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Foto de Concurso Leer a Martí 2000 El amor hacia los padres

Concurso Leer a Martí 2000 El amor hacia los padres

21/10/2020
Por: Jessica Álvarez Bellas, Biblioteca Nacional José Martí

Hoy Yamil un niño ganador del Concurso Leer a Martí del año 2000 nos muestra el amor hacia los padres, él,  su autor tenía 16 años en aquel momento estaba en 11no grado y concursó por su provincia Matanzas. Seguro les va a gustar.

(El amor y…)

Yamil Mazarío Rodríguez  

El amor y el respeto hacia nuestros padres son sentimientos tan antiguos como la misma tierra. Nadie se escapa de esa sensación dulce y tierna que nos inunda el alma a abrazar a nuestra madre. Cuando estamos lejos de ella su recuerdo y consejos están presente en todo momento. Nos inspira una confianza inmensa y nos hace sentir incapaces de mentirle. Como lo describiera José Martí en carta a su madre del 15 de mayo de 1894: ´´a otros puedo hablar de otras cosas. Con usted se me escapa el alma (…) ´´ 

José Martí adoraba a su madre y se dolía de la triste suerte de doña Leonor, ya que tenía un hijo que casi no podía atenderla, él mismo le cuenta a su amigo Juan Santos Fernández, doctor y condiscípulo suyo, que estaba empleando los últimos años de su vida en ver cómo salvaba a la madre mayor: la patria. Pero Martí no estaba siendo justo consigo mismo, pues aun en la miseria del exilio reunió unos ahorritos para llevar a su madre con él unos días. La necesidad de verla le quemaba el pecho y logra llevarla a su lado en noviembre de 1887. Estaba más que feliz. Su madre era un bálsamo para sus penas. El amor de doña Leonor le penetra hondo en el pecho, a través de un rayito tenue que brota de esos ojos casi ciegos, pero que estalla dentro y le ilumina el alma, devolviéndole la fuerza y vigor de sus 34 años bien sufridos. Le escribe a Manuel Mercado: ´´(…) ¿sabe que mamá está aquí? Esa es sin duda la salud repentina que todos me notan´´. El 27 de enero de 1888, queda desgarrado con la partida de esta y escribe nuevamente a Mercado: ´´ (…) hoy no hay carta. Mamá se acaba de ir, y fuera de lo del deber del pan, tengo la mente vacía´´. Con esta frase, Martí refleja todo el dolor que le provoca la separación familiar. El deber de hacer bien no le deja disfrutar plenamente de su familia. Aun cuando tuvo a su madre junto a él en Nueva York, sus tareas le impedían permanecer junto a ella todo el tiempo, pero nunca hubo en su vida, amor más puro y grande que el que sentía por su madre. En ella encontraba fuerzas cuando estaba cansado y siempre recurría a su recuerdo para encontrar pureza y valor para alimentar el alma. Martí sabía de la grandeza de sus padres, y que de ellos heredó su sed de justicia. El 15 de mayo de 1894, en carta a doña Leonor escribe: ´´ ¿Y de quién aprendí yo mi entereza y mi rebeldía, o de quién pude heredarlos, sino de mi madre y de mi padre? ´´ 

Doña Leonor fue, sin dudas, la mujer más influyente e importante en la vida de José Martí y esto la coloca muy alto en la historia de nuestra patria

Pepe presenció desde niño la abnegación y la vida sacrificada de su madre, cosiendo hasta altas horas de la noche para aliviar la pobreza de su casa. ¡Rubíes hay de alto precio en las acaudalas joyerías, mas no vale ninguno lo que valen las gotas de sangre que acorralan los dedos afanados de una madrecita buena!

De ella heredó el amor al sacrificio, la dedicación y la constancia. La sintió amarlo, mimarlo, protegerlo y llorarlo amargamente. La veneró por eso. Se inspiró en ella para amar, y amó puro y sincero, a todos los que amó, los amó de verdad, y nos amó a todos. Ella fue el fuego encendido de su vida, que prendió fuerte en los momentos más oscuros, y se mantuvo perenne en la lluvia hostil de la lejanía. De ella aprendió a ser leal y agradecido. En su imagen halló fuerzas para continuar luchando, y valor para aguantar el sufrimiento. De ella heredó el noble orgullo de no mostrar las lágrimas, pero lloró por ella. Fue más que su sostén, más que su guía, más que su inspiración: ella fue su madre. Siempre estuvo allí, para él, en su rinconcito de la casita de la calle Paula, donde Martí la imaginaba, en su sillón, rodeada de nietos y añorando a su hijo.