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Foto de Del taller del escritor---Una aproximación a la Bibliografía utilizada por Alejo Carpentier en cada una de sus grandes novelas

Del taller del escritor---Una aproximación a la Bibliografía utilizada por Alejo Carpentier en cada una de sus grandes novelas

26/12/2021
Por: Araceli García Carranza, Biblioteca Nacional José Martí

Innegablemente existe una bibliografía paralela y complementaria que sirve de basamento a la obra de los grandes creadores, quienes interpretan, recrean y crean al amparo del acervo universal.

Cuantos de nosotros nos hemos preguntado alguna vez ¿qué libros fueron leídos por el padre Várela, o por nuestro José Martí, o por Alejo Carpentier, o por cualquier otra figura de nuestra cultura? Porque indudablemente esas lecturas no solo conformaron el universo de sus conocimientos sino que influyeron en sus interpretaciones de la realidad, así como en la creación de sus obras, obras que desbordaron sus épocas y que constituyen auténticos aportes a la cultura cubana. Del padre Félix Várela conocemos el valioso folleto contentivo del catálogo de los libros pertenecientes a su biblioteca particular, subastados en New York a raíz de su muerte, porque Fermín Peraza lo dio a conocer, en 1944, en la revista Luz y Verdad, órgano de la Orden Caballero de la Luz. Se trata de un listado de interés comercial por medio del cual esta valiosa colección fue sometida a la dispersión: páginas de inapreciable valor histórico encontradas por monseñor Eduardo Martínez Dalmau en la Biblioteca Pública de New York, y reproducidas posteriormente por Gustavo Amigó Jansen en febrero de 1945, en la revista Lumen, órgano de la Agrupación Universitaria. Este documento que da a conocer las fuentes que leyó y estudió la más robusta mentalidad cubana de la primera mitad del siglo XIX, consta de 507 títulos y resulta una muy valiosa biblioteca teológica que incluye además algunas publicaciones cubanas como la Revista Bimestre Cubana, que publicara José Antonio Saco en el período 1831-1834.

De los libros que leyó nuestro José Martí, la más alta figura del siglo XIX cubano, recordamos apenas una veintena que atesorara la Sala Martí de la Biblioteca Nacional de Cuba. Estos libros llegaron a nosotros por disposición del doctor Julio Le Riverend, quien en su carácter de director del Instituto de Historia de la Academia de Ciencias de Cuba los trasladó a la Sala .Habían sido donados por Carmen Mantilla al doctor Julio Villoldo en 1920, y durante años fueron celosamente guardados por Emilio Roig de Leuchsenring en la Oficina del Historiador de la Ciudad. Hoy son atesorados por el Centro de Estudios Martianos. Entre ellos recuerdo la Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana de Bartolomé Mitre; Leyendas históricas de la independencia, de Ireneo Paz; obras poéticas de José María Heredia y de José Joaquín Palma; el Lalla Rookh, de Tomás Moore; cuentos medievales; y otras obras patrióticas y poéticas en inglés y en francés.

De don Fernando Ortiz y de José Lezama Lima el Departamento de Selección y Canje de nuestra Biblioteca Nacional, con acierto y visión de futuro, confeccionó preciosos catálogos con los libros que pertenecieron a las bibliotecas de ambos. La colección de don Fernando Ortiz con más de 4000 títulos es una biblioteca de literatura, etnología, y de historia universales.

En fin, que de estas figuras poseemos listados y catálogos que abren puertas a múltiples investigaciones bibliográficas, filológicas y literarias, repertorios que pueden llevar al estudioso a desentrañar, interpretar y conocer mejor la obra de estos creadores.

En el caso de Alejo Carpentier me he aproximado a parte de la bibliografía que utilizara a través de la investigación bibliográfica especializada¹

Para ¡Ecue-Yamba-Ó! Carpentier debe haber utilizado una muy amplia bibliografía así como la obra de don Fernando Ortiz, a quien admiró siempre. Ya en 1929 había dedicado a don Fernando su artículo “Temas de la lira y el bongó” (publicado en Carteles el 28 de abril de este año) y años después, el 3 de octubre de 1951, en la sección Letra y Solfa de El Nacional, de Caracas, considera la obra de don Fernando Ortiz como ejemplo magnífico de conciencia intelectual, y además lo califica como patriarca de las letras cubanas.

En los libros de don Fernando Los negros brujos (1906), Las rebeliones de los afrocubanos (1910), Los negros esclavos (1916), Los cabildos afrocubanos (1921), Un catauro de cubanismos (1923), Glosario de afronegrismos (1924), La fiesta afrocubana del Día de Reyes (1925), De la música afrocubana (1934), Carpentier encontró las incógnitas ya despejadas que pesaban sobre el destino del negro en Cuba explicándose lenguajes populares, sincretismo, ritos religiosos, bailes y la supervivencia de cultos ancestrales.

Pero desde esta, su primera novela, Carpentier no agota posibilidades de información en una amplia bibliografía selectiva sino que busca en la realidad que le circunda experiencias y vivencias que le permiten penetrar sus propias raíces.

Dieciséis años después, en 1949, publica El reino de este mundo.

Penetrar la selva bibliográfica consultada por Carpentier antes de escribir El reino...  es una tarea ímproba, sin embargo es tarea imprescindible para tener una noción cabal de la estructura de la obra así como para conocer el estilo de trabajo del autor. En el propio texto de la novela Carpentier declara las fuentes utilizadas: Moreau de Saint-Méry, el barón Estanislao de Wimpffen, la duquesa de Abrantès, autores contemporáneos de los hechos narrados, y personajes ausentes de la novela. Al martiniqueño Moreau de Saint-Méry debe, entre otros datos que conforman el escenario de su novela, los nombres de las calles de El Cabo, nombres de navíos y costumbres coloniales. Del barón de Wimpffen le sirven los conceptos de los utopistas que se apiadaban en París del destino de los negros esclavos, y de la duquesa de Abrantès toma fragmentos alusivos a la vestimenta de Paulina Bonaparte. Carpentier también menciona autores haitianos como Jean Price-Mars, Jacques Roumain y Louis Maximilien, de ellos utiliza textos precisos que, reelaborados o no, forman parte de El reino... De don Fernando Ortiz utiliza referencias, entre otras la “fiesta de tumbas y catás en el Cabildo de Negros Franceses” a la que acude el personaje Ti Noel; y también utiliza la procedencia de los 10 000 corceles de Ogún que, haciendo resonar los cielos con sus atronadores cascos de bronce, acudirán en auxilio de Haití merced al rito propiciatorio de los toros degollados. El punto de partida de esta referencia es un texto de don Fernando Ortiz que se refiere a Shangó, y es curioso destacar la fascinación que ejerció sobre Carpentier ya que en ¡Ecué Yamba-O! Se lee: “y sus diez mil caballos con cascos de bronce galopan sobre un rosario de islas desamparadas”. Posteriormente aparece en La consagración de la primavera: “después de prender las fraguas de arriba y de echar a galopar – con herraduras de bronce clavadas por Ogún – los diez mil caballos de Shangó lanzaban un huracán de madre por todo el caribe”.

Otras referencias que se introducen  en el texto y que admirablemente estudiara y precisara la norteamericana E. S. Speratti Piñero en su libro Pasos hallados en El reino de este mundo, proceden de La isla mágica, de William B. Seabrook; del libro de Leconte sobre Christophe; de la conferencia sobre la evolución del vodú que Lorimer Denis publicara, en 1943, en el Boletín del Buró de Etnología, de Puerto Príncipe; del drama histórico Mackendal, de Isnardin Vieux; y de los ensayos de Louis Marceau titulados Marie-Louise d` Haiti, y de Sans-Souci á la Citadelle.  Speratti-Piñero, al concluir sus estudios sobre El reino..., considera que es esta una obra imaginativa y eminentemente libresca, porque en la obra toda de Alejo Carpentier el uso de fuentes bibliográficas, la imaginación, el talento y la sabiduría se entremezclan y amalgaban y, de esta conjunción, brota como manantial la obra literaria.

Unos años después de la publicación de El reino..., en 1951, Carpentier crea la sección Letra y Solfa en El Nacional de Caracas, diario en el que colabora desde 1945. En esta columna diaria que consagra casi en su totalidad a la literatura y a la música, según la intención de su título, y que mantendría durante casi una década, reseñaría, en cuentos de crónicas, las obras literarias más significativas de la literatura universal, la historiografía de la música y el arte en el siglo XX, inventos de la época, y vida y obra de grandes figuras.

Es posible asegurar que muchos estudiosos descubren, y otros redescubren, al Carpentier periodista cuando conocen esta colección de El Nacional. En este diario Carpentier vuelca su enorme erudición en un sabio estilo periodístico donde se funden lo ameno y el valor utilitario del aprendizaje. Y paralela a esta sección utiliza una muy amplia bibliografía de cientos de obras significativas de la literatura, la historia, el arte y la música, bibliografía en gran medida americana, porque en numerosos artículos está presente su preocupación por interpretar hechos y fenómenos de la cultura desde la perspectiva de nuestro continente. Temas específicamente americanos que denotan el gran propósito de su obra: dar a los valores nuestros su justa dimensión universal.

En las crónicas de Letra y Solfa también observamos el carácter vivencial de las mismas ya que muchas realidades descritas no solo proceden de la bibliografía consultada. Sus artículos sobre las viejas culturas americanas – aztecas, mayas, incas- fueron armados con observaciones directas de los monumentos dejados por esas culturas. 

Pero estas crónicas no solo sirven de hilo conductor para descubrir una espléndida bibliografía americana, sino para encontrar en ellas la simiente de la novela latinoamericana e innumerables elementos definitorios de su obra posterior. Algunas contienen la génesis y la realización de múltiples aspectos de sus grandes novelas, y otras, referencias y observaciones que más o menos textuales llevara a su novelística posterior. O sea, en estas crónicas encontramos la bibliografía complementaria de algunas de sus novelas.

Asimismo descubrimos en ellas, la bibliografía complementaria de El siglo de las luces cuando describe la tumba de Fernando Paleólogo, descendiente directo de los últimos emperadores de Bizancio. Casi con idénticas palabras, el episodio reaparece en El siglo... Para esta novela Carpentier contó con una documentación básica que tiene como antecedente la consulta y el estudio de una muy extensa bibliografía de autores y de asuntos latinoamericanos, que lo llevaron a un profundo conocimiento de América. 

En 1955 Carpentier viaja a París procedente de Venezuela, y una escala imprevista en Guadalupe le hace permanecer en esta isla más de una semana. Mientras recorre el territorio traba amistad con Mario Petreluzzi, director del periódico Guadalupe. El nombre de este periodista aparece en una nota escrita sobre el menú de un restaurante en Guadalupe, documento que Carpentier denominara “la semilla de El siglo de las luces”. Petreluzzi le revela la existencia del extraordinario Víctor Hughes quien había llegado a Guadalupe, en 1794, para rescatarla de los ingleses y lograr mantenerla bajo el dominio francés. Víctor traía consigo las leyes de la Convención y de la Constitución de 1793, por tanto el personaje tenía suficiente historicidad.

A su llegada a París Carpentier consulta el fichero del historiador Pierre Vitoux y realiza una incursión bibliográfica por periódicos de la época, testimonios, proclamas, noticias e historiografía de la Revolución Francesa, todo lo cual le lleva a la conclusión de que este personaje era apenas conocido. Con los datos obtenidos y otros enviados por Petreluzzi desde Guadalupe, Carpentier regresa a Venezuela y reconstruye el personaje. Muy serios habían sido ya por esta época sus estudios sobre las costumbres y las corrientes filosóficas del siglo XVIII. Entre otras obras estudiaría las historias de la Revolución Francesa de Octave Aubry. Louis Blane, Pierre Gaxotte, Albert Mathiez, Jules Michelet, Francois Mignet y Louis Adolphe Thiers.

Otros títulos sobre oradores, sociedades, legislación, religión, liberalismo europeo, heterodoxos españoles así como libros de viajes a Guadalupe, Cayena y Surinam integran la bibliografía consultada y estudiada antes de escribir esta novela. Las descripciones bibliográficas correspondientes aparecen en la Bibliografía de El siglo..., publicada en la Revista de la Biblioteca Nacional José Martí en 1982. Esta compilación que entre otras describe 40 obras utilizadas por Carpentier, prueba también el estudio previo de adecuadas fuentes bibliográficas en la creación novelística carpenteriana.

Realmente con la utilización y recreación de fuentes bibliográficas Carpentier demostró y uso, en este caso, un texto de Nöél Salomón: ²

... el valor instrumental del clásico pero todavía joven proceder de los que , a pesar de ciertos anatemas, no tienen miedo a bibliotecas y archivos, y sin ser limitativos “fuentistas” al estilo del positivismo del siglo XIX saben que la investigación de “fuentes” resulta fecunda cuando no se olvida el investigador que más importante que la “fuente” es el significado de su elección y más todavía su elaboración (...) Por eso (...) una de las muchas condiciones para que la sutil esencia de la consabida “literaridad” (o “literaturidad”) del texto se convierta en objeto observable y palpable es el previo deslinde, estricto y riguroso de lo “extra”, “infra” y “preliterario” de donde brotó lo “literario”.

Con estos tanteos me he propuesto abrir puertas a estudiosos e investigadores para que emprendan los estudios de intertextualidad que merece la obra de ese gigante de las letras que fue y es Alejo Carpentier. Y sirvan también estos apuntes de punto de partida para promover la indagación bibliográfica que merecen otros grandes de nuestra cultura y de la cultura universal.

1 Es preciso aclarar que posterior a esta investigación bibliográfica   la Fundación Alejo Carpentier heredó la biblioteca personal de nuestro     gran novelista después de la muerte de su viuda Lilia Esteban de Carpentier.

² Salomón, Nöel. Sobre dos fuentes antillanas y su elaboración en El siglo de las luces de Alejo Carpentier. Burdeos: s.n., 1972. 20p.