendo el periodismo, organizando exposiciones, investigando sobre la cultura cubana y trabajando para la radio. Se esforzó por promover la utilización cultural de este medio de comunicación de masas y logró mostrar con ello una visión moderna y no elitista del arte. Este es otro ángulo de su personalidad cultural. Como escritor de su tiempo comprendió los problemas nuevos que el desarrollo de la técnica moderna le plantea al arte y, consiguientemente, al intelectual de nuestra época, un reto de masividad como no se conoció nunca antes en la historia de la cultura. Él comprendió cabalmente el papel del cine, de la radio, de la televisión y de los medios de información en el trabajo cultural. Ante la crítica en bloque a la telenovela y al melodrama, Alejo Carpentier, con riguroso criterio cultural, mostró cómo las grandes novelas de valor universal podrían ser caracterizadas como melodramáticas. Para él no había género artístico que en sí mismo fuera nocivo. Lo que sí reclamaba era eficacia y valor estético, tanto en su elaboración como en su presentación y promoción y exigía rigor en la selección de sus contenidos. 

Un acontecimiento de este periodo merece ser destacado: su visita a Haití en 1943. Sobre ello escribiría más tarde: “A cada paso hallaba lo real maravilloso. Pero pensaba, además, que esa presencia y vigencia de lo real maravilloso no era privilegio único de Haití, sino patrimonio de la América entera”.  De este viaje revelador surgió su novela El reino de este mundo, publicada en México en 1949, la cual fue traducida a numerosos idiomas. No es nada casual que fuera precisamente en Haití, el país más pobre de América, donde intuyera las ideas básicas de su concepción estética. Ello me hace recordar que fue en esa misma nación donde, ciento cincuenta años atrás, Bolívar recibió apoyo y aliento para su camino definitivo a la gloria. Fue en Haití donde había tenido lugar la primera revolución de América y la única triunfante realizada por las masas de esclavos. El deslumbramiento de Alejo ante el país más pobre del continente —que fatalmente lo sigue siendo— lo condujo hacia la visión de lo real maravilloso.  

En cuanto a su percepción política en la época que estamos describiendo, Alejo rechazó las corrientes brouderistas que, en el seno del movimiento comunista, a partir de la alianza entre Estados Unidos y la URSS durante la Segunda Guerra Mundial, promovían la colaboración entre las distintas clases sociales; aquí mostró su agudeza política. El brouderismo en los años cuarenta puede considerarse un lejano antecedente de las tendencias reformistas que, en el seno del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), en los años ochenta, dieron al traste con la URSS. Es curiosa esta percepción de Alejo sobre tan importante problema. Ello se fundamenta en su raigal latinoamericanismo y en la universalidad y profundidad de su cultura. 

Hacia Venezuela partió en agosto de 1945, y en el escenario de ese otro país de su patria grande amplía los conocimientos sobre lo real americano. Son los tiempos en que va cristalizando su cultura como expresión de lo real maravilloso. Allá permaneció desde 1945 hasta 1959, años decisivos para el desarrollo de su cultura y asumió la Cátedra de Historia de la Cultura en la Escuela de Artes Plásticas, dirigió programas radiales, continuó ejerciendo el periodismo y escribiendo sus novelas. Tuvo la ocasión de conocer la Gran Sabana y el Alto Orinoco y tomó contacto con la población indígena y sus mitos ancestrales. Los pueblos del Caribe, en especial Cuba y Venezuela, constituyen la patria más auténtica del ideal estético y cultural de Alejo Carpentier. 

No era Alejo un intelectual de gabinete, como no lo han sido los mejores hombres de ideas de nuestras tierras. Sus concepciones estéticas y su pensamiento cultural surgieron con fuerza telúrica de la vivencia inmediata y directa que su inteligencia y sana pasión humana llegaron a alcanzar en su vinculación con los hombres y los pueblos de América Latina y el Caribe.  En 1959 tras el triunfo de la Revolución volvió a Cuba y tomó la noble decisión de regresar a trabajar en nuestra patria. […] 

Pocos artistas han logrado estructurar, partiendo de su sensibilidad y pensamiento estético, una categoría cultural de tan vasto alcance. Lo barroco americano y lo real maravilloso dan una imagen de tal complejidad y belleza que solo puede ser entendida cabalmente por los hombres que perciben las contradicciones, paradojas, contrastes y antagonismos de la vida cultural y política del continente como algo cotidiano. La imagen es más hermosa aún y está penetrada del sentido moral de la justicia cuando el escritor siente la maravilla de la creación popular como parte que es de ese pueblo mismo. La visión real, maravillosa, barroca y universal de su cultura se sale del esquema intelectual que la civilización occidental impuso como una limitación al pensamiento independiente del hombre. En su pensamiento estético, lo real maravilloso no tiene límites ni ismos. No es una doctrina ni un esquema cerrado de ideas para la interpretación de la creación, no es un modelo a imitar y seguir. Es una visión artística de quien se impacta ante la complejidad, los contrastes, el movimiento y la diversidad de tiempos históricos con que se presenta lo real americano. 

¿Pero qué es la historia de América toda sino una crónica de lo real maravilloso?”, la reflexión viene de quien no puede amoldar en patrones convencionales lo que visualiza. Lo hace con asombro y sorpresa. Es la riqueza y variedad de lo real que se presenta como nuevo, como insólito. Su riqueza de imágenes viene de lo real mismo en su relación con la sensibilidad humana y los condicionantes del conocimiento y sus limitaciones. La esencia del pensamiento artístico de América aparece, pues, en lo real maravilloso como una ruptura con las formas tradicionales de percibir la vida real. Y como rompe con todo esquema, está en concordancia con la manera de pensar y percibir lo real en la política y la historia. 

Alejo Carpentier, con lo real maravilloso plantea, en el campo de lo estético, un problema que se halla presente en lo más vasto y general de las ideas. En esencia, la idea de Alejo representa superar todo escolasticismo y sus vestigios modernos y se corresponde con las formas del pensar y sentir de América. Ha llegado, pues, el momento de promover la cultura sobre sólidos fundamentos humanistas, pero en el sentido total, abarcador, que encierra la cultura de Alejo. 

Para comprender lo que afirmamos, tomemos como punto de partida los análisis que hace acerca del carácter de las guerras de independencia en América Latina. Él subrayó que nuestras luchas libertarias tuvieron un contenido social y político radicalmente diferente a los empeños de liberación humana de las revoluciones europeas. A propósito de ese contenido, destacó cómo los enciclopedistas, que tanto influyeron en los caudillos latinoamericanos, solo se plantearon el concepto de la independencia, en el plano filosófico, referido a la liberación del hombre frente al concepto de Dios, frente a la idea de la monarquía y el libre albedrío y no hablaron de independencia política. En la concepción de la libertad de las trece colonias norteamericanas —recuerda Alejo— no estaba incluida tampoco la liberación de los esclavos. Tuvo que pasar un siglo para que se decretara la abolición de la esclavitud, con la victoria del Norte sobre el Sur en la Guerra de Secesión. En cambio, lo que reclamaban los negros de Haití, precursores de nuestras guerras, era la independencia política y la emancipación total. 

En esta afirmación de nuestro afamado escritor hay un elemento clave para diferenciar el pensamiento revolucionario europeo de los siglos XVIII y XIX del ideario latinoamericano de esa misma época. Hay también un elemento que invita a estudiar la génesis y desarrollo histórico del liberalismo latinoamericano. Este último es diferente a como se entendió, o al menos se aplicó en Europa y Estados Unidos.

En el plano estrictamente cultural, el basamento de la universalidad de Alejo está en el hecho de que América Latina y especialmente el Caribe, constituyen la más moderna y universal de las síntesis culturales que están vivas y actuantes sobre la Tierra y lo están desde la óptica de los oprimidos del mundo. Solo desde el Caribe y el conjunto de fuerzas económicas, políticas, sociales y culturales que aquí se amalgamaron a través de una historia común, se pudo producir dicha síntesis. Se puede entender la decisión de Carpentier de regresar a Cuba, en 1959, y de integrarse de lleno a las tareas de la Revolución triunfante, desde la óptica de este humanismo. Él no situó el problema social como una cuestión ajena a la cultura ni relegó la justicia social a planos secundarios: la colocó en el centro de la problemática universal de los derechos del hombre. 

Podría parecer insólito el hecho de que Alejo calificara de real maravilloso, por lo imprevisto y sorprendente a la Revolución socialista de Cuba. Ella también había roto los esquemas clásicos que se concibieron en Europa. El triunfo de la Revolución Cubana debió incitar tantas sorpresas como las que —escribe Alejo— se le presentaron a Hernán Cortés cuando conoció la capital azteca. Hace más de un siglo, José Martí señaló: “Ser culto es el único modo de ser libre”. Es un imperativo de la historia que se respete el derecho de Cuba a marchar por el camino de la cultura y la libertad que conduce a lo real maravilloso del futuro de América.  Y esta será, de seguro, la consagración definitiva de la primavera americana.

Gracias, inolvidable amigo por haber vivido en honrosa y martiana virtud y, desde luego, Gracias por haber dedicado tu vida a representar dignamente a nuestro pueblo y a la Revolución.