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Foto de Correo desde la Isla de la Dignidad. Enrique Hart Dávalos, Carlos García Gil y Juan A. González Bayona, La patria os contempla orgullosa

Correo desde la Isla de la Dignidad. Enrique Hart Dávalos, Carlos García Gil y Juan A. González Bayona, La patria os contempla orgullosa

21/4/2021
Por: Eloisa M. Carreras Varona , Biblioteca Nacional José Martí

El 21 de abril de 1958, cuando Armando estaba preso en la Cárcel de Boniato, aconteció la trágica muerte de quien era el jefe de acción del MR–26–7 en Matanzas, su hermano Enrique, quien falleció junto a otros dos destacados combatientes revolucionarios, Carlos García Gil y Juan A. González Bayona, en el reparto Cumbre de esa ciudad. Desde luego que, la muerte de Enrique y de sus compañeros de ideales y lucha, fueron para Armando de los golpes más duros de cuantos vivió en los años de insurrección por la libertad de Cuba. 

En aquellos días de abril de 1958, a propósito de las aciagas noticias que había recibido, Armando escribió una conmovedora y profundamente filosófica carta a su familia. 

En homenaje al 63 Aniversario de la muerte de Enrique Hart Dávalos, a la Huelga de Abril y a todos los que derramaron su sangre generosa por la libertad de nuestra Patria, la comparto ahora íntegramente y también les entrego el poema “Pues qué tengo en la voz" de Carilda Oliver Labra, escrito por la poetisa en 1958 y dedicado a la memoria de los combatientes Enrique Hart y Armando Huau.

Abril de 1958

Queridos todos:

Nada. Nada justifica. Solo la crueldad y el desequilibrio con que por raro designio del destino la naturaleza muestra a los hombres la existencia de un amor y de un equilibrio, que escapa de nosotros puede explicarse. En nuestra comprensión finita es absurdo el espectáculo de tanto mediocre, de tanto gusano vivir a tientas, vivir a medias, que no es vivir, mientras los dotados de vida plena mueren precisamente por querer vivir. Murió porque era más ancho que el mundo. Murió porque sintió, pensó y sobre todo porque actuó. Amante de lo grande, apasionado que según Martí son los primogénitos de una sociedad llena de trabas y mezquindades, tuvo que ser heroico para vivir. 

Infeliz del pueblo que en ciento cincuenta años ha necesitado para avanzar lenta y penosamente de millares y millares de cadáveres. Lo más grande de Cuba en toda su historia ha muerto en el campo de batalla. Otros pueblos más dichosos han sido gobernados por sus grandes y lo triste no son ya los cadáveres, sino que Cuba necesita de ellos. Ha sido una necesidad la inmolación de más de mil cubanos para mostrar, que la patria martiana de esta segunda mitad de siglo no está compuesta por vulgares materialistas. Hemos necesitado de su sangre para decirle a todos los pueblos, que lo cobarde y mediocre que tantas veces motivaron la ira de Enrique, no son nuestros representantes. Lo grave no está, incluso, en tantas muertes, lo realmente aterrador está en tanta pseudovida. 

El pueblo que está con nosotros. Si la grande mayoría que siente de verdad la causa de la libertad no encuentra fórmula para reducir a la obediencia a los mediocres, si nosotros no somos capaces de desencadenar la ira latente de la masa, si no los desalojamos a todos del poder (poder he dicho, no gobierno), si luego de tantos sacrificios no logramos prevalecer la justicia, si somos incapaces más tarde de encauzar y canalizar la vida cubana con arreglo a los principios de dignidad, decoro y derecho que hubimos de aprender desde pequeños, o que recogimos en la vida heroica de los que han entregado todo en pro del destino histórico de Cuba, si nada de esto puede hacer nuestra generación, esa la de Enrique, entonces nuestra única honra será morir, y más grave aún no podemos equivocar, porque como él decía, esta es la última oportunidad que tiene Cuba de salvarse. La primera fue en 1902. La segunda en 1933. La tercera en 1944. Nuestra generación tiene la última oportunidad.

Vengar a Enrique será difícil. Qué tremendo compromiso tenemos contraído. Recuerdo siempre una frase de Frank cuando murió su hermano: “Tenemos que llegar para hacer justicia”. Qué difícil será hacerla sin ellos. 

Justicia no es odio infecundo, no es tiranía de nuestra idea, no es parcialidad absurda, es predominio de la razón, del entendimiento cordial entre los componentes reales de la sociedad cubana. Justicia es elevar al homo sapiens a la categoría de hombre, es darle a cada cual sus bienes y derechos, es hacer que cada cubano disfrute a plenitud de la herencia cultural y material de nuestro tiempo. Justicia es en el primer momento aplastar a los gusanos de la política cubana. Aniquilar a los imbéciles que no sienten la grandeza del trabajo afanoso por algo que se escapa de las manos. 

Este esplendoroso siglo del átomo y de los viajes siderales con todas las fuerzas de la ciencia al servicio de la inteligencia, para mejorar al hombre. Que en verdad su único Dios. El punto más alto de sus aspiraciones y de su pensamiento. Si nosotros no logramos vencer los obstáculos para poner tales maravillas a disposición de la felicidad de los cubanos y de nuestro destino, entonces no habremos vengado a Enrique. Si con toda la experiencia acumulada en sociología e historia, no logramos movilizar a cada cubano hacia la actuación definitiva contra la tiranía o si luego de su derrocamiento no podemos mantenerlo en movimiento contra la emancipación de todas sus trabas, si tales cosas no podemos hacer, entonces no habremos vengado a Enrique. Si no adecuamos fórmulas de reforma política, sociales y económicas, capaces de asegurar el movimiento continuo del cubano hacia la libertad, entonces no habremos vengado a Enrique. Si ahora o después, Cuba sigue en manos de los peores dotados, de la escoria del pueblo, entonces los que queden de nosotros debemos de salir del mundo por la puerta ancha. Si por nuestra incapacidad, nuestra locura o nuestra ignorancia podemos encausar más ni hacer valer tanta grandeza incendiada en este fuego inmenso que por culpa de otro se desató, entonces los que queden de esos deben quemarse también. Tal calamidad exigiría de los obligados a salvar el futuro de Cuba, de los comprometidos con el destino, resolver el conflicto de manera satisfactoria, de nosotros, la nueva generación cubana, un ejemplo de sacrificio total que ya acaso para muchos no lo sea. Habrá en tal caso que gritar todo lo alto que también desgracia exige que esta generación no acepte el “No to be”.

Si con la opinión pública, las masas juveniles y nuestra decisiva influencia, somos incapaces de cumplir la misión encomendada, entonces debemos ser capaces de unirnos a la tragedia, de una manera definitiva, ya que no pudimos unirnos a la gloria de salvar el legado histórico de los forjadores. 

Rabia fue lo que sentí cuando me dieron la noticia. Saben ustedes que es siempre brote espontáneo de rabia lo que produce en mí la sinrazón y el desajuste. Pero la importancia justifica la rabia. Y de rabia quisiera morir si los que sintiendo la dignidad hasta el grado de determinar todos sus actos no es lo suficiente fuerte o inteligente para imponerla. En tal caso este sería nuestro derecho. Nuestro único derecho y nuestro último deber. 

¡Que nadie diga que Enrique y tantos más no pensaron! ¡Que nadie reduzca su vida al sentimiento! Lo conocí como posiblemente nadie. ¡26 años durmiendo en el mismo cuarto! Seguro que a él le debo lo poco exigente y radical de mi pensamiento. Era un crítico formidable. A veces me parecía que, en su pasión por el análisis, lo destruía todo y no se quedaba en nada. Entonces discutíamos hasta la pasión. Pero su pasión, que la creo por la lógica por el raciocinio. Era una fe absoluta en esos valores. Yo que creía que la vida era más amplia, ahora comprendo dónde estaba el punto de discrepancia. Los artificios y las mentiras que eran su peor enemigo no sirven para nada en la vida y la política, cuando esta y aquella [son] esencialmente revolucionarias. Ahí radica toda la esencia y el fundamento de su actitud frente a la vida y toda su grandeza. Odiaba a quien dijo la primera mentira, creía que ella había originado la segunda y creaba toda la engañifa criminal que hace tan difícil el arte de gobernar y de crear. Creía que toda esa engañifa habría de ser destruida por la ciencia y por la técnica que es más aplastante que las relaciones humanas. Quizás lo que no hayamos comprendido todavía muy bien, son las relaciones humanas, también tienen su ciencia y su técnica. 

Sabía, sin embargo, que el punto básico de todo, era la voluntad de creación y el empujón accional que dio a su vida fue el más claro ejemplo de tal convencimiento. Sabía de la utilidad del sacrificio se sentía en la necesidad de hacer y cuando hacía acaso si no se sacrificaba. Era infatigable. Salía de una cosa para entrar en otra. Era un vértigo de acción, de trabajo. Cuando los hombres encuentran el modo de ser eficaz se hacen incansables. Él lo encontró y saltó así su glorioso e inmenso destino.

Creo que para los seis que quedamos… con este suceso, ha llegado la mayoría de edad. Para mí todo se inunda de Enrique. El mundo se me presenta grave. Lo que ayer era deber con Cuba, y mi conciencia, anhelo de mi temperamento y amor a una gloria que solo da el servicio, la causa humana, hoy es todo eso, pero algo más profundo también, es deber para con él. He de vivir para vengarle o para someterme a idéntico fin. Antes pensaba en esto último como un derecho, el que acaso no tendría fuerza ni valor para ejercer. Hoy tal disyuntiva es mi primer deber en la vida. Un deber del que no se sale sin deshonra. Antes me consideraba con cierto derecho a la retirada por cansancio que deseaba nunca llegara. Hoy solo me creo con derecho a vengarle o a seguirle. Ojalá tenga fuerza o valor. De otra manera sería un ente despreciable. 

Todos tenemos también un deber muy especial. Dejó a quienes hay que educar como él. Sé que Mercy  lo hará así. Es su compromiso con Enrique. A esos niños hay que prepararlos para jueces serenos y severos de toda la obra revolucionaria de los próximos 25 años. Hay que enseñarles a ser implacables con el error y la falsedad y apasionados admiradores del triunfo revolucionario más completo. Porque ahí estará la respuesta a una pregunta que ellos deberán hacerse… ¿Murió en vano? 

Educarlos como nos educaron a nosotros. Más que con palabras que nunca faltaron, con el ejemplo que siempre estuvo presente. El honor, la rectitud de carácter, las buenas costumbres, la pasión por el saber y la consideración de que el primer valor de la sociedad es la ley, pudo forjar en Enrique un ideal que cobró fuerza y forma en su espíritu independiente y soberano. Esta enseñanza hay que trasmitírsela a sus hijos, como nuestro gran deber para con él. 

Los cobardes están acusando a Papo de incitarnos. Los cobardes saben que mienten cuando imputan a actividades insurreccionales e imaginarias incitaciones, pero es que la cobardía no puede tolerar el espíritu de rectitud y decoro que, sirviendo de base a una inmaculada carrera de 33 años de funcionario público, nos sirvió también de ejemplo para enfrentarnos a los violadores de la ley. Los cobardes no pueden resistir la dignidad y el valor con que Papo, en unión de otros, reclamó cesara la persecución ilegal. Yo creo que en las actuales circunstancias para quien ha hecho de la administración de justicia el sacerdocio de su vida, esta acusación de los cobardes es el mejor de los premios. Miserable son los que cobardemente se han prestado a darle calor. Yo perdono la cobardía, pero cuando ella produce el crimen, o lo ampara, la república no puede perdonarla. La canallada en gente de cierta preparación cultural es para mí, el más grave de los crímenes. Si fuera juez, sancionaría con más rigor este delito que el de asesinar directamente. Una de mis satisfacciones que seguramente los acontecimientos no han de permitirme ni acaso la misma utilidad pública es la de pedir menor sanción para los asesinos directos que para los que habiendo estudiado cívica, en el instituto, apañaron y alentaron el crimen de la tiranía. Nadie que leyó a Martí tiene el derecho al perdón. Y son estos los verdaderos responsables de situaciones, los sostenedores eternos de la sinrazón. Por culpa de ellos faltó la cohesión civil y republicana que en el momento del golpe o más tarde debió enfrentarse a la ilegitimidad. Y esa cohesión civil la hemos tenido que buscar por los ríos de sangre y por la destrucción. De ellos es la responsabilidad. 

Ya casi terminada esta, que fue más bien la explosión del sentimiento en los primeros momentos, llegó Mama, carta de Marinita, de Marta, de Gustavo y de Fermín. Todos se funden y da lugar a mil respuestas y comentarios. Acaso algunos de ellos estén contenidos en lo anterior. El sentimiento, Gustavo, hace brotar las ideas con toda su claridad. Lo decente y lo moral es raíz fuerte y poderosa, de los revolucionarios. Así fue él. Y la base de la moral está en la verdad. Era su pasión. En la correcta interpretación de la verdad y en el mecanismo funcional de la misma es donde el pensamiento surgido de esta raíz moral toma autonomía y carácter intelectual e independiente. Aquí comienza la influencia que tú has tenido en mí. Lo trágico de nuestra disputa es que no había diferencia. Digo trágico porque hoy y mañana, cuando armemos el rompecabezas ideológico, faltará él. 

Quisiera conversar con todos. Empecé a escribirle a Marta y no pude seguir. Cuando me encuentro con su carta me surge la vida demasiado concreta y los hechos demasiado específicos para poder enfrentarse a ellos. Ya somos seis… has sintetizado en una frase toda la cuestión. Iba a escribirle aquí sobre detalles sin importancia, que ya desgraciadamente la tienen. Pero si yo no pude seguir escribiendo por este rumbo, tampoco hay derecho a que haga el esfuerzo para que ustedes sufran.

He ahí siempre mi gran evasiva de la vida cotidiana. Me he refugiado toda mi vida en el mundo de las concepciones y en la pasión por la abstracción para huir de la vida concreta. Ahí está sin dudas el egoísmo que en definitiva hay en mí. Pero tiene que ser así, porque cuando se siente pasión por una causa general, por un valor abstracto como es la justicia todo hombre honrado debe darse a él, ya que esos valores abstractos se traducen con el ejercicio de la acción revolucionaria en cosas muy concretas y vitales para la inmensa mayoría de los hombres. Y es honor a que no se renuncia y deber al que no se debe claudicar por la causa del hombre. 

Claro que como hay huida, no hay mérito. No fui feliz, hasta huyendo de mí mismo, hube de encontrarme. Y hallé la tragedia. Con dolor, con angustia, con agonía. Entonces el peligro que siempre me aterró en la vida cotidiana, llegué hasta amarlo. Esto es un poco de nuestra psicología revolucionaria. Por eso tienen ustedes derecho a protestar. No ha sido para mí esta vida un sacrificio. El sacrificio ha sido para ustedes. 

Tiene que ser así, porque pobre del que poseyendo pasión rebelde rabia contra la injusticia y el atropello, no encuentra un recurso, mecanismo de compensación para protegerse del dolor y de la angustia. Hoy, huyendo una vez más no hablo de Enrique que me hace llorar, sino del que me hace indagar por la injusticia del destino. Mama, la carta de Marinita y de Marta y el grito que dio Jorge en el velorio,  me traen de nuevo al Enrique que sí está muerto. Aquel con quien hace ya tantos años me daba de golpes y disputaba en riñas infantiles. De ese, aunque he querido en este momento, no puedo hablar. Parece que Gustavo quiso mencionarlo. 

Pienso que seguramente para él tampoco fue un sacrificio su vida, aunque desde luego él amaba y sentía más que yo, lo cotidiano de la vida que es seguramente la verdadera vida en este planeta. Ello es una vida deliciosa cuando no se tiene un temperamento trágico. Ya a esta altura de la soledad y el abatimiento he encontrado yo en Yeyé sencillez y turbulencia en un mismo cuerpo, ha vuelto a hallar la otra parte de mi vida. Esa que me ha hecho quererla, a todos ustedes más y más. Esa parte de la vida que nunca he abandonado, pero que se escondía para el exterior en la fiebre más mía, estaba como no vista, no manifestada ya que el amor a la causa de la dignidad humana, la pasión a la gloria por servir a la historia todo lo modestamente que yo pueda, impedía que se proyectara, pero no lograba, era imposible asesinarla. Y hoy el empuje despiadado de ese golpe sale desbordado de todo su cauce y me hace decirles que los quiero con toda el alma, que los necesito con toda el alma y que en ningún instante de mi vida han dejado de estar junto a mí. 

Por eso creo que todos debemos sentirnos igualmente orgullosos. Cada cual ha tomado su línea de vida o ha de tomarla acorde con los principios de dignidad y sinceridad, y si en alguno se dio más fuerte la pasión histórica, si se analiza a profundidad no es un sacrificio, pues cuando se sigue la línea del destino el hombre no encuentra sacrificio, sino que como encajada en la naturaleza su vida entera a tener misión que escapa de las manos, pierde todo su sacrificio. Les repito verdadero y legítimo sacrificio son ustedes y quizás en el aumento de su pasión histórica encuentren el consuelo. Prueba inequívoca de que mi vida hasta aquí no ha sido un sacrificio, sino un mandato. Todos no nacemos con la misma fe ni con la idéntica pasión, ni todos debemos realizar idéntico trabajo. Pero los siete hemos sido fieles a la enseñanza de que solo en el trabajo creador hasta la legitimidad de la vida. Ninguno de nosotros, hay que decirlo con orgullo, hemos sido pseudovida. A los ejemplos recibidos de Mama y Papo; al sacrificio y verdadero de Papo (porque la carrera era un sacerdocio), vino ahora el sacrificio mayor, el imposible de igualar de Enrique. Hemos confirmado una vez más en nuestras conciencias el postulado de honestidad y carácter, que desde que tenemos uso de razón estamos respirando en el ambiente familiar. Eso es lo que verdaderamente ha encolerizado a los cobardes y mediocres que no conocen del valor de la virtud y de la grandeza del carácter; ¡LOS POBRES! 

Con toda el alma, de ustedes, ARMANDO.

P.D. Escriban. Escriban todos y mucho. Lo que más necesito hoy es eso. Se puede hacer por Correo con las limitaciones naturales de la censura.                                                                                    

Vale  

“Pues qué tengo en la voz"

Por Carilda Oliver Labra

¿Pues qué tengo en la voz que se me nubla/ como agua bebida por el musgo/ o jazmín con vejez/ o esa mirada/ que la familia y la tórtola reúne?/ ¿Pues qué tengo en la voz,/ que sigue enferma/ y ya tornasola/ en la antigua luceta/ mientras dudo del alba/ y me quedo a doler en otra alcoba/ donde privan sandalias y perfumes/ y la albahaca parece una temprana/ humedad que nos salva del derrumbe?

¿Pues qué tengo en la voz/ si ya hace nada/ entre nubes que dan en mi saleta/ y hasta el mimbre se queja noblemente/ del flechazo del niño en los jarrones? 

¿Pues qué tengo en la voz/ si es el cincuenta con el ocho colgándole/ y ceniza,/ y estoy siempre contándome los poros/ mientras corre la muerte enamorada/ a llevarse aquel hombre/ y esta isla/ donde puse mi ombligo, mi quebranto,/ y rebelde ahora estoy en sus portales/ bajo el álamo al fin ya fabuloso/ que sujeta de noche la calzada/ con su punta prendiéndose en los astros;/ pues qué tengo, señores, sino el hambre/ de los otros que están en la esperanza,/ y no quiero saber/ de las flores que rondan los manteles/ porque pierdo una luz en la mirada? 

Esos nombres me paran de repente,/ están hechos de mármol y con furias,/ se me sientan de súbito en las frondas,/ reaparecen en pérgolas, cortinas,/ vitrales, candelabros,/ y los busco en las palmas: ven, Enrique,/ esta bomba es de amor y de confianza;/ ven, Armando,/ con el nudo de soga ya marchito/ y los ojos haciendo una paloma;/ ven, tú, el otro que nunca conocí,/ por las selvas, los montes, las tinieblas,/ por los trinos, las cárceles,/ los puños,/ y ahora llegan devueltos en la arteria/ que me late sin método, salvada.

Y destrozan el verbo, los ramitos/ que marcaron la página de Dante,/ desbaratan de un soplo el abanico/ que mi mano sostuvo en un retrato. 

Están todos llenándome la casa,/ son disparos de polvo,/ resucitan.../ ¿Pues qué tengo en la voz, que se me nubla/

como río casado con la noche;/ solo sabe de lutos y rincones,/ extravía los nombres capitales,/ estremece los patios, las persianas,/ llama a guerra entre pórticos sombríos donde ruedan burgueses, contradanzas,/ y estoy sola de nuevo en la saleta/ ay, moviendo... ¿quién mueve los sillones:/ Maiakovski que choca con las sedas/ o los muertos limpiando las pistolas?


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