Noticias
Buscar noticia
Correo desde la Isla de la Dignidad. Homenaje a José Martí
19/5/2021
Por: Eloisa M. Carreras Varona y Armando Hart Dávalos, Biblioteca Nacional José Martí
De las numerosas intervenciones que el Dr. Hart pronunció, debo destacar especialmente, sus palabras en la clausura del acto central por el ochenta aniversario de la caída en combate de nuestro Apóstol, que tuvo lugar en Dos Ríos, el 19 de mayo de 1975; las que por su importancia y trascendencia reproduzco ahora en homenaje y conmemoración al 126 Aniversario de la desaparición física de nuestro Héroe Nacional.
[“Aquí venimos, Maestro, con el genuino sentimiento humano que tú nos impregnaste, a decir que tu idea y tu obra se mantienen vivas”]
Por Armando Hart Dávalos
Cuando se produce la heroica caída de Martí, el gran poeta Rubén Darío exclamó: “¡Maestro, qué has hecho!”. No le fue fácil a este genio de la literatura latinoamericana comprender a su Maestro; no le fue posible descubrir que detrás del exquisito dominio que Martí tenía en Literatura y en el fondo de su magisterio, que ejercía como cuestión de segundo orden, estaba el genio político que constituía la esencia de su vida y de su obra.
Martí formuló con tal fuerza y belleza literaria su ideario político que no pudo el poeta insigne, Rubén Darío, encontrar tras los versos o la prosa martiana al organizador de la guerra de independencia de Cuba, al más importante precursor de la lucha antiimperialista de América, al más notable ideólogo político y social que ha dado este Continente y al que, con Simón Bolívar —figura que está en la cúspide gloriosa de la gran Patria Latinoamericana— si lo hubiera encontrado, no se habría asombrado ni le habría realizado reproche alguno ante el holocausto de Dos Ríos.
Admira, sí, apreciar cómo escondido en el ropaje hermoso de una literatura que era la mejor de su época en habla española y que, en ocasiones resultaba complicada y difícil y, en otras, llana y simple, estaba una de las más completas y variadas descripciones de la vida científica, natural, social y cultural en todos los rincones de la tierra y el más acabado pensamiento político de nuestra América.
[…]
Para describir los objetivos de su ideario revolucionario, baste recordar los bien conocidos párrafos de su memorable carta a Manuel Mercado: “ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber –puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo– de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso”.
Y no es que Martí marchara conscientemente hacia el suicidio, como algunos han podido pensar, es que Martí, ¡quería combatir, creía que debía combatir, estaba obligado a combatir, y no era realmente un guerrero! El hecho encierra por sí mismo un gran drama humano e histórico. Pero la vida de este hombre excepcional, consagrado a la obra de evitar a tiempo el imperio yanqui, solamente podía terminar de una forma dramática. No había otra alternativa dada las clases sociales que Martí representaba y las clases sociales que se le oponían. Porque no cabe la menor duda de que Martí se iba a enfrentar en cualquier forma y momento al imperialismo norteamericano.
[…]
No debemos rehuir el análisis del sentido heroico de la vida de Martí. Esta ha sido una constante muy presente en las grandes figuras de la Historia de Cuba y América. Lo que nunca han podido entender los enemigos de la Revolución son las razones, en virtud de las cuales su heroísmo y su ideario político adquirieron trascendencia social e histórica. Y no lo han entendido, porque esto solo puede ser comprensible partiendo de un análisis revolucionario. El problema consiste en que el ideario político de Martí reflejaba una necesidad objetiva de carácter histórico. La reflejaba tanto en sus predicciones antiimperialistas como en la defensa del programa revolucionario, consiste además en que dicha necesidad se ha mantenido latente en América Latina durante estos 80 años. La vigencia revolucionaria de Martí es cada vez más fuerte en la medida en que la revolución democrática y antiimperialista en el Continente se hace más actual y necesaria.
Asimismo, el valor de su decisión heroica está en que ella constituía una exigencia de la tarea revolucionaria que se tenía planteada. Vivió un momento en que únicamente de esta forma se podía responder a la gigantesca magnitud de la obra revolucionaria a que había consagrado su vida. Le tocó desempeñar un papel para el cual solamente cabía la sabiduría y la audacia de su pensamiento e imaginación y el sentido heroico de su vida. Fue capaz de entender y prever una realidad social e histórica y plantearse un propósito político para el cual, en su tiempo no hubo manera práctica de resolver en forma completa. Sin embargo, si nuestro pueblo no se la planteaba, se hubieran creado dificultades aún mayores para su solución futura.
Pero si no había manera práctica de resolver, en forma integral la tarea que se había propuesto, sí había posibilidad de sentar las bases de su solución definitiva. Eso fue lo que hizo, cuando organizó la guerra de independencia de Cuba, fundó el Partido Revolucionario Cubano, esbozó un programa y proclamó que debíamos prepararnos para enfrentar “al Norte revuelto y brutal que nos desprecia”.
La vigencia histórica de su vida heroica está en que fue consagrada a defender los intereses de la población más explotada del país, el objetivo de la independencia nacional, el papel que a Cuba le correspondía desempeñar en América y en el mundo y el ideario democrático más avanzado de nuestra América en el siglo diecinueve. Estriba, asimismo, en que desde finales del siglo pasado se planteó, consecuente con su momento y a sus posibilidades máximas, una abierta oposición al fenómeno imperialista norteamericano caracterizándolo en aspectos esenciales cuando aún no estaba estudiado como fase superior del capitalismo.
Fue precisamente el desenlace de la guerra de independencia de Cuba y la intervención norteamericana en la misma, uno de los hechos esenciales con los cuales Lenin tipifica el surgimiento del imperialismo moderno.
El imperialismo y, consiguientemente, el neocolonialismo, comenzó a manifestarse en Cuba. El primer ensayo neocolonial fue la república mediatizada de Cuba, inaugurada en 1902. La primera guerra imperialista moderna fue la intervención yanqui en el proceso revolucionario cubano. A su vez, la primera guerra con carácter antiimperialista fue la iniciada en Cuba, el 24 de Febrero de 1895.
Martí, que al denunciar este fenómeno se coloca en la vanguardia del movimiento revolucionario mundial, predijo un gran problema histórico en un momento en que no podía ser entendido ni integralmente resuelto. Porque precisamente en ese momento el problema estaba en gestación.
No existía en nuestro país con fuerza un proletariado, ni un desarrollo ideológico, ni había una correlación de clases en Cuba ni en el mundo para poder resolver el problema que este hombre de estatura universal se planteó desde mucho antes de 1895. Baste decir que vivió en el monstruo, conoció sus entrañas y trató de oponerle el archipiélago libre de las Antillas para evitar su expansión por América. Solo este hecho lo coloca como uno de los hombres más extraordinarios que ha dado la humanidad. Y baste subrayar el hecho para entender las raíces históricas de la política de la Revolución Cubana con respecto a Estados Unidos y la vigencia presente del pensamiento martiano.
Debieron transcurrir más de sesenta años para que el pueblo cubano, con el triunfo de la Revolución el 1º de Enero de 1959, contara con fuerza suficiente para completar, en el plano nacional, la tarea que Martí se propuso.
Hace más de sesenta años su meta no se alcanzó. Sin embargo, el ejemplo de su vida y de su obra constituyó objetivamente una fuerza real de carácter ideológico que ayudó de manera decisiva en la lucha del pueblo cubano por su independencia nacional y su liberación social.
Martí forjó en nuestro pueblo una moral política que, no obstante más de cinco décadas de corrupción pública, se mantuvo enraizada en lo más profundo de nuestra conciencia social y de esta suerte, cuando Fidel en el Moncada proclamó que Martí era el autor intelectual, estaba refiriéndose a lo más querido de la conciencia social cubana. ¡He ahí la fuerza espiritual, moral, ideológica que su vida material, acabada dramáticamente con el holocausto de Dos Ríos, dejó para la Historia!
Con su gesto y con su guerra necesaria, cuya victoria hubo de ser mutilada y escamoteada, dejó para el futuro, es decir, para nosotros: ¡un ejemplo imperecedero que el Imperio no pudo jamás sacarnos del corazón de los cubanos!
En épocas que la política era actividad de gente al servicio de mercaderes, oficio propio de bandidos y traficantes, gestión diligente, demagógica y oportunista de caciquillos locales o, a lo sumo, mera actividad intelectual de los círculos estrechos en que se movía la vieja aristocracia criolla, Martí desarrolló un concepto nuevo —y cabe decir con propiedad— popular y universal, de la política. En este concepto nuevo, popular y universal de la política es de donde hay que partir para comprender los más profundos aspectos de su personalidad y las razones de su trascendencia en la Historia de Cuba y América.
[…]
Apasionado con sus ideas y preocupaciones del futuro, con sensibilidad literaria y alma artística, debió parecerle a muchos de sus contemporáneos como un iluso y fuera de la realidad. Como sucede a menudo en el caso de los grandes revolucionarios de la Historia, son acusados de románticos por quienes por estar inmersos en la realidad inmediata, no aciertan a comprender la realidad misma. Fuera de la realidad estaban los impugnadores de Martí. El Apóstol, por el contrario, llevaba más realismo en sus versos, en su prosa literaria, en su ferviente batallar por la independencia, en su culto a la dignidad plena del hombre, en sus predicciones antiimperialistas, en sus análisis de los problemas de América, en su descripción de las costumbres y la vida de Estados Unidos y otros países del mundo que el más documentado estudio que hubiera hecho cualquier autonomista.
Nadie en América vio tanto como vio él; nadie comprendió mejor que él las raíces de la Revolución Cubana, el presente que le tocó vivir y el futuro de Cuba y América porque nadie como él, penetró en la esencia popular de la Revolución Cubana. A ochenta años de distancia, un pueblo entero lo recuerda como el Maestro. Sin embargo, los “sensatos” de su época no tienen ninguna presencia entre nosotros. Hoy podemos decir: ¡Aquí venimos, Maestro, con el genuino sentimiento humano que tú nos impregnaste, a decir que tu idea y tu obra se mantienen vivas y más fuertes que nunca entre nosotros y que sin embargo, la de tus detractores han quedado como mero lugar de referencia! ¡Así castiga la Historia a quienes no aciertan a entenderla!
El realismo de Martí se deriva de su temperamento político. La política, como el arte o el modo de organizar y dirigir los hombres y los pueblos para la realización de fines determinados, fue su más extraordinaria virtud. Quizás haya sido esta virtud la que más lo identifica con el temperamento de su pueblo.
El pueblo cubano ha tenido siempre temperamento político. Tal virtud exaltada en la inteligencia privilegiada de Martí, le llevaron a expresar la síntesis de la conciencia política de América.
Su pensamiento era producto del desarrollo histórico: representa la culminación del movimiento democrático en América Latina en el siglo XIX. De la misma forma que Cuba cierra el ciclo de las guerras por la independencia contra el colonialismo europeo, Martí culmina una etapa decisiva en la evolución del pensamiento democrático abierto en América a principios de siglo por Simón Bolívar.
Nuestros pueblos latinoamericanos, sometidos al colonialismo (que es el equivalente a la barbarie de la civilización europea, medio feudal y medio capitalista de los siglos anteriores) y a su vez, influidos por las corrientes más progresistas y revolucionarias del movimiento democrático burgués, expresaron en lenguaje literario y en los hechos heroicos, un mensaje de redención social y humano, que sitúa a la epopeya por la independencia latinoamericana entre los más grandes acontecimientos revolucionarios de la humanidad.
Si las revoluciones burguesas europeas traen a la mente nombres como los de Mirabeu, Saint Just, Danton, Napoleón y el más revolucionario de todos, Robespierre, la lucha independentista de nuestra América hace emerger figuras como Bolívar, Martí, Sucre, San Martín, Juárez, O’Higgins y otros cuya gigantesca talla histórica adquiere carácter universal. En moral, en política, en proyección histórica, en el arte militar nuestros pueblos en el siglo XIX dieron un tipo de dirigente que en muchos aspectos rebasa a los surgidos en el movimiento burgués europeo. Y esto fue así, porque las ideas de libertad, igualdad y fraternidad de las revoluciones burguesas, regadas en nuestras tierras americanas, fueron “fertilizadas” en la mente y en la acción de nuestros héroes por las condiciones de explotación colonial, donde constituían aplastante mayoría los indios que vivían al margen de la civilización, los negros traídos de África como esclavos y las decenas de miles de campesinos y trabajadores del campo que sentían la doble opresión nacional y social de los amos extranjeros.
En el caso de nuestra Patria, el movimiento independentista tiene lugar 50 años después del resto del Continente y en una época en que comenzaba a gestarse el fenómeno imperialista. La influencia radicalizadora de las masas explotadas sobre el ideario de los dirigentes revolucionarios, fue haciéndose sentir en nuestro país de una manera cada día más avanzada y popular. Esto encuentra en Martí su más completo, radical y consecuente exponente.
Martí llevó la idea democrática que en Europa y América del Norte representó una clase burguesa, al seno de un pueblo compuesto mayoritariamente por obreros, campesinos y capas medias explotadas. Y llevó su humanismo y su idea democrática revolucionaria, decidida, firme y consecuentemente. Y al llevarla hasta sus últimos extremos, abrió el camino en las condiciones concretas de Cuba, al pensamiento socialista.
En su exquisita sensibilidad individual había depositado lo más progresista y avanzado del humanismo y del ideario democrático-revolucionario. En Martí, ese sentimiento humanista y democrático-revolucionario trascendía de los intereses de las clases burguesas criollas. He ahí por qué lo entendían más fácil los obreros y campesinos y lo miraban con odio o con temor las clases ricas cubanas.
El movimiento democrático burgués en Cuba durante el siglo XIX, adquirió una fuerza y brillantez en lo intelectual y un vigor y amplitud en la lucha política de las masas, como pocas veces se haya visto otra en la historia de América. Los hombres que anteceden al 95 —Céspedes y Agramonte— representaban el movimiento democrático burgués en una forma bastante avanzada. Martí recibió de ellos y del medio intelectual y espiritual de los cubanos cultos, que se ejemplifica en el hogar de su maestro Mendive, enseñanzas y alientos para elaborar su propio pensamiento.
Todas las ideas del movimiento democrático del siglo XIX cubano pasaron por el tamiz de su extraordinario talento y de su exquisita sensibilidad humana y de su decisión irrevocable de ponerse al lado de los pobres.
El presidio político y las condiciones de miseria y explotación colonialista y esclavista en que vivía el pueblo cubano, dejan huellas profundas en su carácter y en su pensamiento.
Si a ello le unimos su vida en Estados Unidos en la penúltima década del siglo, cuando la sociedad capitalista evolucionaba hacia la concentración monopolista, hacia la fusión del capital bancario y el industrial, y hacia la exportación de capitales, es decir, hacia el imperialismo; si tomamos en consideración que en esos momentos en la propia Norteamérica las ideas marxistas, socialistas y anarquistas tenían marcado relieve, si le agregamos la cabal comprensión que adquirió acerca de los peligros de la dominación imperialista, y si tomamos en cuenta la composición mayoritariamente trabajadora y campesina del pueblo cubano en donde él iba a organizar y desencadenar la guerra, podríamos tener algunos fundamentos acerca del programa ultrademocrático y de sabias predicciones antiimperialistas del Partido Revolucionario Cubano.
Quiere esto decir que, en nuestro país, por específicas condiciones relacionadas con su composición de clase, con la evolución de su pensamiento político y, posiblemente por sus amplias relaciones de carácter internacional, derivadas en parte de nuestra dependencia del comercio exterior, ya tenían, en 1892, un programa revolucionario como el que 80 años más tarde puede servir de modelo a muchos otros países.
La vigencia de Martí en América estriba entre otras cosas en que el Continente se tiene planteado todavía la realización del ideal democrático y en que Martí representa el punto extremo de ese ideal. Si para nosotros los cubanos, el pensamiento democrático revolucionario de Martí lo hemos visto realizado, para otros países de América constituye todavía un objetivo a lograr.
[…]
Evidentemente su idea de la política estaba estrechamente vinculada al sentido de lo humano. Era político porque era profundamente humanista. Y era humanista, porque era profundamente político. Esta es una de las más hermosas herencias que nos dejó a los cubanos. En este valor está un aspecto esencial de la política y del éxito de la Revolución Cubana.
Por esto, para entender el pensamiento de Martí, hay que tomar en cuenta su humanismo, su democratismo revolucionario, su latinoamericanismo y su sentido universal.
Al recordar aquella expresión suya: “Patria es humanidad”, cabría decir que hacía política para la humanidad. La hacía con claridad de su sentido universal, exquisitez en los métodos, firmeza indeclinable en los fines, previsión extraordinariamente realista acerca de los peligros y limitaciones, y pasión resuelta, serena y heroica por superarlos.
Esta originalísima combinación de elementos ideológicos en una mentalidad privilegiada, con una vasta cultura, con una personalidad atrayente y sugestiva, lo convierten en el único cubano capaz de agrupar y fundir en un solo movimiento, resumir en un solo Partido, concretar en un solo ejército, todo el esfuerzo del pueblo cubano por la independencia. Por ello, el General Máximo Gómez pudo decir, en carta memorable al general Antonio Maceo: “Esta guerra, general, la haremos usted y yo, pero será la guerra de Martí”.
A ochenta años de distancia, teniendo a la vista el encuentro de Gómez, Maceo y Martí, en 1884, en Nueva York, y con la mente puesta en lo que debieron ser las conversaciones de La Mejorana, hoy todos los cubanos llevamos en el corazón aquel infinito respeto, admiración y cariño que Martí sentía por Gómez y Maceo. El pueblo y la Historia los han situado a los tres, como el núcleo central de la guerra de independencia de Cuba.
El gran mérito histórico de Martí fue unir a todos los factores dispuestos a la guerra, organizarla, hacerla viable, y, partiendo de ello, trasmitirle una ideología y una proyección política. Al darle una política a la guerra, Martí actuaba con un gran realismo y sentido práctico. No pocos fueron los obstáculos que encontró para alcanzar ese objetivo. Dijo: “Comprendí que debía enfrentarme a la acusación de oponerle trabas leguleyescas a la guerra de independencia”.
Mucho había estudiado y superado Martí los reparos civilistas que obstaculizaron la guerra del 68. No había, tampoco, en Gómez y Maceo aquellos gérmenes de caudillismo que hicieron naufragar la primera guerra en el Pacto del Zanjón. Sin embargo, residuos de aquellas viejas cuestiones estaban todavía presentes en la mente de aquellos gigantes de la Historia en las discusiones de La Mejorana.
El pensamiento de Martí era mucho más hondo, y de otro carácter al que había prevalecido en 1869 en la Asamblea de Guáimaro. Martí no era, ni remotamente, el civilista romántico de los meses iniciales de los cien años de lucha. Pero Martí quería darle una política a la guerra. Para entender toda la hondura de su pensamiento y todo su realismo, habría que haber entendido las formas y maneras con que se ejerce la política del pueblo. Él quería que la guerra se dirigiera con criterio político. Y en ello actuaba con un pensamiento previsor y con gran sentido práctico. Acusado de oponer trabas formales a la guerra, en realidad pretendía brindarle las fórmulas prácticas de hacerla viable y popular, y sobre todo intentaba darle a la lucha armada un cuerpo de ideas y organización política capaz de mantener, en la victoria, el principio democrático que la inspiraba.
[…]
Para dirigir la guerra con criterio y métodos políticos había que buscar no solo las formas concretas de organizar y mandar el ejército, sino, además, los medios a través de los cuales auxiliarla y apoyarla en todo el Territorio Nacional y en el extranjero. Y para ello había que unir las voluntades en un apretado haz bajo una dirección unificada. Martí, a quien se le planteó la necesidad de unificar el mando de la lucha armada, tenía tal claridad en el asunto que llevó este mismo principio no solo a lo militar, sino incluso a la política. Porque como ha dicho Fidel, “organizó un solo Partido de la independencia”. Y aquí es donde la audacia de su pensamiento mueve la mayor admiración. Fundó un Partido de la independencia, con un programa ultrademocrático y antiimperialista, y confiaba en él como la fuerza espiritual e ideológica del futuro.
Guerras de independencia contra los poderes colonialistas, hubo muchas y muy heroicas en nuestra América. Desde Haití hasta Venezuela, desde México hasta Argentina. También Cuba conoció, entre 1868 y 1878, una guerra formidable de este tipo. Pero en ninguno de estos casos, esas guerras fueron preparadas y orientadas por un partido revolucionario. El Partido Revolucionario Cubano es el primero creado en nuestra América —y quizás en el mundo— para organizar y conducir una guerra anticolonialista, una guerra de independencia. La novedad de este hecho bastaría, por sí sola, para explicar no pocas de las perplejidades que ello provocó. En Cuba habían existido ya partidos políticos —de hecho, a la sazón era fuerte entre la tímida y conservadora burguesía criolla del occidente del país, el llamado Partido Liberal Autonomista—, pero ninguno de ellos tenía carácter revolucionario ni se proponía preparar la guerra de independencia.
Cuando Martí aún no ha cumplido treinta años, en 1882, escribe a Máximo Gómez:
¿A quién se vuelve Cuba, en el instante definitivo y ya cercano de que pierda todas las nuevas esperanzas que el término de la guerra, las promesas de España, y la política de los liberales le han hecho concebir? Se vuelve a todos los que le hablan de una solución fuera de España. Pero si no está en pie, elocuente y erguido, moderado, profundo, un partido revolucionario que inspire, por la cohesión y modestia de sus hombres, y la sensatez de sus propósitos, una confianza suficiente para acallar el anhelo del país, ¿a quién ha de volverse, sino a los hombres del Partido anexionista que surgirá entonces?
El Partido Revolucionario Cubano surgía para organizar la guerra y de esta manera evitar el anexionismo, es decir, la corriente política antecesora del sometimiento al imperialismo yanqui. Nada mejor para subrayar la visión de Martí sobre el Partido que las palabras con que se inicia el Manifiesto de Montecristi suscrito por Máximo Gómez y el propio Martí y con el cual el Partido Revolucionario Cubano convoca a la guerra necesaria. Comienza así el Manifiesto de Montecristi:
La revolución de independencia iniciada en Yara después de preparación gloriosa y cruenta ha entrado en Cuba en un nuevo período de guerra en virtud del orden y acuerdo del Partido Revolucionario en el extranjero y en la Isla y de la ejemplar congregación en él de todos los elementos consagrados al saneamiento y emancipación del país para bien de América y el mundo…
Las revoluciones populares de este siglo han mostrado una y otra vez, que es condición de su éxito que el ejército popular actúe como brazo armado del Partido Revolucionario; lo que no hace sino comprobar que “la guerra —como había dicho Martí— es un procedimiento político”. Pero a finales del siglo pasado, sin ningún precedente en nuestra América, el propósito de que el Partido influyera en la orientación de la guerra, no podía sino sorprender. Solo que lejos de ser, por ello, un continuador de los “civilistas” del 68, Martí era un precursor de los revolucionarios radicales del siglo XX. Habría que esperar a que el desarrollo de la Historia echara una luz reveladora sobre este hecho para que eso se viera con toda claridad.
[…]
El Partido Revolucionario Cubano no era una simple suma de afiliados, sino que era, propiamente, un complejo de organizaciones. Los Estatutos Secretos del Partido Revolucionario Cubano, dicen textualmente: “El Partido Revolucionario Cubano se compone de todas las asociaciones organizadas de cubanos independientes que acepten su programa y cumplan con los deberes impuestos en él”.
Más adelante señala: “El Partido Revolucionario Cubano funcionará por medio de asociaciones independientes que son la base de su autoridad”.
Es decir, el Partido Revolucionario Cubano de Martí era un complejo de organizaciones, poseía bases programáticas y Estatutos democráticamente aprobados y una definida política antiimperialista.
[…]
No constituye un hecho sin importancia que la fundación del Partido Revolucionario Cubano tuviera lugar en Cayo Hueso, donde se encontraban los obreros tabaqueros emigrados. Asimismo, la presencia conocida y valorada por Martí de marxistas, socialistas utópicos y anarquistas en el seno del Partido es cuestión de significación. También es significativo que fuera precisamente a Carlos Baliño a quien Martí le dijera: “Revolución no es la que vamos a hacer en la manigua, sino la que vamos a realizar en la República”.
Los hechos del 1º de Mayo tuvieron repercusión en nuestro país desde los primeros momentos. En 1889 se acuerda por primera vez conmemorar la fecha con manifestaciones obreras. Se convoca para el 1º de Mayo de 1890 una jornada internacional de los trabajadores. En esa primera conmemoración estuvo presente la muy incipiente todavía clase obrera cubana. Estos hechos de gran significado no pasaron desapercibidos para Martí. Los amigos socialistas de Martí le escribían desde Cuba acerca de sus ideas. Martí les alentaba a continuar estudiando los problemas sociales y les elogiaba estas inquietudes.
Pero, desde luego, la tarea y el papel de Martí eran otros. Martí tenía que organizar y dirigir la guerra por la independencia de Cuba para evitar a tiempo la expansión yanqui por América. Las condiciones históricas que prevalecían en América y en el mundo al terminar la guerra de independencia, hicieron que el programa del Partido Revolucionario Cubano no pudiera ser realizado.
Pero Martí era tan revolucionario que, no pudiendo admitir sosegadamente los obstáculos y limitaciones de su época, lanzó sin embargo para el porvenir una bandera y un programa que aún hoy constituyen un ideal a alcanzar por muchos pueblos de América.
La Historia en el caso de nuestra Patria, mostró con ejemplaridad que el programa del Partido Revolucionario era un antecedente necesario del programa socialista de nuestra Revolución. ¡Así lo vio Mella; así lo vio Fidel! Esto explica el hecho de que al transcurrir tres décadas de su muerte, quienes mejor comprendieron el pensamiento de Martí fueran los fundadores del primer Partido Comunista de Cuba: Julio Antonio Mella y Carlos Baliño. No podía la clase burguesa criolla del siglo XX, parasitaria y subordinada al imperialismo yanqui, entender el pensamiento humanista, popular, ultrademocrático y antiimperialista de José Martí. Y no lo podía, porque ello hubiera rebasado sus propios intereses de clase.
En 1925 se había producido en el país un desarrollo de la clase obrera. Había tenido lugar en el mundo el triunfo de la Revolución de Octubre. La influencia del leninismo se proyectaba sobre nuestra Patria. Julio Antonio Mella y Carlos Baliño buscan las raíces de su programa político en el Partido Revolucionario Cubano. En el Partido a que pertenecían los obreros tabaqueros de Cayo Hueso y piensan en él como la gran necesidad inmediata.
Julio Antonio Mella comprendió como pocos las raíces martianas de la Revolución Cubana y escribió estos párrafos elocuentes refiriéndose a la interpretación histórica de la vida de Martí. Decía Mella:
Consiste, en el caso de Martí y de la Revolución, tomados únicamente como ejemplos, en ver el interés económico social que “creó” al “Apóstol”, sus poemas de rebeldía, su acción continental revolucionaria, estudiar el juego de las fuerzas históricas, el rompimiento de un antiguo equilibrio de fuerzas sociales, desentrañar el misterio del programa ultrademocrático del Partido Revolucionario, el milagro —así parece hoy— de la cooperación estrecha entre el elemento proletario de los talleres de La Florida y la burguesía nacional, la razón de la existencia de anarquistas y socialistas en las filas del Partido Revolucionario, etc., etc.
La Revolución de Martí, triunfadora el 1º de Enero de 1959, y la lucha victoriosa de nuestro pueblo permiten hoy comprender mejor estos fenómenos. No hubiera sido posible entender en toda su profundidad la cuestión sin las luchas de nuestro proletariado, de los campesinos y estudiantes cubanos. No se hubiera entendido, sin las batallas libradas por el propio Mella, Martínez Villena, Guiteras, Menéndez; por los combatientes del Moncada, de la Sierra, la clandestinidad y de Girón.
La razón de estos hechos hay que encontrarla en la estrecha relación entre las luchas por la independencia y la cuestión social. En su concepto de la política estaba incluida la cuestión social.
Quien escribió: “con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar”; quien postuló: “se nos viene encima un universo nuevo amasado por las manos de los trabajadores”; quien a su vez subrayó —refiriéndose a Carlos Marx— “no fue solo movedor titánico de las cóleras de los trabajadores europeos, sino veedor profundo en la razón de las miserias humanas, y en los destinos de los hombres, y hombre comido de ansia de hacer bien”; quien destacó: “Karl Marx estudió los modos de asentar al mundo sobre nuevas bases y despertar a los dormidos, y les enseñó el modo de echar a tierra los puntales rotos”; y quien se convirtió en el dirigente de los obreros tabaqueros de Tampa y se planteó la independencia de Cuba como un deber de carácter continental y universal, incluía necesariamente en su ideario político la cuestión social e internacional.
Ya en 1868, se había vinculado el problema de la independencia con la cuestión social de la esclavitud. En 1895, se empieza a relacionar el problema de la independencia con el de la tierra. En 1925, la necesidad de combatir la dominación imperialista va unida al problema de la tierra y a la lucha por la liberación de la clase obrera contra la opresión burguesa.
[…]
En los años de la fundación del primer Partido Comunista no fue posible que se cumpliera el programa de Martí. Habrían de transcurrir 30 años, para que el programa del Partido de Martí se comenzara a cumplir. En 1953, Fidel Castro plasma el programa del Partido Revolucionario Cubano en La Historia me absolverá. El programa del Moncada era, en esencia, el programa del Partido Revolucionario Cubano. Y al triunfo de la Revolución ese programa se fue cumpliendo con toda fuerza, energía y valor. Y abrió para siempre los caminos de la independencia nacional y de la liberación de la clase obrera y de las masas explotadas.
Martí estuvo con su influencia en la fundación del primer Partido Comunista. Estuvo, también, presente en las leyes nacionalistas y antiimperialistas de Antonio Guiteras. Su programa se expresa en el programa del Moncada. Estuvo presente en el «Granma», en la clandestinidad y en la Sierra. Sus ideas triunfaron el 1º de Enero de 1959. En esa fecha gloriosa alcanzó la victoria la Revolución de Martí. Una revolución que conquistó, para siempre, la independencia nacional, la liberación de los explotados, la democracia plena y que abrió el camino del socialismo en nuestra Patria.
Por eso hoy, en el Año del I Congreso del Partido y al rendir modesto homenaje a su memoria, unimos en apretado haz, como símbolos del alma visible de Cuba: el Partido Revolucionario Cubano de José Martí, fundado en 1892; el primer partido marxista de Cuba fundado por Julio Antonio Mella, en 1925 y el Partido Comunista de Cuba, fundado y dirigido por Fidel.
Muchas gracias