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Correo desde la Isla de la Dignidad. Cartas de mayo

19/5/2021
Por: Eloisa M. Carreras Varona y Armando Hart Dávalos, Biblioteca Nacional José Martí

Del extenso y valioso epistolario de Armando Hart que atesoramos en Crónicas, comparto fragmentos de dos cartas que escribió para Haydée Santamaría, el 2 y el 29 de mayo de 1958, desde la Cárcel de Boniato, cuando era un preso político de la tiranía de Batista.

Cárcel de Boniato, 2 de mayo de 1958

[…] Aquí en la cárcel, aunque es de día, hay que mantener la luz encendida. Llueve algo. Entra ese aire húmedo que no sé qué rara sensación me hace sentir. Es la naturaleza la que suave y tristemente se va apoderando de uno mismo. Los días de lluvia han estado siempre llenos de nostalgia para mí. La vida pasa […] en momentos tan sencillo como éstos, y hoy cuando la vida pasa, tiene un acento distinto y grave. ¡Que dicha tan extraña la que produce la sencillez! Que dolor más grande, pero a la vez más suave, suavidad de nostalgia la que produce el recuerdo. 

[…] Quisiera ser poeta para cantar lo que siento. Que grandeza la de poder reflejar en alguna obra, el sentimiento finísimo y a la vez frenético que uno siente como síntesis de todo […] Enrique me lo había dicho “lo que no me gusta es que parece como si lo hiciera desde el más allá”. No sabía en su apasionado racionalismo que él estaba destinado a vivir intensamente para nosotros […] Yo no sé si el alma humana puede llegar al más allá. Yo no sé si ella se acaba aquí, en este acá lleno de sombras y de luces, o si llegara allá lleno de misterios y grandezas 

[…] A veces pienso que sólo en la angustia y el dolor hay profundidad. En el dolor y la angustia que vive Cuba y nuestra Generación encontré la trágica disyuntiva del destino. A veces pienso que ha querido que nosotros sepamos bien lo que es el dolor para que nos pongamos cada vez más completamente al servicio de la causa revolucionaria. No creo […] que ninguna generación anterior se encuentre tan comprometida como ésta, para salvar la herencia histórica de los formadores. 

Difíciles, muy difíciles, son los momentos que hemos de vivir […] Lo peor no es esto, lo peor viene después, y si no somos capaces de resolverle a Cuba sus conflictos, si no podemos elevar al hombre cubano a la categoría de dignidad que planteó Martí, entonces es mejor que decidamos en instante propicio seguir el camino de ellos: de Ñico, Cándido, Raulito, Abel, Frank, Boris, Marcelo, Pepe Prieto, Enrique y tantos más. […]

29 de mayo de 1958

[…] ¿Qué importa si la mayor grandeza de ellos fue morir sin esperar recompensa posterior? ¿No es un criterio minúsculo de nuestro mundo ese de la recompensa? Es que lo han creado las religiones para ganar adeptos. Pero ellos, no necesitan de tal cosa, ellos son grandes, tan grandes que trabajaron por el trabajo mismo. Fueron dignos por la dignidad misma. Y se alzan hoy en ejemplos porque fueron en sí mismo la virtud. Creo que quizás haya otros mundos, es más estoy casi seguro de ello. No sé si nosotros llegaremos, es muy probable que no. Pero la grandeza infinita está en haber luchado y vivido sin ese interés. Así vivirán, existirán. Pero existirán en nosotros, existirán el mundo. ¿Acaso Sócrates, Cristo hombre y Martí, ¿no viven en nosotros? No vive incluso Don Quijote aún sin haber tenido nunca la existencia que llamamos real ¿No viven más que tantos que hoy vegetan? 

Recuerdo cuando Enrique renunció al Banco. Aquello me pareció en efecto lo era como falto de realidad para lo que de mezquino entendemos por realidad. Renunciaba por orgullo, por dignidad, sin que ni siquiera los patrones y el administrador del Banco se pudieran percatar de ello. Renunció por una dignidad limpia de consecuencias prácticas. Le habían iniciado expediente. Había fracasado la huelga bancaria. Él no resistía ya ni siquiera que su nombre apareciera en algún pendiente. Renunció. Ahí estaba reflejado todo su carácter. Yo no hubiera renunciado. Hubiera preferido que me botaran y acaso hubiera lanzado una proclama insultando los empresarios. Tampoco tenía consecuencia práctica, pero lo hubiera hecho porque busco las consecuencias prácticas de la dignidad y la virtud. Y si algún día me encuentro que no las tiene me he de morir de rabia e inclinación por tamaño desajuste. ¿Si no la tuviera acaso dudaría? Ellos no, Enrique no. 

La misión de los supervivientes es descubrir las consecuencias prácticas de su virtud, para que ellos vivan en la única vida que conocemos directamente, en la única vida en que creyó Enrique, en esta vida nuestra, para eso tenemos que encontrar la técnica revolucionaria de hacerlos operar políticamente el país. Otra cosa sería una tradición. 

Ellos existen. Y tienen que existir más fuertes aún. ¿No existe Abel en esas palmas o en el recuerdo tuyo de la estrella? ¿No es real en ti, en mí que ni siquiera le conocí? ¿No le llamó con ternura y placer Abelito si ni siquiera haberlo tratado? ¿No existe Boris en el deseo que tuve de enviarle en nombre tuyo y mío un cuadro a su mamá, cosa que no hice por temor a molestarla? ¿No es todo esto la vida que con su generosidad está obsequiando? ¿No existe Abelito en aquella conversación del viaje a Madruga? ¿No existe Enrique en el recuerdo de los pinos del cuento que te hacía? ¿No existe en su rigor mental como pocos ha habido entre nosotros? ¿No existe en sus hijos? 

Sí claro, pero ellos no pueden quizás gozar de todo esto. Pero ese es el precio que tuvieron que pagar, por gozar de una vida tan rica y grande. Yo que soy pequeño al extremo de necesitar ciertas recompensas, como la estimación de los hombres, yo te juro que si muriera ahora tendría que considerarme satisfecho por tantas riquezas que he gozado. Calcula tú los goces íntimos que ellos tuvieron habiendo sido grandes, verdaderamente grandes. Calcúlalos por ti misma, que te llevas la grandeza más extensa, amplia y refinada que puede concretarse con sólo ser. Calcúlalo tú, que viva eres tan grande como los muertos. Claro que da indignación pensar que no están entre nosotros, como podían estar si el crimen y la injusticia no fueran ley de la vida social, pero indignación debe darme a mí, a los que como yo no tenemos el alma grande e inmensa, que tienes tú. Elévate, elévate que tú puedes elevarte, elévate de nuevo sobre el dolor y lejanos a nosotros los pobres, con la angustia y la indignación. Fíjate que es tristeza lo que sale de tu alma. De la mía salió un grito indignado y hasta una mala palabra. Salió una carta en que sólo el razonamiento pudo aminorar el odio. 

Ellos vivirán. Acaso sea la última generación de mártires y entonces vivirán más. Si actuamos con inteligencia y amor, si actuamos con equilibrio vialidad, ellos vivirán después, en una genuina era de paz interior. […] 

Piensa en la eterna lucha del hombre por elevarse, piensan en los Gracos, cuya historia he estado leyendo en estos días. Piensa en el mártir anónimo de todas las latitudes y tiempos, piensa en ellos y las estrellas brillarán aquí o allá. En ese afán de elevarse, en el deseo oculto de dominar las estrellas, el hombre llegara a ellas en próximas décadas. Piensa en todo lo que ha tenido que hacer y pensar, toda la sangre que ha tenido que correr para que así sea. Y diles a mis nietos, si llego a tenerlos, que, en los momentos más tristes y difíciles, la fe y la esperanza en la humanidad no faltó en mí. Dije que cuando en cierto instante creí que iba a morir, que todo se acababa para mí, tres nombres dominaron mi espíritu: Yeyé, mama y Cuba. Dile que amo un poquitico más a Cuba que al resto del mundo, porque aquí el azar o el destino me colocó. Pero dile que hay que querer a la humanidad toda casi igual. Hay que aprender a ver el brillo idéntico de las estrellas en todas partes. 


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